51. Abril

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Cuando abrí los ojos fui consciente de todo

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Cuando abrí los ojos fui consciente de todo. Del dolor que recorría todo mi cuerpo. Del cansancio. Del tacto suave de la manta que me cubría. Era consciente de que algo había pasado pero tenía los recuerdos borrosos. Recordaba haberme ido de fiesta con Carlota, Miri y Claudia. Recordaba que nos pasamos la noche bailando, bebiendo, saltando y gritando a todo pulmón las canciones que ponían en aquella discoteca. Recordaba echar muchísimo de menos a Drew durante el momento de las campanadas. Y también como me había dicho que era lo mejor de su vida, ¿o había sido yo? Eso estaba confuso. También estaba confuso el momento de irnos a casa, estaba cansada pero no lograba recordar si Carlota o Miri me había acompañado. O quizá había vuelto sola. Creo que insistí en irme sola y coger un taxi, que no iba a pasar nada les repetí.

No iba a pasar nada.

Alguien entró conmigo en el portal de mi casa. Alguien me arrinconó contra la pared. Me golpeó. Recuerdo que mi cabeza se golpeó contra la puerta del ascensor. Después tan solo recuerdos borrosos de gritos, llantos y personas hablándome con voz tranquila.

Me giré en la cama. Mi cama, tan blandita y calentita como siempre. Sofoqué un grito de dolor al tumbarme sobre mi lado derecho. Me dolían las costillas, la rodilla y la cara. Por no hablar de la cabeza, me dolía como si tuviese a miles de monos golpeándome todo el rato. Miré el reloj y vi que ya eran pasadas las dos del mediodía, así que hice un esfuerzo para levantarme. Primero me senté en la cama y me quedé un rato quieta deseando que la habitación dejara de moverse. Cerré los ojos y me pareció escuchar unos susurros que venían del salón. Hacía mucho frío o quizás es que mi temperatura corporal era demasiado baja, me coloqué la bata azul que reposaba a los pies de la cama y salí de la habitación dando pequeños pasitos; me quedé en el pasillo y desde allí grité a mi madre.

—¿Mamá? ¿Me haces de comer? Tengo hambre... —eso último fue tan solo un susurro, como si me costara hablar.

—¡Ya voy!

Tragué saliva y volví a mi habitación, me senté en la cama y esperé a que mi madre me trajera algo de comer. Escuché unos pasos titubeantes que se acercaban por el pasillo, no reconocí su forma de andar y cuando apareció en el marco de la puerta me costó procesar lo que estaban viendo mis ojos.

—¿Qué...?

El corazón me dio un vuelco. Los ojos empezaron a escocerme y la garganta me dolía horrores. Me levanté despacio y alargué los brazos esperando a que se acercara, no tardó ni un segundo en eliminar esa pequeña distancia que había entre los dos y mis brazos rodearon su cintura. Entonces tan solo me limité a llorar mientras me acariciaba el cabello con dulzura, sabía que me estaba susurrando cosas al oído pero no escuchaba. Estaba más pendiente de abrazarlo con fuerza que de otra cosa porque era la única persona que podía salvarme. Era mi salvavidas, mi refugio. Lo necesitaba tanto como el respirar. Lo necesitaba como un pez necesita el mar para vivir.

—No llores sweetie —susurró—, ya estoy aquí, ya estoy aquí...

Me aferré más a él como Rose se aferraba a esa tabla de madera en medio del mar helado después del hundimiento del Titanic. Escuchaba a su corazón latir frenético. Notaba uno de sus brazos abrazándome con fuerza por los hombros. Sentía como con la otra mano me acariciaba con dulzura el rostro mientras me besaba en la cabeza. Vi que llevaba una camisa blanca medio desabrochada y arremangada hacia los codos. Me separé un poquito de él para comprobar que iba vestido como si hubiese venido de una fiesta elegante. Entonces mis pobres neuronas conectaron y me di cuenta de que lo más probable era que hubiese venido directamente desde la fiesta de fin de año en Londres hasta mi casa y eso me hizo llorar más porque tenía al chico más maravilloso del mundo a mi lado.

Siempre nos quedará Londres #1  #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora