Capítulo 11

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Jamás había visto uno como el que tenía enfrente mío. Mi cuerpo se tensó más rápido que la velocidad de la luz. La cosa no era alta, podría decirse que pasaba la estatura de Kanya por apenas unos centímetros.

—¿Y si vas con mamá y papá? —le sugerí a mi hermana, sin desviar la vista de lo que estaba enfrente mío.

Aunque, no era tanto una sugerencia. Mi voz entrecortada había delatado que más bien era una súplica.

—¿Por qué? —demandó, paseando sus ojos en busca de algo que ella no podía ver.

—Por favor —pedí, tratando de tener control en la voz. No quería infundirle a Kanya más miedo del que ya tenía.

—Bueno —cedió.

Se dio la vuelta y salió de la habitación.

«Ay» me dije.

Ahora yo estaba sola con la criatura. Ni siquiera Leta estaba cerca.

Abrí los ojos de golpe.

«¿Y Leta?»

Me abstuve de mirar a mi alrededor en su búsqueda; no quería desviar la vista de la cosa frente a mí. ¿Y si se movía cuando yo dejara de verlo? Ese juego que tienen La Pantera Rosa y el ratón en el capítulo donde éste último se acerca lentamente cada vez que la pantera cierra los ojos... se ve más gracioso en pantalla que en vida real. Realmente no quería que el ratón de enfrente se acercara a mí, ésta pobre pantera que de rosa no tenía nada.

Sentí cómo mis pulmones se negaban a dejar entrar el aire por mi nariz para que pudiera bajar por mi tráquea y permitirme respirar. Mi cuerpo se negaba a moverse un centímetro.

Estas cosas nunca habían querido acercarse a mi familia, siempre era a mí a quien buscaban. Pero hoy estaba en el cuarto de Kanya. Y todavía peor. ¡Le había hablado! Conmigo nunca dirigieron palabra. Lo más cercano fue el contacto, y fue apenas hace una semana. Pero hoy estaba aquí. Con Kanya. Buscando no se qué cosa. Y yo estaba aquí. Enfrente suyo.

Escuché pasos subir la escalera, y yo no sabía qué hacer. ¿Le debía hablar al sheda? ¿Me salía del cuarto? ¿Me acercaba para confrontarlo? El que estaba enfrente mío no era el mismo demonio de siempre. Era completamente diferente. Y de alguna forma sabía que era más fuerte que el que se paseaba todas las noches por mi habitación. No podía hacer nada contra él. Ni siquiera el habla podía fluir en mis cuerdas bucales.

—¿Aisha?

Brinqué del susto y el aire entró de golpe a mis pulmones. Desvié la vista gracias al brinco, y el sheda ya no estaba frente a mí cuando giré mi rostro de regreso.

—¿Qué pasa? —inquirió papá.

—Nada —mentí en voz baja.

No quería quitar la vista de enfrente. ¿Y si el sheda volvía?

—¿Qué miras? —demandó mi mamá.

—La pared —hablé aún más bajo que antes, como si el sheda pudiera escucharnos e irrumpir bruscamente en la habitación.

—Estás asustando a Kanya —susurró mi mamá cerca de mi oído.

Su voz cerca y la forma en la que se alejó de mi oído hizo que me percatara del fuerte dolor que tenía en las sienes y entre las cejas. Me dieron ganas de vomitar.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora