Capítulo 38

14 1 0
                                    

Una pesada acidez era la que sentía. No comí, porque no tenía hambre. La culpa me tenía bien amarrada. Mi consciencia parecía ser mi enemiga; porque, digo, sigo aprendiendo, y aún así ella me taladraba haciéndome sentir bruta por ser capaz de ver shedas pero no a Jabér.

¿O será que así como en Rakia no veo shedas, no se puede ver a Jabér aquí?

Un ligero peso se me quitó de encima con esa idea; tal vez sí que no puedo verlo aquí. También me dije que no debía sentirme tan mal, porque sigo viendo a Jabér en Rakia, y lo vería hoy después del entrenamiento de Kanya.

Pero. ¿Y si llega algún día en que no pueda ver a Jabér, ni ir a Rakia? Mi corazón aceleró. No quiero que llegue ese momento. Espero sea tan solo una bruta idea, que no se vuelva realidad; porque ahí sí estaría perdida. ¿Qué haría yo si no pudiera ir a verlo, si jamás lo vuelvo a escuchar hablar, si llego a olvidar el color de sus ojos? Me faltaba el aire. Necesitaba respirar.

Me levanté del suelo e intenté controlar mi respiración escuchando mi entorno. Las ganas de llorar se esfumaron de golpe.

—¿Estás bien?

Jacques.

Mi corazón dio un vuelco en cuanto vi su rostro.

—Sí... —contesté, observando sus lindos ojos cafés.

No agregamos palabras mientras nos miramos. El silencio era nuestro amigo.

Mi estómago revoloteaba, pero detuve a las mariposas y me recordé —mejor dicho me forcé a recordar— que Jacques no podría gustarme si no veía lo que yo. O por lo menos que creyera...

Me armé de valor para preguntarle lo que tal vez haría que perdiera interés en mí y que me viera como un bicho raro. Pero mejor así porque ¿cómo saldría yo con alguien con quien no puedo ser yo, ni compartir lo que vivo?, ¿alguien que si le digo la verdad pensará lo más anormal de mí?

Suspiré para mis adentros.

—¿Crees en lo paranormal? —Era un buen inicio de pregunta, porque mucha gente sí cree en lo paranormal; y dependiendo la respuesta que me diera podría preguntar lo importante: Si los ve.

Su mirada bajó de mi frente a mis ojos, frunciendo las cejas con curiosidad.

—¿Tú sí?

Esa no era una respuesta.

—Quiero saber si tú crees.

Levantó la comisura de sus labios.

—Sí —contestó sin más—. No es difícil figurarte que no somos los únicos en el planeta; hay fuerzas más allá de la comprensión humana.

Me sorprendí. Sonreí. Ahora la pregunta final no parecía tan complicada.

—¿Y los has visto?

Abrió los ojos; me escudriñó con la mirada, como si hubiera algo más detrás de mis palabras.

—¿Cómo?, ¿los espíritus?

—Sí..., como... sombras, o seres extraños que no parecen humanos.

Tardó en reaccionar.

—¿Tú los ves?

Mis piernas me temblaban.

—Sí.

—¿Es broma?

Me molesté una milésima de segundos.

—No. Solo quiero saber si tú los ves, o si has llegado a ver uno...

Mordí el interior de mi mejilla. Comencé a zapatear. Sus ojos me recorrían con asombro.

Una DecisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora