45. Andrew

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Cuando volví de la farmacia, el autocar ya estaba en la parada y Abril estaba rodeada por Claudia y otra chica que no me acordaba de su nombre; la pobre tenía las mejillas sonrojadas y parecía que lo estaba pasando realmente mal con esas dos

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Cuando volví de la farmacia, el autocar ya estaba en la parada y Abril estaba rodeada por Claudia y otra chica que no me acordaba de su nombre; la pobre tenía las mejillas sonrojadas y parecía que lo estaba pasando realmente mal con esas dos. Al acercarme, escondí la bolsa en uno de los bolsillos del abrigo que por suerte eran gigantes y Abril pareció respirar tranquila; me agarró del brazo y tiró de mí para que entrásemos al autocar con rapidez.

—¿Pero qué te pasa? —le pregunté mientras nos sentábamos.

—Les he dicho que has ido a comprar tabaco, tú disimula.

Miró con auténtico pavor a las chicas que se sentaron delante de nosotros y Claudia clavó sus oscuros ojos en mí.

—Espero que sean de máxima calidad, ¿eh? Recuerda lo que te dijo Miri: no quiere ser tía.

Casi me atraganté con mi propia saliva. Noté como la sangre se me empezaba a acumular en las mejillas y desvié la mirada hacia la ventana para no mirar a ninguna de las chicas.

—¡Dejadlo en paz! —exclamó Abril que por lo que intuía seguro que también estaba rojísima.

—Qué mona —comentó la chica que no me acordaba de su nombre—. Como lo defiende.

—Qué asco me da el amor. —Claudia empezó a hacer sonidos como de estar vomitando mientras yo seguía observando por la ventana.

—Clau no seas pesada, gírate que te vas a marear.

Por el rabillo del ojo vi que las dos chicas se habían sentado bien en sus asientos y ya no estaban giradas hacia nosotros. Abril colocó su mano encima de la mía y me dio un ligero apretón mientras apoyaba su cabeza en mi hombro.

—No les hagas caso —susurró—. Están aburridas y les mola chincharnos.

—Ya, estoy acostumbrado. Recuerda que estoy en un grupo con Miriam, Carlota y Claudia, por suerte la otra chica no está.

Ella se rio por lo bajo para que las dos brujas no nos escucharan.

—Se llama Mireia, a penas hablamos en clase pero estos dos días se ha abierto mucho y por lo que veo es pesada como Claudia.

—Claudia es mucho más pesada. De hecho, no hay nadie más pesada que ella.

—Miri lo es—contestó. Afirmé con la cabeza, Miriam era la reina de las pesadas, eso era indiscutible.

El viaje en autocar hasta el lago se me hizo demasiado largo. Solo era media hora de trayecto pero media hora de curvas, curvas y más curvas. Acabé con el estómago revuelto, tuve que quitarme el abrigo porque estaba empezando a sentirme realmente mal y Abril se estaba empezando a preocupar por si me ponía a vomitar allí mismo. Por suerte la tortura terminó y cuando salimos del autocar me senté de inmediato en una roca, que por supuesto estaba helada y me congelé el culo. Pero era mejor tener el culo congelado que vomitar hasta la primera papilla.

Siempre nos quedará Londres #1  #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora