Capítulo 22

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No sabía cómo soltar la sopa que por mucho tiempo conservé guardada. Ojalá estuviera Jabér aquí para ayudarme. Para guiarme. Su presencia haría las cosas más fáciles pues, uno, mi mamá lo vería y yo tendría una prueba de las cosas que veo y vivo, y dos, él sabría cómo ayudarme a que la conversación con mi mamá se diera bien. Pero él no estaba aquí.

«¿Y si la llevara al po...» No. No podría llevar a mi mamá al claro. Si tan solo pudiera ir a Rakia para que mi mamá con sus propios ojos viera... pero no se podía. ¿Qué pasaría si yo era la única que viajaba y mi mamá se quedaba en el claro mientras yo estaba en el prado? Habría sido una idea tonta, porque me consideraría más loca de lo que quiero parecerle. Ella habría visto mi cuerpo ahí inmóvil. ¿O, desaparecería?

«No desaparecerías, Jabér dijo que era mi alma la que viajaba. Que mi cuerpo seguía en el claro.»

¡Ay, Jabér!

Tenía que ir con él. Bueno, no con él con él. Tenía que ir a Rakia. Quería leer el libro, saber cómo hizo Sofía para contarle a su mamá, cómo siguió la relación después de que le contó. Pero no podía leerlo, no a menos que hablara con mi mamá primero; no me dejaría ir sin antes hablar. Pero de verdad tenía que ir a Rakia, así podría leer el libro e incluso acabarlo allí: lo terminaría de leer, no habría shedas que me interrumpieran y podría también pedirle ayuda a Jabér; que me diera al menos un tip para comenzar la conversación con mi mamá.

Pero mi mamá se me adelantó. El auto comenzó a desacelerar, lo contrario a mi corazón. Orilló el carro y los primeros segundos fueron de silencio mortal. Luego lo rompió hablando.

—¿Quiénes te lo robaron? —Volteé a mirarla— ¿Fueron el grupito con el que estuviste el otro día? ¿Una broma pesada? ¿Entraron a la casa a robártelo?

Mi cabeza comenzó a trabajar más rápido de lo usual. Ese hámster en su rueda corría más de lo que la misma rueda podía ofrecer.

—No...

—¿Quiénes fueron?

Mi estómago se enredó. Incluso me dieron ganas de vomitar.

¿Así se sentían los cantantes cuando los arrojan al escenario por primera vez?

No. No se sienten así, porque su relación con su mamá no depende de si cantan bien frente a muchos o no.

—Aisha —retomó la palabra—, quisiera que me contaras para entenderte. No me gusta sentir que hay un muro entre nosotras. La otra noche te comportaste raro, ¿tiene que ver con el libro, o con tus nuevos amigos? —Tragué saliva, sintiendo muchas lágrimas querer salir— Quiero ser tu amiga, pero no puedo si no hablas. Por favor cuéntame. Has estado siempre distante, como si no estuvieras en este mundo; creí que era la adolescencia, pero estás por entrar al último año de escuela, después será la carrera y luego ya no podré tenerte de nuevo. Te veo cansada, a veces triste, y otras desconectada. ¿Es por Joan?

—¿Qué? —eso fue lo que menos me esperaba— No. Yo los quiero a ambos.

—¿Entonces qué es?

Mi cadera cosquilleaba. Me picaba. Me dolía. Todos mis músculos se retorcían internamente en un intento de salir de ahí.

—Temo que me tomes por loca —susurré, con voz entrecortada y las primeras lágrimas saliendo a rastras.

—Princesa... jamás haría tal cosa. Por favor cuéntame.

Maldita sea. Quería tragarme el nudo acumulado en mi garganta, pero con el más mínimo movimiento me dolía como un clavo atorado.

—¿Puede ser al rato? —supliqué en voz baja.

Había desviado mi vista porque no podía con su mirada, sin embargo aún de reojo noté como arrugaba la frente; ¿era desconcierto, angustia, tristeza o enojo lo que veía en ella?

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora