Lirio del valle
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Había una gran multitud frente a él, William no parecía estar nervioso ante el asedio. Para él, que había sido el interés de todo el reino desde el momento en que nació, tal escena le era tan familiar como respirar, sin embargo, aún sentía esa ligera incomodidad en su interior cada vez que era el centro de atención, pero era un sentimiento que había logrado gestionar, entonces al final, tampoco era nuevo para él.
—¡Un paso atrás! ¡Retrocedan!
Los fuertes gritos de sus sirvientes resonaron en la plataforma llena de gente. Incluso en medio de todo el caos y los ruidos, los espectadores escucharon la petición y se retiraron lentamente; allanando el camino para la procesión de su alteza. Con una postura erguida llena de dignidad, se abrió paso en medio de la multitud apartada, intercambiando saludos con quienes lo saludaban e interactuando amablemente con los ciudadanos. Tales acciones se habían convertido en un hábito para él después de haberlo hecho repetidamente a lo largo de los años.
La chica rubia con el rostro enrojecido y lleno de pecas, era para William una espectadora más en medio de la bulliciosa multitud, sin embargo, el aspecto único de la pequeña dama hizo que él la mirara un poco más de lo necesario. Llevaba un vestido rústico, anticuado, envuelto en encaje, con cintas que la hacían parecer como si viniera del siglo pasado. Ah, pero un vestido floral pasado de moda no era suficiente, el sombrero que llevaba también complementaba armoniosamente la estética de su vestido. Con tales pensamientos en su cabeza, pasó junto a la interesante dama.
Se volvió una vez más, pero esta vez para echar un vistazo a un hombre que gritaba con fuerza. El sujeto que condenaba al príncipe por ser un hijo pródigo de la realeza, se tambaleó hacia atrás después de recibir inesperadamente la mirada del mismo. Contrario a lo que se esperaba, el rubio príncipe le sonrió amablemente con la misma sonrisa que mostraba hacia los demás, permaneciendo relajado y digno como si estuviera dando un paseo vespertino por los jardines reales. William avanzó tranquilamente hacia el tren que acababa de entrar en la plataforma, sin dar más atención a las caras sin sentido que ni siquiera se molestaría en recordar.
El hecho de saber la dirección no ayudó mucho. Candy estaba perdida como aguja en un pajar. Había estado vagando por quién sabe cuánto tiempo hasta el agotamiento, y la oscuridad ya había caído sobre la ciudad. Caminaba sin rumbo fijo en una plaza en Tara Boulevard cuando se topó con una fuente de agua. Con su cuerpo cansado, se tambaleó hacia dicha fuente para descansar; sin olvidar dejar un pañuelo sobre el muro de piedra antes de sentarse. Deseaba acostarse un poco para aliviar su cansancio, pero sabía que tal acción no era propia de una dama.
Había optado por usar su vestido favorito ese día, un vestido de muselina que le regaló su abuela en su último cumpleaños. No era que quisiera quedar bien con su padre, pero eso no justificaba ninguna acción que careciera de los modales y la dignidad propias de una dama. Por eso tenía que mantener su vestido limpio, incluso si tenía que soportar dificultades para hacerlo.
Tranquila y elegante, en cualquier momento y lugar.
Era un lema de vida que había heredado de su abuela y también era un legado que quería mantener. Aunque heredó el apellido White, ella era la inconfundible dama de la familia Lanyer, tenía la obligación de defender sus principios. Pensando en su abuela, ajustó meticulosamente el vestido regresandolo a su condición prístina.
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FLOR VENDIDA
RomanceLady Candice es lanzada al mercado matrimonial tras ser engañada con la promesa de que si accedía a ser una debutante, podría conservar la propiedad de sus abuelos, los barones de Lanyer, quienes estaban en una precaria situación financiera. El prí...