—¡Duele! —berreé con los ojos llorosos.
Y grité otra vez.
Jabér estaba arrastrando sus dedos por toda mi espalda, y con cada movimiento que daba me quemaba aún más. No lo estaba soportando. Dolía mucho y quise moverme de ahí, alejarme de sus manos para que no me siguiera lastimando. Pero no pude. Mi cuerpo no fue capaz de moverse ni un solo milímetro; me encontraba imposibilitada y a total merced de que aquel hombre siguiera quemándome. No había nada que pudiera hacer.
—Tú no tienes la culpa de que tu padre se alejara de ustedes —me dijo, raspando mi piel con sus dedos pulgares.
Solté otro grito doloroso.
—Tu madre no te culpa por ello —siguió y continuó arrastrando mi piel hacia abajo. Hacia afuera. Como si quisiera sacar de mi espalda mis pobres venas.
Yo lloré. Con cada palabra y cada arrastrada salían lágrimas incontrolables.
—Él tomó su decisión y no fue por tu causa —me dijo.
Jabér comenzó a hablarme de cosas que nunca le había contado a nadie.
Me habló de mis miedos; de alguna forma él sabía que yo temía alejarme. Temía que los shedas un día decidieran llevarme y no me permitieran volver a ver a mi familia. Temía que Leta muriera a causa de algún sheda; ella era más sensible que yo en cuanto a los seres que me visitaban, y temía que algún día me la arrebataran y yo no pudiera hacer nada al respecto. Tenía miedo de meter la pata y soltar mi lengua con mi familia y que otra vez a causa de los shedas ésta se dividiera. Temía no encontrar el amor; que no fuera capaz de enamorarme y, en caso de que sucediera: temía no poder compartir con el amor de mi vida el que yo veía cosas que los demás no. Temía ser rechazada. Temía no poder progresar en lo que con tanto esmero me esforzaba. Tenía miedo de morir. Y aún peor: tenía miedo de vivir, vivir y sentirme muerta.
De alguna forma Jabér lo sabía, todo eso lo sabía, y con cada palabra suya, y cada movimiento en mi espalda, logró consolarme. Cada palabra que salió de sus labios en respuesta a mis temores y miedos habían sido sanadoras.
Sus palabras fueron sanadoras.
Y continuó hablando.
Siguió hablando y sacando del fondo de mi corazón momentos y pensamientos que no recordaba tener. Pensamientos que me carcomieron en su momento y que al parecer no me había dado cuenta que fueron como polillas a mi alma; porque sí me siguieron comiendo aún cuando creí haber dado vuelta a la página.
Sacó del fondo momentos que había olvidado. Conversaciones y personas que en su momento me hicieron daño, y no fui capaz de ver las heridas que dejaron. Heridas que Jabér estaba curando. Lo sabía; con cada toque ardiente de sus dedos sacaba de mí lo que yo no fui capaz de sacar. Curó en menos tiempo lo que yo no fui capaz de curar en años. Sus dedos estaban siendo bálsamo a mi vida.
De pronto, su dedo se atoró por debajo de mi omóplato; como si se hubiera encontrado con una piedra en el camino. Una piedra muy grande.
—Aisha —me llamó—, no puedo continuar si no decides soltarlo.
Apreté mis dientes. Sabía a qué se refería: y no quise hacer lo que él quería.
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Una Decisión
Fantasía-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...