Capítulo 43

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Marlon iba llegando a donde estaba Najim, y aceleré el paso para alcanzarlos.

—¿Qué te dijeron? —le preguntó, con sus bonitas cejas fruncidas.

—Eso —coincidí señalándola, con nada de aire.

—Tu casa no está lejos —declaró Najim, mirándome jocoso.

—No me gusta correr —exhalé, intentando recuperar al aliento—. ¿Cómo pasó?

Se estiró bajo su chaqueta de mezclilla y cruzó los brazos.

—Fuimos a comer ayer a casa de mi tía, y cuando nos recibió su cara no era la misma; fue como verle una máscara puesta, dos rostros, una malla que dividía sus facciones con las de un sheda. Y el sheda me dijo que no era bienvenido. Me lo escupió como si mi presencia le repeliera.

—¿Cómo fue su voz? —preguntó Marlon.

Su semblante cambió a serio.

—Parecía como si alguien hablara con una almohada sobre la cara, o bajo el agua. Las palabras eran lentas; sonaban como si no se estuvieran diciendo frente a mí, como si hubiera un cuarto acolchonado donde rebotara una grabación. Fue extraño.

Lo miré intrigada. Cuando escuché a Gadol hablar, fue un bisbiseo; me habló como si estuviéramos en una casa abandonada donde fuera ilegal hacer ruido y solo tocara susurrar; mas que susurrar, fue como si tuviera que leer sus labios por lo prohibido que era emitir sonido. Y aún así, cuando me habló lo hizo con una fuerza... una potestad que al recordar me hace temblar.

—¿Tu tía cómo te trató? —pregunté. Clavó sus ojos en mí.

—Igual que siempre. Creo. Nunca he sido su persona favorita, y ella tampoco la mía, pero no me trató diferente. —Recargó su espalda en el árbol—. Su rostro se desfiguró todas las veces que me habló a la cara, su sheda me veía a través de sus ojos, y sentí su odio hacia mí. Fastidios de shedas —se quejó, frunciendo la cara con enfado—. Y luego, en la noche, me despertaron sacudiéndome la cama, y su sheda fue quien estaba parado a mi lado.

—Tienen más poder —dijo Marlon, frunciendo los labios.

—Así las cosas deben ser —ratificó él—. Y cada día será peor. No me sorprenderá que dentro de unos años todos puedan verlos y hasta tocarlos.

Me horroricé.

—¿Tocar un sheda? —inquirí estupefacta.

—Si ellos ya nos tocan, buscarán que la gente los toque a ellos.

—¿Los han tocado? —exclamé, mirándolo primero a él y después a Marlon.

—Varias veces me han hecho tropezar.

—Y a mí me rasguñaron —agregó Marlon, jalando el cuello de su blusa para mostrarme una pequeña cicatriz, apenas visible, bajo su clavícula.

Se me salieron los ojos.

—¿Cuándo fue eso?

—Hace unos quince años, o dieciséis. No estaba consciente cuando sucedió, era muy pequeña.

Quedé impresionada.

—Yo solo he sido tocada una vez, en carretera cuando recién nos mudábamos. ¿La gente será tocada por ellos?

—Ya lo es —dijo Najim—; en el sentido que, podemos ver a los shedas encima de ellos, como sombras; pero es probable que llegue el día en que los podrán tocar con sus propias manos. Querrán tocarlos. Los alabarán por ser lo que son. —Se sacudió por los escalofríos.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora