Capítulo 21

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¿Y por qué llevárselo? ¿¡Por qué rayos me lo robaron!?

Robaron o escondieron. Quizá lo ocultaron muy bien en algún rincón. O quizá ni estaba en la casa. «Malditos shedas.» Ya me habían escondido y movido cosas de mi lugar anteriores veces. ¿Pero un libro? ¿Por qué querrían esconderme un libro?

«Y fastidiar la compu» agregué a la idea.

Mugres demonios. ¿Llegar a tanto para incluso apagar las computadoras? ¿Es que no quieren que lea El mundo de Sofía?

«Es que no quieren que Jabér me siga hablando» pensé.

No había hablado en voz alta cuando llegué a la conclusión de que Jabér me habló a través del libro con respecto a contarle a mi mamá sobre lo que podía ver. Pero los shedas no son tontos. Es verdad que no leen la mente, como Jabér, sin embargo bien que saben analizar a su presa. Conocen mis movimientos y lo que mi cuerpo dice con sus acciones. Debieron hilar el hecho de que; uno, ya he estado en Rakia —si los shedas antes habitaban allí, no les debió ser difícil figurarse que ya he estado ahí. Que ayer volví de ahí—; dos, ellos más que nadie (aunque menos que Jabér) saben que nunca le he contado a mi mamá que puedo verlos; y tres, si prácticamente se la viven en mi casa es obvio que leyeron el libro, leyeron la página donde me quedé, y dedujeron exactamente lo mismo a lo que yo llegué: que Jabér me habló a través del libro.

Son enemigos. Si Menugad es un renegado, y los shedas son seguidores suyos, no son amigos de Jabér. Ninguno. Decidieron por la enemistad en el momento en que siguieron a Menugad. Entonces, si son enemigos, obvio no me quieren del bando de Jabér. Harán lo imposible por apartarme. Y este es el mero comienzo. La desaparición de un libro.

—Pues pierden, brutos —dije, si es que alguno se encontraba en la habitación (estoy segura de que sí)—. Yo ya decidí por Jabér, y quiero que me devuelvan el libro. O no lo hagan —encogí mis hombros—. Me iré a comprar otro.

Me fui directo a mi bolso y saqué mi tarjeta.

Me dirigí al cuarto de mis papás. Mi mamá ya no estaba en el baño, se encontraba cambiándose la pijama.

—Oye... —dije, sospechando la respuesta que me daría por la pregunta que le haría.

—¿Qué pasó?

—¿Podríamos ir a la librería?

Me tensé por lo que podría decir. Estaba casi segura de saber sus próximas palabras.

—¿Para comprar tu libro perdido? —inquirió, con ese tono de "¿es en serio?"

—¿...sí? —dije dudosa. Sus cejas se curvearon, y como si pudieran hablar escuché: "¿neta?". Así que me adelanté antes de que pudiera decirme algo negativo—. Tengo dinero. Yo lo pagaría. Por favor.

—Va a aparecer —me riñó—. No te voy a llevar a gastar en algo que ya tienes.

—Es que no lo tengo —repliqué rápido—. Se lo llevaron...

Apreté los labios por haber hablado de más.

—¿Quiénes se lo llevaron?

Mi corazón comenzó a latir muy rápido. MUY RÁPIDO. Podía escucharlo palpitar. Mis oídos se calentaron. Mis muslos me dolían por la tensión. Sentí un nudo en la garganta, y mis ojos a punto de humedecerse.

Pude no haber ido a pedirle que fuéramos. Pude haber salido yo solita, como hice los primeros días para explorar el pueblo. Pero me había parecido buena idea salir juntas, porque no quería que ella sintiera que ya no la contemplaba como mi protectora. Aunque teniendo en cuenta que no puede protegerme de los shedas...

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora