Festejamos a Ana el mes pasado, y ahora le tocaba a Cristian. Marlon se ofreció llevarme en su auto para ir a la fiesta. En el jardín de la casa de Cristian había una pequeña alberca y tenían varias sillas donde vi sentados a sus familiares mayores; y entre algunos niños que había noté a una en particular y Marlon me dijo que era ella de quien se me habló; la prima violinista. Carla traía un vestido verde precioso, y me acerqué para darle su regalo a Cristian. Se morirían al verlo.
—¿¡Tú lo pintaste!? —exclamó él, llevándose el puño a la boca. Por un momento sus pecas parecieron mucho más encendidas que antes.
—Nah, cayó del cielo mientras caminaba.
Carla seguía sin creerse lo que veía. Cristian se acercó a abrazarme, dándome las gracias.
—Carla me ayudó, porque no sabía qué darte —agregué con una sonrisa penosa.
—Te luciste cañón —dijo. Sus ojos comenzaban a parecer acuosos. ¿Acaso escuché su voz un poco quebrada?
No supe qué pintarle a Cristian, y Carla me ayudó describiéndome una foto de él con su abuelo que apreciaba mucho y perdió hace dos años.
—Es muy parecida —dijo Carla estupefacta—. ¿Puedo tocarla?
Asentí y recorrió ambos rostros con sus dedos. Carla también parecía querer llorar. Si sí lloraban lo haría yo también y no quería llorar ahora...
De pronto un cuerpo impactó en mi espalda.
—¿Le regalaste cebolla al pobre? —inquirió Najim, con su brazo sobre mi hombro. Eso rompió el melancólico ambiente y las lágrimas acumuladas de Cristian salieron de risa. Sus padres también se me acercaron, reconociendo mis dotes artísticos. Sonreí orgullosa de mí, porque sí, la pintura había quedado muy bien. Y la madre de Cristian me agradeció por darle vida a su padre de nuevo.
A Ana también le regalé algo cuando fue su cumpleaños. Un brazalete con el dije de un perrito. Me fijé desde el día que la conocí que usaba muchas pulseras, y creí que sería un lindo detalle. Sí le gustó; al menos quise creerlo cuando se lo di; su forma de demostrarlo no es tan expresiva como los demás, pero después que la vi con él puesto todos los días confirmé que acerté.
Los días pasaron y llegó cierta festividad. Simplemente un buen día entré al salón y los adornos me recibieron, y junto con ellos comenzó a circular un supuesto concurso de disfraces. Yo no quería asistir.
—¡Quiero ir! —decía Kanya.
—Ese fin salgo por trabajo —le contestó papá.
—Y yo necesito ir a una junta —agregó mi mamá—; salgo hasta las seis y no alcanzo a llegar para llevarte.
Kanya se giró para verme.
«No, no, no, no...»
—¿Aisha? —Suplicaron sus ojos.
—¿Sí? —Enserio no quería ir. Por años intenté convencerla de no involucrarse en estas cosas, pero los niños son siempre influenciados.
—¿Me llevarías tú? Por fis. Sandra y yo ya pensamos un disfraz muy bueno; quiero bailar; por favor —suplicó haciendo cara de perro aplastado.
Me removí incómoda en la silla.
—Por favorrr —volvió a decir, abrazándome fuertemente con su cabeza contra mi panza.
—Te llevo.
Me arrepentiría seguramente. Ya lo estaba haciendo en realidad. Pero Kanya iba sí o sí a buscar la forma de ir, y prefería estar ahí cuidándola de los shedas.
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Una Decisión
Fantasy-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...