Llevé mi mano hacia el piquete y me rasqué con verdadero vigor. Era un picor diferente al de los mosquitos. Sentí mis uñas rasgar levemente mi piel, y el área de la roncha me ardió bastante.
Creí que mi piel estaba satisfecha, pero tardé más en retirar la mano de mi hombro que en volverla a poner. Ardía. Quemaba. Nunca había sentido tanta necesidad de rascarme. Jamás.
—¡Te vas a lastimar! —vociferaron al unísono Marlon y Najim.
—Me pica mucho —gemí bajo.
—Déjame ver —pidió Najim, acercándose.
Tomó mi brazo, pasó su mano izquierda por debajo y con la derecha me agarró el codo. Acercó su rostro para observar la roncha.
Antes de atreverme a mirar el piquete miré su cara, y pude presenciar el momento exacto en que sus ojos se abrieron de golpe y eso me hizo dirigir rápidamente mi mirada al hombro.La roncha se había expandido, ya no era el puntito rojo que había visto hacía unos segundos antes. Y aparte de grande, ahora tenía de amigo un círculo rojo más grande que la propia roncha.
«No debí haberme rascado tan fuerte» pensé, con el ceño fruncido.
—No parece un piquete normal —pensó, ronco—, ¿eres alérgica a algo?
—No —contesté, con el estómago revuelto.
—Luce como una diana, de tiro con arco —dijo Marlon. Nuestros ojos se encontraron—. Mala mía, perdón.
—No, no, tienes razón —gemí. El dolor había aumentado más—. Sí parece una diana —agregué, con voz ahogada.
Marlon se acercó y tocó cerca del piquete, creo dijo algo, no la escuché. Ella, Najim y Jessica empezaron a dialogar, o a discutir, la verdad no lo sé, solo escuchaba sus voces de fondo, mi concentración se centraba en no llorar, el dolor ya no lo aguantaba. Necesitaba rascarme.
Sin pensarlo dirigí mi mano derecha sobre mi hombro para hacer mi cometido, pero Najim con su mano detuvo mi acción.
—No, te vas a lastimar más —su mirada era firme—. Leo ya fue por hielos.
Me giré para buscarlo, y al no encontrarlo supuse que era cierto. Decidí ser paciente y esperar la vuelta del chico rubio.
«No puedo volver a rascarme» me dije.
Si cedía a la llamada de la comezón, posiblemente ese círculo rojo se extendería, o mi comezón empeoraría. Y no quería eso.
Apreté los dientes y comencé a cantar una canción de mi mente, para olvidarme de la necesidad que tenía de rascarme. Se me olvidó la letra cuando iba por la mitad, así que volví a empezar, o esa era mi intención, pero vi a Leo llegar con un vaso de hielos en sus manos. Sacó rápidamente uno y lo colocó sobre mi piel. El frescor fue glorioso.
No pude darle las gracias inmediatamente, lo que salió de mi boca fue un suspiro de alivio al sentir el hielo sobre mi hombro caliente.
—Sí tiene mala vista —dijo, mientras con el hielo hacía pequeños círculos sobre mi hombro—. No creo que haya sido piquete de un insecto.
Elevé mis ojos para mirarle. Me volteó a ver.
—Gracias —le dije con voz calma—. Bajó el dolor.
Sonrió. Su rostro era mucho más dócil que el de su hermana. El chico frente a mí no parecía tener parentesco con Jessica. Claro, me refiero a su forma de expresarse y hablar, porque en lo físico ambos no negaban que la misma sangre circulaba por sus venas. Eran su misma versión pero en el sexo opuesto.
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Una Decisión
Fantasy-¿Qué está escrito? -pregunté en voz baja, observando atentamente aquello exótico. -El nombre de mi padre y el mío. Hasta ahí me atreví a tocar mi frente. No sentí diferencia, mis dedos palparon mi piel de siempre. Y las letras siguieron allí. -¿...