Llévame a la estación
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Candy pasó por la plaza Tara poco después de las cinco. Llevaba un sombrero de ala ancha y una capa con capucha que apenas la protegían del viento y la lluvia. Cuando finalmente llegó a la fuente, apoyó la maleta en la barandilla y respiró hondo.
—Solo espera un poco más. —Siguió murmurando para sí misma.
Levantó la maleta y siguió adelante una vez más, deteniéndose solo una vez que llegó a la parada del carruaje. El paraguas era prácticamente inútil con ese viento, se había roto varias veces, y cuando ella intentaba devolverlo a su forma original, este se volvía a torcer y trataba de salir volando de su manos.
—Te ves como tu madre. —Elyan White había dicho antes de dejarla hecha un desastre en su dormitorio—. No sé cómo te crió ese viejo, pero aquí si te equivocas, te castigan. —Miró a Candy, que era como una muñeca de trapo rota en el suelo, luego se alejó casualmente.
Lisa había llegado a su lado y había llorado por ella. Lo raro era que Candy no estaba triste. Solo pensaba en que todo iba a estar bien, que todo terminaría a la mañana siguiente. Dejó que Lisa atendiera sus heridas y tomó la medicina que le trajo. No se saltó la cena, asegurándose de masticar bien y tragar. Quería asegurarse de que todo saliera como debería para poder irse a salvo. No quería pensar en nada más.
El sonido de los caballos que se acercaban hizo que Candy agachara la cabeza y ocultara el rostro, sin embargo, el carruaje estaba vacío, la gente era muy reacia a aventurarse bajo la lluvia. Subió y se mantuvo en el rincón más alejado, manteniéndose lo más oculta posible de las miradas de otros. Permaneció encorvada en la esquina hasta que el carruaje finalmente se detuvo en la vieja torre del reloj cerca de la estación.
***
—¿Qué está sucediendo? —El pánico en la voz de Abel hizo que las palabras parecieran más contundentes de lo que pretendía.
—Lo siento señor, un desprendimiento de rocas está bloqueando las vías, vamos a estar atrapados aquí por un tiempo. —El conductor respondió ignorando el tono áspero de Abel.
—¿Por cuánto tiempo? —Las líneas de preocupación arrugaron su frente cuando escuchó la noticia.
—Es difícil saberlo en este momento, nos pondremos en marcha tan pronto como podamos, no se preocupe, señor.
Abel dejó de pasearse por el vagón y volvió a su reservado. Un hombre de mediana edad estaba sentado en el asiento opuesto leyendo un periódico. Abel miró por la ventana y vio pasar las cuadrillas empapadas, se disponían a quitar las rocas del camino, al parecer el trabajo tomaría mucho tiempo.
—No tiene sentido estresarse, mi querido muchacho —dijo el anciano sin dejar de mirar el papel—. Los derrumbes son bastante frecuentes por estos lados. ¿Por qué no comes algo?
—No, gracias —dijo Abel—. No tengo hambre en este momento.
—Bueno, pero no te pierdas demasiado en tus preocupaciones, eso no será saludable para ti. ¡Ah! estos muchachos —comentó el anciano, cerró el periodico y se retiró.
Abel se quedó solo en la cabina y el silencio aumentó su ansiedad. No podía creer su suerte. Pensó que era bueno que el tren llegará casi una hora antes del tiempo asignado, pero al aparecer no era más que una jugarreta del destino. Todo se estaba saliendo de control, la situación era lo suficientemente extraña como para pensar que alguien estaba tratando de sabotearlo a propósito.

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FLOR VENDIDA
RomantizmLady Candice es lanzada al mercado matrimonial tras ser engañada con la promesa de que si accedía a ser una debutante, podría conservar la propiedad de sus abuelos, los barones de Lanyer, quienes estaban en una precaria situación financiera. El prí...