Capítulo 17

7 2 0
                                    

El hermoso cordero avanzaba de tal manera para crear entre nosotros una específica distancia. No mucha, no poca. Avanzaba como si no quisiera que lo alcanzara, pero sí como si quisiera que no lo perdiera de vista. ¿Y cómo perderlo de vista? Era un animal majestuoso: no apartaría mi mirada en absoluto.

Conforme avanzamos y fui apreciando mi entorno, recordé el sendero. Era exactamente igual que el día anterior. El cordero no me estaba llevando por otro atajo, estábamos recorriendo el mismo tramo que recorrimos Jabér y yo. Sin faltar nada, aunque contando que ahora era como si fuéramos en reversa. Parecía, y sentía, como si quien me estuviera guiando no fuera el cordero, sino el propio Jabér. Lo único que hacía falta para que todo fuera igual que el día anterior, era que yo tuviera puesta la misma ropa.

El cordero siguió avanzando en bellos trotes, como si estuviera brincando cual niño pequeño. Se veía tan lindo avanzando así...; quise abrazarlo, hundir mi rostro en su suave lana y aspirar el exquisito aroma que emanaba. Era tan increíblemente admirable. Al igual que las cataratas: podría pasar mi eternidad contemplando a ese hermoso animal.

«¡Las cataratas!»

Si estábamos recorriendo el mismo sendero que ayer, vería de nuevo las cataratas.

Mi corazón comenzó a latir deprisa y la imagen del bello paisaje me arrebató una sonrisa; poco me faltó para brincar igual que el cordero. Con más entusiasmo, seguí avanzando. Sin embargo, donde creí que giraríamos a la izquierda para encontrarnos con las cataratas, dimos vuelta a la derecha. Hacia allá no estaban las cataratas. ¿Por qué me llevaba allí?

Quieres ver a Jabér, ¿no?

«Cierto» me contesté.

El cordero me estaría llevando hacia donde estaba Jabér. Pero, ¿por qué está él del lado contrario al castillo?

Pasaron varios minutos y el cordero se detuvo. Hice lo mismo y observé mi alrededor.

Habían varios arbustos y árboles bajos; eran frutales, de ellos colgaban objetos que se veían bastante apetecibles. Y entre los árboles, pude vislumbrar a Jabér, con sus bellas ropas color verde pistacho.

Y a su lado había alguien más.

Mi corazón desbocado casi se detiene por completo cuando observé el otro cuerpo sentado al lado suyo. «¿Quién es?»

Quise buscar ayuda en el cordero, por más absurdo que suene eso, pero éste ya no se encontraba frente a mí. Tal como había aparecido, se había ahora esfumado.

Reflexioné sobre qué haría a continuación: ¿acercarme? ¿Hablarles desde mi lugar? ¿Darme la vuelta y esperar a que terminaran de hablar?

Escuché a Jabér reír y alcé mi vista.

Me estaba mirando.

Me miraba con esa amorosa sonrisa que lo caracterizaba.

Con sus manos hizo señas, ademanes para que me acercara; no dudé en hacerlo. Ellos se levantaron cuando me encontraba a una distancia aceptable y la altura de Jabér me sobrepasó grandemente. No me sentí intimidada, mi corazón latía con pasión cuando elevaba mi rostro para poder mirar sus ojos.

Estaba aún más hermoso de lo que mi mente se acordaba.

—Me alegra que estés aquí nuevamente —me dijo, y mi corazón se aceleró al escuchar su melodiosa voz.

—Traté —solté atropelladamente, tragué saliva—... quise volver en cuanto me desperté. Pero estuve más de cuatro horas en el claro sin poder lograrlo... hasta ahora.

Sonrió y no se cómo no me derretí ahí mismo.

—Él es Nathanael —presentó al muchacho que se encontraba a su lateral derecha—. Estaba hablándole de lo mucho que se me antoja un pay de manzana —giró su rostro para mirar al joven—. Ella es Aisha, Nath.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora