Capítulo 25

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La dueña de sus preocupaciones

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—Oye, cariño, cálmate —dijo Bárbara sorprendida por la situación—. No puedes hacer esto, no importa cuán enojado estés, ella tiene otra fiesta a la que asistir mañana.

—¿Fiesta? Ella es una libertina, lo único que hará es humillar nuestro apellido si va a esas malditas fiestas —gritó Elyan.

Candy miró el periódico en el suelo, pero no pudo leer las pequeñas palabras del artículo. Pudo comprender el contexto y se preguntó cómo un rumor tan insignificante podría considerarse una noticia digna. Sin embargo, pareció ser suficiente para convencer a su padre, quien no le daría la oportunidad de explicar nada. Lo miró y le dolió ver la ira en su rostro. Se sintió tan humillada que podría llorar, pero las lágrimas no brotaron. Ya ni siquiera sabía cómo llorar.

—¿Por qué tenías que volverte codiciosa y crear todo éste escándalo? Justo en este momento de nuestras vidas. ¡Dios! Todos esos buenos matrimonios que vamos a perder debido a esto. —Elyan siguió furioso.

Las palabras zumbaron en la cabeza de Candy, su ira se derramó hacia ella, pero ella lo miró con cara inexpresiva. Podría quedarse callada ante cualquier insulto, pero menos ante una cosa.

«¿Mi padre quiere venderme?»

Sabía lo que la gente susurraba mientras la miraban con desdén y difundían rumores maliciosos sobre ella. A ella realmente no le importaba porque nada de eso era cierto. Pero al parecer ella confió demasiado en su padre y ese era el hecho que más le dolía. Compartían la misma sangre, era carne de su carne, y aún así...

El deseo de muchos padres era encontrar una pareja adecuada para su hija. Para ubicarla dentro de una buena familia. Su padre también deseaba lo mismo, pero al parecer a ella nunca se le dio a elegir en el asunto. Sin embargo, no importa cuales fueran sus intenciones, definitivamente ella no daría su mano a ninguno. El matrimonio no estaba en sus planes.

—¿De verdad estoy aquí para que me vendan al mejor postor? ¿Es así como tratas a tu propia hija? —dijo Candy.

Su voz era el susurro más suave y dudaba que su padre la escuchara, pero lo miró fijamente y eso provocó un escalofrío en la columna de Elyan. Candy se puso de pie mientras el vizconde suspiraba bruscamente.

—Por favor, padre, no me hagas esto. —Su voz temblaba por el miedo de enfrentarse a su padre, pero se mantuvo firme—. ¿Cómo puedes tratarme así? Sé que me has ignorado durante todo este tiempo, pero sigo siendo tu hija. ¿Cómo puedes ser tan despiadado?

—Niña tonta. ¿Crees que vivir aquí por un año sería suficiente para pagar la deuda? ¡Esos viejos barones te han convertido en la más ingenua de todas!

—No tienes derecho a insultarlos, son mejores personas de lo que tú jamás serás. —Candy resopló con rabia.

—Tengo el derecho que se me otorga como tu padre y estoy más que calificado para comentar —gritó Elyan erizado de orgullo—. Quieren que envejezcas como ellos, consumiéndote en algún rincón decrépito de algún pueblo olvidado. Al menos yo me preocupo por un buen futuro para ti, así que déjate de la inmadurez y empieza a seguir mis instrucciones.

Candy se mostró estoica ante la furia de su padre. Incluso cuando él se inclinó el rostro a centímetros del suyo, ella se mantuvo derecha y no retrocedió. Podía ver que sus ojos se volvían cada vez más feroces mientras la miraban.

FLOR VENDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora