—Cuando hablé con mi mamá todo fluyó muy bien —proseguí—, me creyó y hoy platicamos de maravilla sobre mi vida. Pero cuando hablé con Kanya para intentar ayudarla se mintió a sí misma, creyendo que no fue un sheda quien le habló sino su propia imaginación. ¿En qué me equivoqué? ¿Dije algo malo que no debí haber dicho?, ¿o qué palabras debí haber usado? Yo no sé ser maestra, por eso prefería que usted la enseñara, pero dijo que debía hacerlo yo, y yo no sé cómo hacerlo porque es mi primera vez y nunca antes había intentado enseñar a alguien sobre lo que... —El resto de palabras murieron en mi boca; Jabér me miraba sin gesticular nada, serio; no me hizo sentir como un platillo que critica un chef, pero sí como alguien a quien debía escuchar en vez de seguir hablando—. Lo siento —dije, expectante a una respuesta suya.
—No pasa nada —suavizó su rostro un poco y esbozó una leve sonrisa.
Se acomodó sobre la banca y sus ojos se perdieron en pensamientos que yo no podía escuchar como él escuchaba los míos. Parecía que lo había perdido, así como constantemente mi familia me perdía cuando me viajaba en mis burbujas de ideas. Con eso en mente, la dicha burbuja explotó y Jabér posó en mí su mirada otra vez.
—Solo hay un maestro, Aisha; tú aprenderás de mí, y Kanya aprenderá de ti. Tu hermana no es como tu madre; es una niña; y a los niños no les das la fruta entera, les das papilla. No puedes esperar que Kanya reaccione como tu madre, porque no es tu madre. Es un proceso de tiempo, nada es rápido; sobre todo aprender. —Ladeó su cabeza y miró al fondo del jardín, y al copiar su acción encontré lo que miraban sus ojos—. Kanya es una flor, a la que tienes que cuidar regándola diariamente y dándole sol, y la verás crecer con el paso del tiempo; porque las flores no crecen de un día para otro.
Seguí con mi vista puesta en las rosas rojas y amarillas del fondo, capturando en mi memoria sus pétalos y las hojas verdes que las envolvían.
—No fui muy paciente con la tarea del frijol en la escuela —admití, contemplando aún las flores.
Jabér carcajeó.
—Recuerdo tu desilusión los primeros días —dijo alegre—, y luego explotaste en excitación cuando tu madre giró el tarro de cristal para mostrarte que el frijol sí había germinado.
Sonreí al ver esa imagen de recuerdo.
—No se me había ocurrido mover el frasco —reí—, me había entristecido no ver resultados y no pensé que podía haberlos del otro lado.
Suspiré jovial al volver al pasado, viéndome feliz y alucinada porque el frijol sí había crecido. Tenía siete años entonces, y no había entendido que en la vida la mayor parte de veces nos quedamos con lo malo, en vez de ver y buscar el lado bueno. Gracias a esa situación comprendí que no es bueno conformarse, que hay que buscar siempre.
—Kanya es tu frijol. —Lo dijo tan suave, tan dulce y sutil, que sus palabras parecían nubes esponjosas—. No lo quieras todo de un golpe; Kanya no será como tú de un segundo a otro, porque viviste procesos, y tu hermana aún no vive esos procesos. Tu trabajo es ser parte de su proceso y ayudarla en el camino.
—La paciencia tampoco es mi fuerte —dije apenada—. Lo intentaré.
—Intentar no es lo mismo que hacerlo. Como ese nivel del videojuego: no intentabas pasarlo, lo pasabas. Porque así eres tú; cuando algo no te sale bien siempre buscas el modo de lograrlo.
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Una Decisión
Fantasy-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...