55 Hasta el fin del mundo.

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Clarke


Mi corazón latía con fuerza, casi sofocado por el miedo que se apoderaba de mí. La situación se volvía cada vez más tensa y peligrosa, y en medio de ese caos, solo podía pensar en una cosa: mi familia. Una sensación de angustia me envolvía, como si una sombra amenazadora se cerniera sobre los que más quería.

Nos refugiamos en el salón, cerrando con rapidez persianas y asegurando puertas y ventanas. La tensión flotaba en el aire mientras intentábamos calmarnos, pero al llegar la noche, cada una se retiró a su habitación. Lexa, en particular, llevaba consigo el peso de lo que acababa de suceder. Su rostro, antes imperturbable, ahora reflejaba la tensión de las decisiones difíciles que había tenido que tomar.

En silencio, observé la película en la pantalla de la televisión, pero mi atención estaba puesta en Lexa. Su expresión había cambiado, como si las huellas de las difíciles decisiones que tomó resonaran en cada rasgo de su rostro. Desde el enfrentamiento en la farmacia hasta la lucha contra esa criatura en la casa, la valentía de Lexa se manifestaba con una carga emocional palpable.

Decidimos ver una película para intentar distraernos, ya que la televisión no recibía señal. La penumbra acentuaba el caos a nuestro alrededor, pero no podía dejar de mirar a Lexa. Sus gestos, la forma en que fruncía el ceño al concentrarse y el tic nervioso en sus manos, eran una ventana a la complejidad de sus emociones. Mi mano buscó la suya, un gesto de apoyo silencioso que rompió la tensión. Lexa me miró y sonreímos, compartiendo un entendimiento profundo que las palabras no podían expresar.

En la semioscuridad de la habitación, con Lexa vistiendo una camiseta verde amplia que le quedaba demasiado bien, su presencia seguía siendo magnética. Aunque agotada y abrumada, la conexión entre nosotras se hacía más fuerte.

Mis ojos se perdieron en sus rasgos, y ella, consciente de mi mirada, giró la cabeza. -Lo interesante está ahí-, señaló la televisión, sonriendo. 

Mi respuesta, impregnada de una intensidad sutil, resonó en la habitación: -tu eres mucho más interesante...-. Lexa negó con la cabeza, apartando la mirada hacia la pantalla, pero en ese momento, nuestras almas se conectaron en un silencio que hablaba de deseo y consuelo.

Apoyé mi cabeza en su hombro y llevé mi mano a su brazo, acariciándolo con suavidad. Mis dedos exploraron su mano y su antebrazo, trazando líneas tranquilas y reconfortantes. Observé sus largos dedos, recordando todo lo que eran capaces de hacer en mi cuerpo. Un escalofrío recorrió mi ser, intensificando mis caricias.

Podía escuchar el latido de su corazón resonando en mi oído, cada vez más rápido. Sabía que mis caricias, aunque sutiles, la ponían nerviosa, pero siempre generaban esa chispa entre nosotras. Mi mano se deslizó de su brazo a su pierna, notando que bajo la sábana no llevaba pantalones. Acaricié su piel suavemente, como porcelana bajo mis dedos.

Mis caricias descendieron por su muslo, y mis uñas rozaban su piel. Pude percibir cómo suspiraba ante mi toque, disfrutando de la sensación. Su piel era un lienzo suave que me invitaba a explorar cada rincón. En ese momento, mis dedos se aventuraron en el interior de su muslo, y mis uñas acariciaron su piel delicadamente. Sabía que le encantaba, pero en esa zona específica, la tranquilidad era la última sensación que provocaba en ella.

De repente, Lexa se separó de mí, pero su mirada intensa y la sonrisa en sus labios delataban una mezcla de emoción y complicidad. Sus mejillas ligeramente enrojecidas no podían ocultar el efecto de mis caricias

 Sus mejillas ligeramente enrojecidas no podían ocultar el efecto de mis caricias

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El mar sigue cantando cuando pierde una olaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora