Capítulo 32

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Otra vez bajo el árbol, viendo a lo lejos la cancha donde mi hermana rodeaba conos y volvía a formarse para repetir la serie de ejercicios. Esta vez no estaba leyendo un libro por entretenimiento. Tenía sobre mis muslos mis cuadernos, escribiendo el montón de fórmulas tanto de matemáticas como de física. A mi lado estaba mi estuche azul con el montón de plumas de diferentes colores asomándose del cierre abierto. Me gustaba usar distintos colores para mis notas, aunque a la mera hora era la pluma negra y roja las que usaba para escribir. Si me daba tiempo a veces ponía un lindo título, pero no tenía conmigo mis plumones, así que me resigné a algo sencillo.

Me senté en el mismo lugar que hace una semana atrás. Miré constantemente la salida del parque a mi lado derecho. Tal vez vendría y se sentaría junto a mí como hizo el pasado martes, hablaríamos y podría ver nuevamente sus bellas facciones. Sus lindos ojos cafés.

Tomé de mi estuche la pluma verde y tracé varias líneas para los cálculos de la velocidad del problema que estaba resolviendo, y se sentó junto a mí.

Había estado tan concentrada que no lo vi venir, pero al sentir su sombra y cuerpo caer a mi costado, alcé la vista para encontrármelo.

Pero no era él.

—¿Estás bien? —me preguntó papá.

Miré su rostro y sus rizos negros que le caían en la frente

—Sí, ¿tú?

Su cercanía y la forma en la que cruzaba los brazos sobre sus piernas me pusieron alerta.

—Yo estoy bien —comenzó, con esa gran sonrisa que lo caracterizaba—. Quiero saber cómo estás tú.

Cambió el peso de lado para quedar en mayor comodidad. Yo por mi parte alcé las cejas esperando lo que pudiera resultar de esta iniciativa.

—Oye... —prosiguió tras el silencio—. Sé que nunca he hecho esto contigo. Desde un principio te mostraste apartada, y lo respeté porque la mayoría de las jovencitas son así. No tengo problema con eso, y no pretendo que te sientas atacada... solo... —se aclaró la garganta—. He estado notando un cambio en ti, sobre todo este último mes; más ahora que estamos aquí; y, aunque sé que no tengo el derecho de pedírtelo, quisiera que hablaras conmigo. Que me tengas la suficiente confianza para soltar lo que quieras soltar; a lo mejor algo que no le quieras decir a tu mamá... o si prefieres decírselo a ella, está increíble; aunque le he preguntado por lo que has pasado esta semana y no me ha dicho gran cosa... —Tenía los ojos en mí, pero los cambió en cualquier punto que no fuera mi cara—. Si son cosas de mujeres, pues háblenlo entre ustedes, porque, no soy mujer, obviamente —rio, y después su voz se volvió seria—, y no soy tu padre, pero quiero que sepas que en serio cuentas conmigo, y que sea lo que sea por lo que estés pesando no estás sola, y puedo ayudarte. O, al menos, intentaré ayudarte, porque obvio hay cosas en que tú madre te ayudará mejor pero... —Dejó su voz apagarse, y estiré mi mano para tocar su brazo. Nuestros ojos se encontraron y esbocé una sonrisa tierna.

Pude haber tenido el pulso a tope, pero mi respiración estaba tranquila, y, creo que esto es algo que tarde o temprano pasaría. Mejor temprano que tarde. Salvo, que necesitaba a mi mamá a mi lado. Mi estómago no soportaría ver la cara de incredulidad de Joan al no creerme tras contarle la verdad.

—Te agradezco que vinieras a hablar, y tu preocupación. Sí me gustaría compartirte muchas cosas, hablar contigo; pero me gustaría que —aquí sí sentí mi estómago revolverse un poco—... que mi mamá estuviera presente, porque no sé cómo decírtelo sola. ¿Está bien cuando volvamos a casa? Tal vez la conversación se alargaría, y Kanya...

Ambos miramos al frente, donde ella se pasaba el balón junto con una niña.

Volvimos la mirada para vernos.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora