Capítulo 26

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Déjame ayudarte

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—Fui una tonta. No debí haber confiado en mi padre. —dijo Candy antes de tomar un sorbo de leche. El vaso todavía estaba tibio cuando lo apretó en sus manos. Su cabeza estaba un poco más tranquila ahora que tenía tiempo para ordenar sus pensamientos. Ya no quería tener nada que ver con su padre—. Siento mucho molestarte así —agregó después de tomar otro sorbo. Cuando recuperó la compostura, se volvió hacia Abel—. Eres el único que me ha cuidado... —Inclinó la cabeza mientras dejaba que las palabras se desvanecieran.

—No es necesario que me agradezcas, como dije, cada vez que necesites ayuda, ven a buscarme. —Abel dibujó una cálida sonrisa. Se levantó y tomó el vaso vacío de Candy y lo devolvió a la cocina. Cuando regresó, sostenía una manta grande.

Los ojos de Candy se abrieron grandemente cuando la reconoció.

—¡La manta de mi abuela! —Sonrió cuando Abel se la echó sobre los hombros. Su labio partido aún dolía, y podía saborear la sangre en su boca, pero aquello no fue impedimento para que pusiese sonreir.

—Sí, aún la conservo, fue un regalo de felicitación de la baronesa Lanyer —dijo Abel. Volvió a sentarse y recordó la vez que la anciana le dio la manta. Ella le había dicho que la usara siempre, incluso en verano, y especialmente en la ciudad, donde abundaban las enfermedades.

La tranquilidad de Abel se convirtió nuevamente en cólera ardiente mientras regresaba su mente al presente. No pudo evitar sentir resentimiento por el vizconde White, por tratar a la joya de la familia White como lo hizo.

—¿Quieres que te lleve de vuelta a Bertford? —Era una pregunta impulsiva, pero eso no significaba que Abel no lo dijera en serio.

—Me encantaría, quiero hacerlo, pero... ahora mismo no puedo —dijo Candy, con la mirada baja—. Si rompo el contrato, perderemos nuestra casa.

—¿Contrato?

—Sí, casarme, según la petición de mi padre. —Los nudillos de Candy se pusieron blancos cuando apretó el dobladillo de la manta.

—No puedes quedarte aquí así, terminarás más herida de lo que estás.

—Lo sé, pero no te preocupes, no dejaré que mi padre me venda a un viejo pervertido repugnante. Encontraré una manera.

—¿Por qué te aferras a esa casa? Sé cuánto valoras el lugar, pero no puedes decirme que lo valoras más que tu propia vida. —Abel se acercó a Candy y la rodeó con un brazo.

—Porque entonces no tendríamos a dónde ir.

Candy lo miró con ojos hinchados y tristes. No es que ella no lo hubiera pensado, lo había pensado mucho. Incluso si juntaban todo el dinero que podían, jamás lograría cubrir la suma.

—Puedo ayudarle. Pronto conseguiré mucho dinero con la venta de mis cuadros. No es un montón de dinero, pero será suficiente para que tú y tu abuela encuentren un lugar en el campo.

—No, Abel, no puedes hacer eso.

—No te preocupes, consideralo un préstamo de por vida. Puedes devolvérmelo en el transcurso de cien años, sin intereses. —Abel finalmente transmitió los pensamientos que lo habían estado atormentando desde la primera vez que vio a Candy en la ciudad.

—No, no puedes hacer eso, es tu trabajo, por el que te has esforzado tanto.

—Sí puedo, es mi dinero y puedo hacer lo que quiera con él, y elijo ayudarte. —Abel esperaba esta reacción de Candy, ella era una joven respetuosa y tranquilamente siguió tratando de convencerla de que aceptara su ayuda—. Piensa de manera realista, Candy, tu padre te venderá antes de que finalice el otoño, incluso antes de eso si es posible. Es casi imposible para ti recaudar suficiente dinero antes de esa fecha.

FLOR VENDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora