Capítulo 40

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La dama caída

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La casa de Abel estaba vacía y la puerta permanecía cerrada. Candy golpeó la madera una vez más, pero aún no había movimiento más allá de lo que podía detectar.

El viento la azotó y la hizo tambalearse un poco. Pudo recuperarse, pero mientras tanto soltó su baúl. No podía hacer nada más que verlo traquetear por los escalones de piedra. Con un suspiro reservado, sacó la carta que había preparado y la deslizó entre la rendija de la puerta.

Mientras levantaba el baúl nuevamente, la manija se rompió y Candy pudo sentir que su corazón se hundió por frustración. Era solo una manija, pero por alguna razón, fue el gatillo que desató una gran tristeza. Cerró los ojos con fuerza, tratando de luchar contra las emociones negativas.

Volvió a abrir los ojos, arrastró el baúl hasta las escaleras y miró a ver si podía arreglarlo de alguna manera, pero no sirvió de nada, la bisagra y el cierre que lo sujetaban estaban completamente rotos. Abatida, Candy se dejó caer en el último escalón y se puso de mal humor.

Miró hacia la carretera, tratando de pensar en qué hacer, pero un baúl roto era una eventualidad con la que no contaba, y no le gustaba la idea de arrastrar la cosa pesada por la ciudad. Así que esperó a Abel.

Bajó la cabeza cuando la gente pasó junto a ella, los recuerdos de la noche anterior de repente le vinieron a la mente, no quería que la gente la reconociera y generara aún más rumores y escándalos.

La larga espera continuó durante todo el día y hasta la puesta del sol. Tuvo el presentimiento de que Abel no iba a volver. Si no regresaba antes del atardecer. ¿Qué iba a hacer ella ahora? No había forma de que pudiera quedarse en la ciudad por más tiempo.

El cansancio comenzaba a apoderarse de ella. Apoyó la cabeza sobre los brazos cruzados en las rodillas, al rato la sorprendió la voz de un hombre.

—¿Candy?

Levantó la vista cuando la voz del hombre la llamó, resonando por toda la calle, sus ojos llorosos le impidieron ver quién era, pero la voz era inconfundible.

—Abel, ¿todavía estás aquí? —No había posibilidad de que pudiera luchar contra la sonrisa que se extendió por su rostro, incluso mientras pensaba en cómo él había roto su promesa.

Abel corrió hacia ella, su rostro era sombrío.

—¿Qué pasa, Abel? —La sonrisa de Candy se desvaneció.

—Yo... uh... necesito llevarte al hospital —dijo Abel rotundamente. Entonces notó los moretones y los cortes a medio curar en el rostro de Candy—. ¿Qué te pasó en la cara? ¿Fue tu padre? ¿Ese bastardo te puso las manos encima?

—Eso ya no importa ¿Dime qué está pasando? ¿por qué te ves tan abatido? —preguntó ella.

Había tanto de qué hablar, tantas preguntas que quería hacer, pero la más importante por ahora era ¿Por qué debían ir al hospital?

—Es tu abuela, Candy, ven, tenemos que irnos de inmediato —dijo Abel y tomó su mano como para guiarla todo el camino.

Candy sintió su corazón latir en desesperación.

—¿Qué? Abel, espera, ¿qué le pasó a mi abuela y por qué está en la ciudad?


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FLOR VENDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora