Príncipe venenoso
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«Eres una buena niña, has sido criada para ser una buena dama, y creo que ha llegado el momento de que te conviertas en una buena esposa...»
En resumen eso era lo que decía la carta que recibió Candy esa mañana, estaba muy lejos de lo que esperaba especialmente la parte donde decía: "Que te conviertes en una buena esposa". Dejó de lado el papel había estado mirando durante mucho tiempo, y resuelta pensó que aquello era absolutamente ridículo. La conclusión era siempre la misma. Se levantó y caminó hacia a la ventana, era una tarde en la que el sol de primavera era deslumbrante, pudo haberse sentido extasiada ante el esplendor del hermoso día, pero contrario a eso, solo consiguió estar más triste.
Abrió la ventana que rechinaba, se sentó en el marco y abrazó sus rodillas. La mansión Lanyer fue construida en lo más alto del terreno y se podía ver el paisaje del pueblo de solo un vistazo. La mirada de Candy vagó lentamente por las colinas de suaves pendientes, cubiertas de huertos de manzana que crecían junto al arroyo y los pinos ya amarillos. Observó una silla sin dueño que yacía a un lado del jardín.
Al mundo no le interesan las desgracias de los seres humanos.
La frase que daba vueltas en su cabeza, tocó la fibra sensible de Candy. Aunque había perdido su amada familia y ahora estaba a punto de ser expulsada de su casa, el mundo deslumbraba lleno de energía por la primavera, y era despiadadamente hermoso. Sonrió débilmente entre lágrimas, si su abuelo escuchara sus quejas seguramente se reiría, y entonces, con su tono tranquilo mezclado con un poco de cinismo le diría: "Eres afortunada". Sí, él le hubiese dicho eso, lo haría si tan solo viviera.
—¡Señorita Candy! ¡Lady Candy!
La voz de la señorita Pony, gritaba desde el otro lado del pasillo, la sacó de sus pensamientos.
—¡Ya es hora del almuerzo!
—Sí, bajaré enseguida.
Candy se apresuró a bajar del alféizar de la ventana, escondió la carta en un cajón para que no llamara la atención y se acomodó la ropa desordenada.
—Está bien, todo estará bien —Murmuró como citando un hechizo mientras bajaba corriendo hacia el comedor.
—Candy, ya te reuniste con el abogado —preguntó la señora Lanyer.
—No, abuela, todavía no —respondió apresuradamente en tono firme—. Me reuniré con él antes de que acabe la semana.
—Sí, espero que puedas resolverlo —dijo la anciana en un suspiro.
Jane Lanyer inició hablando del clima y cuando terminó la comida, dirigió la charla como un cincel hacia el tema principal. Candy trató de mantener una actitud tranquila, pero se sintió ansiosa ante la mirada de su abuela. El sol se reflejó sobre ella, que permanecía sentada con el cuerpo recto. Los latidos de su corazón eran rápidos, tenía los labios secos y las yemas de los dedos blancas. Afortunadamente la baronesa Lanyer asintió y no le hizo más preguntas.
El comedor estaba demasiado silencioso, entonces Candy la miró de reojo con las manos sobre sus rodillas. Estaba segura de que la veía más vieja y débil que hace un mes atrás. Su pobre viejita, quien había perdido a su marido de la noche a la mañana, ahora tenía que entregar todas sus riquezas. «No puedo decirle la verdad», pensó mientras seguía tiesa como una estatua. No, jamás le diría la verdad, ya se había reunido con un abogado y su respuesta fue no fue muy diferente de lo que ya sabía. La propiedad del barón Lanyer debía ser heredada a su sobrino al no tener un hijo varón.
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FLOR VENDIDA
RomanceLady Candice es lanzada al mercado matrimonial tras ser engañada con la promesa de que si accedía a ser una debutante, podría conservar la propiedad de sus abuelos, los barones de Lanyer, quienes estaban en una precaria situación financiera. El prí...