Capítulo 4

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Abrí los ojos al sentir que una persona movía mi cuerpo.

—Perdón, no quería despertarte —dijo mi mamá—. Solo quería acomodarte dentro de las cobijas.

—Gracias —dije, con voz soñolienta.

—Descansa princesa —pronunció, mientras acariciaba mi frente—, hoy fue un día pesado.

—Sí... —contesté, dando un largo bostezo— Todavía me falta colgar mis cuadros y acomodar mis CD's en su lugar.

—¿Solo eso? —cuestionó con una sonrisa burlona.

—Bueno, eso y muchas cosas más —corregí, mientras frotaba mis ojos.

Mi mamá al darse cuenta de mi acción depositó un beso sobre mi frente.

—Te dejo dormir. Te amo.

—Te amo —respondí, mientras me giraba para quedar de espaldas a la puerta.

Quise regresar al sueño para saber quién era ese hombre. Quería volver a contemplar ese cielo tan espectacular; pero al volver a dormir, no soñé nada más.



Ya llevábamos una semana en nuestro nuevo hogar. Acomodé y reacomodé mi habitación dos veces: la cama había quedado de perfil y mi escritorio estaba a su izquierda, saliendo de mi baño propio; de frente a la puerta estaba la gran ventana y ahí coloqué mi teclado, la cama y rascadera de Leta; justo a la izquierda estaba mi librero con más de trescientos libros; el clóset estaba de frente a mi cama y a un lado el aparador de mis CD's.

A los pocos días de haber llegado mis papás buscaron un nuevo equipo de fútbol donde mi hermana pudiera jugar. Se llamaba Las Ninjas en Fuego. Y a juzgar por cómo mi hermana suele entrar por la cocina para tomar un trozo de pan, sí que era una ninja.

Leta no tardó en acostumbrarse a la casa y reclamó como suya una silla colgante de mimbre que se encontraba en la estancia que estaba fuera de nuestras habitaciones. Aunque realmente se la vivía en mi cuarto, donde yo siempre estaba.

Faltaban una semana y media para que la escuela comenzara, así que me tomé el tiempo de sacarle provecho. Primero exploré el pueblo en mi bici azul que me había obsequiado años atrás la novia de mi tío. Salí todos los días para adentrarme dentro del bello bosque que se encontraba a minuto y medio de mi casa. Disfrutaba mucho el olor de los árboles, sobre todo cuando recién llovía. Me gustaba pasearme entre ellos, era un lujo que no se me había permitido antes por vivir en la ciudad. Y en segundo, saqué mis lienzos nuevos y mi estuche con colores y pinturas acrílicas que me regalaron mis abuelos, para pintar a esa pequeña vaca que corrió intentando seguirnos. Era mucho mejor pintar cuando tienes la imagen fresca; y no dudé en apurarme.

Fui al cercano bosque para despejarme e inspirarme con la naturaleza y que así mi cuadro tuviera vida. Quedó tan precioso que no dejé de mirarlo todas las veces que pude y sonreí y reí al recordar el vivo momento de la vaca.

Como mi cuadro estuvo terminado, colgado, y que terminara el libro que estaba leyendo, decidí salir a pasear en mi bici al bosque. Pude observar a chicos de mi edad jugando con sus mascotas, o intentando coquetear con el sexo opuesto. Y un lindo perrito me persiguió, así que frené.

—¡Aisha, hola!

Elevé la cabeza y el perrito salió corriendo de nuevo.

—Hola —contesté alegre.

Era Marlon, una chica que vivía en la calle detrás de la mía. Ella me había hablado por primera vez al verme indecisa hacía cuatro días, pues no sabía qué camino del pueblo explorar primero, y me acompañó en mi travesía. Claro que ya había explorado con mi familia antes de mudarnos, pero no es lo mismo que hacerlo por tu cuenta; yo quería meterme por los callejones más escondidos de las calles, queriendo tener anécdotas buenas las cuales pudiera contar a mis nietos cuando éstos preguntaran: "¿Y tú qué hacías a nuestra edad, abuela?"

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora