Capítulo 36

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Pasé el borrador del lápiz sobre el pecho para darle luz al traje, y comencé a hacer la nariz y boca; ya me ocuparía de los ojos, que suele ser en lo que más me tardo; nunca me quedan iguales, por eso lo dejaba siempre al último. El cabello se veía bastante bien. Muy bien, si se me permite agregar. Y el traje, que no dibujé completo, igual se veía bien de bien; aunque sí me hubiera gustado agregar color, porque su fuerte azul era deleitoso a la vista.

Me trabé bastante tiempo en su sonrisa. Dibujarla no era fácil; porque yo quería hacerla tal y como era. Sin embargo el tonto lápiz no dibujaba las líneas dóciles, sino gruesas y rudas. Era la décimo octava vez que pasaba el borrador sobre la hoja.

—Ese es uno de tus problemas —me dijo suavemente.

—Me choca que me pase esto —gruñí y apreté el lápiz con mis doloridos dedos.

Alcé mis ojos y me apenó la reacción que tuve. Jabér no se merecía un trato así.

—Lo siento mucho —le dije con verdadero pesar.

—Deja a un lado el cuaderno. Ven.

Me levantó del suelo con el impulso de sus brazos.

—Cierra los ojos —dijo dulcemente.

Al hacerlo, a través de mis párpados percibía aún las luces del bosque.

—Todavía veo —dije.

—¿Qué sientes?

«Qué siento...»

Centré mi atención en cada extremidad de mi cuerpo.

—El viento... viene de allá —señalé la izquierda—. Siento cómo la suave tela de mi blusa roza mi panza por el movimiento. Mi cabello toca mi nariz; me hacen cosquillas las puntas y quisiera quitarme el mechón de encima. Siento mi mano mover el cabello y colocarlo detrás de la oreja. Mi arete me acarició el cuello —reí y me sobé el área con el hombro—. Siento su presencia a mi lado. El pasto juega con los dedos de mis pies... —No me había puesto mis pantuflas—. Me pica la costilla, se siente como un pequeño hormigueo. Ahora siento mis uñas rascar mi piel.

—Escucha y dime, qué sientes.

Contuve la respiración, y agudicé el oído.

Estuve a punto de abrir la boca, pero gracias al tiempo que llevaba conociendo a Jabér supe que su pregunta iba mucho más allá. No estaba segura de tener la respuesta que él buscaba, por eso me tomé el tiempo de escuchar. Escuchar. Escuchar. Escuchar.

Había aves revoloteando, y sus alas sacudían hojas. Podía oír las suaves pisadas de Mahir y Jayim a lo lejos, a mi derecha. Se escuchaban grillos. Y distintas aves. Cada una tenía un hablar diferente, y llegaba a mi oído con dulces cantares. Oía mi respiración. Lenta. Muuuy lenta; quería tener control de ella para poder escuchar mejor. Usé mis otros sentidos para captar algo que posiblemente se me estaba pasando, porque la respuesta a Jabér todavía no la poseía.

«Poseía...»

Retuve mi respiración por completo y solté el aire lentamente, prestando atención primero en las sensaciones en mi cabeza, en mi cuello, en mis hombros donde descansaba mi cabello, en mis brazos... Y dí con la respuesta.

—Mis dedos ya no están tensos —le dije. Lo escuché sonreír—. ¿Puedo abrir los ojos?

—Todas las veces que haga falta. Y tendrás que cerrarlos y ver sin ellos todas las veces que haga falta. Tienes que aprender a ver sin ver.

—¿Así? —bromeé tapándome los ojos.

Jabér apartó mis manos y colocó las suyas.

—Así.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora