Capítulo 69

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Odio, frustración y amor

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—Iré solo.

Ante esa orden, los pasos apresurados que pisaban los talones de William se detuvieron en seco en la oscura catedral. Todos los ojos estaban centrados en él.

—Alteza, por favor, está oscuro y las escaleras son muy empinadas —protestaron.

—No —espetó William.

Se acercó al conserje de la catedral con la mano extendida. Instintivamente el hombre inclinó la cabeza, luego se dio cuenta de lo que buscaba el príncipe y le entregó las llaves y la lámpara. William caminó hacia la puerta que conducía a las escaleras. Mientras suspiraba, su aliento salió como una espesa nube blanca que rápidamente se evaporó.

—¡Haish! Todo esto porque no celebré tu cumpleaños.

Cuando escuchó por primera vez que su esposa se había escapado, no pudo evitar reírse, le parecía absurdo, muy infantil. Ella era la princesa de un país en una tierra extranjera, realmente era absurdo. Si ella hubiera querido causar tanto revuelo, al menos podría haberle advertido a él primero.

Cuando la diversión dio paso a la frustración y la ira, recordó el regalo que su esposa le había pedido, cuando estaban sentados tomando té justo al otro lado de la calle. Quería subir a la cúpula, como todos los demás amantes y besarse cuando sonaran las campanas.

No podía creer que recordara esa petición con tanto detalle. Recordó sus mejillas sonrojadas, el tímido susurro de su voz mientras hablaba y la brillante sonrisa en su rostro. Fue entonces cuando se le ocurrió que ella debía haber venido a la catedral.

Ya habían pasado varias horas desde que la había cerrado, pero William tuvo una fuerte sensación en sus entrañas de que era a donde tenía que ir. Cuando llegó allí y no encontró señales de Candy, sintió la necesidad de revisar la cúpula.

No tenía sentido que alguien todavía estuviera allí arriba, especialmente en esta noche nevada, pero tenía que comprobarlo, necesitaba estar seguro.

Llegó aproximadamente a la mitad cuando su respiración se interrumpió y comenzó a jadear. Descansando un segundo, se rió para sí mismo. Las parejas que llegaban a la cima estarían juntas para siempre, había dicho Candy. Estúpidas iglesias y sus estúpidas supersticiones.

—Maldita Felia, malditas escaleras, maldita sea... —Estuvo a punto de decir Candy, pero se detuvo.

Con cada escalón que subía, se cansaba cada vez más. Le ardían los muslos y su aliento era caliente. Cada vez era más difícil creer que Candy hubiera hecho esa escalada ella misma. Con sus pies delicados y su vestido de encaje pesado. William subió con dificultad el último tramo de escaleras, con la mente dispersa por todos lados, tratando de no pensar en el ardor en sus muslos y la tensión creciente en sus pantorrillas. Se obligó a dar un paso más, hasta que finalmente estuvo parado frente a la puerta.

Haciendo una pausa por un momento para recuperar el aliento y controlar su respiración, quitó la cerradura y abrió las puertas de hierro que crujieron al moverse. Cruzó la puerta y salió a un mundo completamente diferente. Estaba tan tranquilo y sereno que se podía oír caer los copos de nieve. Era acogedor y frío, no parecía realista. Caminó por el balcón hasta que encontró un banco escondido detrás de una gárgola. Sobre el banco había un pequeño bulto envuelto en una capa azul y temblando.

FLOR VENDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora