Papá llegó después de que termináramos de comer. Había regresado con toda la energía, pese a que se paró a las cuatro cuarenta y salió de la escuela a las casi cinco; yo no habría estado de buen humor con esa cantidad de sueño. Se puso a platicar con ambos chicos y Jessica y yo terminamos en mi habitación. Habíamos estado hable y hable en el comedor, pero cuando papá se adueñó de la conversación de machos, decidí mostrarle cómo había quedado mi cuarto.
Lo que más le había llamado la atención a Jessica había sido mi gran colección de libros.
—No me trago que hayas leído tantos —dijo, tapándose la boca sorprendida mientras observaba cada rincón de mi habitación.
Desde luego, la mayor parte de los libros estaban en el librero, pero mi mamá me había comprado tantos —la mayoría ya usados, cosa que me encantaba más— que tuve que acomodar algunos en las repisas, encima de mi escritorio, sobre mi baúl, varias pilas sobre el suelo, y otros más encima de los burós de mi cama.
—No los he leído todos —compensé apenada y orgullosa a la vez de mi colección.
—¿Has contado todos los que tienes?
—La última vez me quedé en doscientos ochenta y algo, pero después fue mi cumpleaños, y cerca de mi antigua casa había una librería de segunda mano... y mi mamá me compraba más, porque la señora siempre que le llegaban nuevos nos escribía para ver si los queríamos, y ya no los conté.
Se volvió al librero decidida y comenzó a contar lomo por lomo. Me paré de la cama y conté junto con ella.
Para cuando llegamos a los del baúl ya eran trescientos. Después fueron las pilas sobre el suelo, y cuando contamos los del escritorio la cifra se cerró en trescientos treinta y dos.
—Y de todos, me faltan leer cincuenta y siete.
—Me quiero morir —dijo, dejándose caer sobre mi cama—. Has leído doscientos setenta y cinco libros... ¿Cuánto tardas en leerte uno?
—Depende la cantidad de páginas, y de si me atrapa la historia. Si me engancha llego a terminarlo en uno o dos días.
—No puede ser —se frotó la cara—. ¿Cuál es el libro que hasta ahora ha tenido más páginas?
—Eh... —eché un vistazo al librero— Los pilares de la tierra; aunque, ahí depende el tamaño de letra y eso, porque El conde de Montecristo tiene muchísimas más creo.
—Por el grosor del libro.
—Ajá.
—Me quiero morir —repitió.
—¿Si te mueres me puedo quedar con tu cuarto? —dijo la voz de Leo desde fuera.
Papá, Najim y él, se detuvieron en la entrada de mi habitación.
—Mi fantasma seguirá viviendo en ese cuarto, así que no —le replicó.
Ante la mención de fantasmas Najim y yo nos vimos, y de pronto lo que con la conversación sobre libros se me había olvidado, volvió a mí de sopetón.
Tenía que encontrar el momento para hablar con Najim a solas.
—Ese es el que les decía —les dijo papá, quien se pasó hasta llegar a una figura de resina sobre mi repisa.
—¿No que no conocías a Goku? —me echó en cara Najim.
—Achis, ¿cuándo dije yo eso?
—Cuando estab... —se cortó, porque no podía mencionar en dónde—... ya sabes.
Jessica se levantó de golpe con interés.
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Una Decisión
Fantasy-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...