Capítulo 47

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Sabía perfectamente que postergué la conversación con papá; me era más cómodo evitar el tema; sin embargo que nuestra relación se enfriara no me agradó, porque yo había estado muy bien con él hasta que le conté a mi mamá que veía shedas. Fue como si se invirtieran los papeles.

Mi mamá presionó mucho tiempo, sin usar las palabras, para que le contara esa parte de mi vida que le cerré. Cosa que papá no, él no me había pedido ninguna explicación. Pero, llega el día que le cuento a mi mamá que veo shedas y a la larga la carta con papá se voltea.

Jabér tampoco me presionó, no obstante sí me dejó claro lo que yo tenía que hacer.

—¿El don de Nabá... lo tenemos todos? —pregunté, observando varias liebres jugar entre arbustos. Los cascos de Jayim y Mahir iban en sintonía; estábamos por llegar al prado con el pozo.

—Hay nueve dones —explicó Jabér con voz suave—. No todos tienen los mismos, Ruah Hakodesh los otorga con sabiduría.

Tragué saliva, pensando.

—¿Ver shedas es un don?

—Va de la mano del don de Binefesh, el cual te concede distinguir y examinar lo que es de El y lo que es del mal. Este don te permite identificar qué espíritu está influenciando una acción, un deseo, una situación, una decisión, o algo que nos dicen u ofrecen.

Relamí mis labios.

—Un don es un regalo... —comencé. No supe cómo terminar la oración sin ofenderlo. Jabér soltó una risita.

—Un regalo no está obligado a ser algo que te guste.

Pues sí, me contestó lo que ni siquiera formulé bien en mi cabeza.

—Ver shedas no entra en mi idea de un regalo —expresé penosa.

—¿Qué tienes en la muñeca derecha? —preguntó con su habitual tranquilidad.

Fruncí el cejo sin comprender, hasta que vi el reloj y mordí mi labio ocultando una sonrisa.

—Bien, bien —dije, cabeceando—. Pero...

—¿Pero? —repitió al borde de carcajear—. No te gustó nada que te regalara el reloj, te pareció muy aburrido según recuerdo. No era de colores, como cabía esperar en un reloj para un niño, y los números son romanos, se te dificultó entenderlos. No comprendiste por qué te lo regaló, pensaste que el que te lo diera y el que no te hubiera regalado nada era exactamente lo mismo.

—Sí... —suspiré risueña—. Lo guardé en un cajón, nunca me llamó la atención usarlo, pero tampoco me quería deshacer de él. Es lo único que recuerdo que ella me regalara.

La tía de mi mamá no fue exactamente la persona que más estimé en la familia, nunca se acercó a mí en mi niñez; lo comprendía de alguna forma, es raro en los adultos querer pasar tiempo con los pequeños. Pero éramos familia. Al final, cuando murió, el reloj fue lo único que conservé de ella, ni siquiera tenemos fotos juntas.

—No fue un regalo que te gustó en su momento —declaró, volviendo al tema central—. ¿No es ahora a lo que más le tienes afecto? Nunca sales sin él.

—Es diferente a ver shedas.

—Diferente —repitió, saboreando la palabra.

—No creo que llegue el día en que le tenga afecto a ver shedas.

—Puede llegar de noche —bromeó.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora