El olor a sangre . . . estaba en su aliento.
¿Qué es lo que hace? Pienso. ¿Beberla? Me lo imagino bebiéndola en una taza de té.
Mojando una galletita y sacándola goteando rojo.
En el exterior de la ventana, el coche vuelve a la vida, suave y silencioso como el ronroneo de un gato, después desaparece en la distancia. Se va tal y como llegó, sin llamar la atención.
La habitación parece estar dando vueltas lentas y torcidas, y me pregunto si quizás me voy a desmayar. Me inclino hacia delante y me aferro al escritorio con una mano. La otra aún sostiene la preciosa galleta de Peeta. Creo que tenía un lirio atigrado encima, pero ahora está reducida a migas en mi puño. Ni siquiera sabía que la estuviera aplastando, pero supongo que tenía que sujetarme a algo cuando mi mundo se salía fuera de control.
Una visita del Presidente Snow. Distritos al borde de levantamientos. Una amenaza de muerte directa hacia Gale, con otras que la seguirían. Todos a quienes quiero condenados. ¿Y quién sabe quién más pagará por mis acciones? A no ser que le dé la vuelta a las cosas en este tour. Aquietar el descontento y tranquilizar la mente del presidente. ¿Y cómo? Demostrando al país sin sombra de duda que amo a Peeta Mellark.
No puedo hacerlo, pienso. No soy tan buena. Peeta es el bueno, el que gusta. Puede hacer que la gente se crea cualquier cosa. Yo soy la que se calla y se sienta y deja que él hable por los dos tanto como sea posible. Pero no es Peeta quien tiene que demostrar su devoción. Soy yo.
Oigo las pisadas rápidas y silenciosas de mi madre en el pasillo. Ella no puede saberlo, pienso. No puede saber nada de esto. Levanto mis manos sobre la bandeja y me sacudo rápidamente los trocitos de galleta de mi palma y mis dedos. Agitada, tomo un sorbo de mi té.
— ¿Está todo bien, Katniss? ― Pregunta.
— Está bien. Nunca lo vemos en televisión, pero el presidente siempre visita a los vencedores antes del tour para desearles suerte. ― Digo alegremente.
El rostro de mi madre se llena de alivio.
— Oh. Pensé que había algún tipo de problema.
— No, en absoluto. El problema empezará cuando mi equipo de preparación vea cómo he dejado que mis cejas vuelvan a crecer. ― Mi madre se ríe, y pienso sobre cómo no hubo vuelta atrás una vez empecé a cuidar de mi familia cuando tenía once años. Cómo siempre tendré que protegerla.— ¿Por qué no empiezas tu baño? ― Pregunta.
— Genial. ― Digo, y puedo ver qué satisfecha está por mi respuesta.
Desde que volví a casa he estado intentando mucho arreglar la relación con mi madre.
Pidiéndole que haga cosas por mí en vez de rechazar cualquier ofrecimiento de ayuda como había hecho durante años por la ira. Dejarle administrar todo el dinero que gané. Devolverle los abrazos en vez de tolerarlos. Mi tiempo en la arena me hizo darme cuenta de cómo tenía que dejar de castigarla por lo que no podía evitar, específicamente la horrible depresión en que había caído tras la muerte de mi padre. Porque a veces a las personas les pasan cosas y no están preparadas para lidiar con ellas.
Como yo, por ejemplo. Justo ahora.
Además, hay una cosa maravillosa que hizo cuando volví al distrito. Después de que nuestras familias y amigos nos hubieran recibido a Peeta y a mí en la estación de tren, hubo varias preguntas que se les permitió a los reporteros. Alguien le preguntó a mi madre qué pensaba de mi nuevo novio y ella respondió que, aunque Peeta era el modelo exacto de lo que cualquier joven debería ser, yo aún no era lo bastante mayor como para tener novio en absoluto. Hubo muchas risas y comentarios como “Alguien está en problemas”
por parte de la prensa, y Peeta dejó caer mi mano y se apartó ligeramente de mí. Eso no duró mucho―había demasiada presión para actuar de otra forma―pero nos dio una excusa para ser un poco más reservados de lo que habíamos sido en el Capitolio. Y tal vez ayude a explicar qué poco se me ha visto en compañía de Peeta desde que se marcharon las cámaras.
Subo las escaleras hacia el cuarto de baño, donde un baño humeante me espera. Mi madre ha añadido una bolsita de flores secas que perfuma el aire. Ninguna de nosotras está acostumbrada al lujo de abrir un grifo y tener un suministro sin límite de agua caliente entre los dedos. Sólo teníamos fría en nuestra casa en la Veta, y un baño suponía hervir el resto sobre el fuego. Me desvisto y desciendo hacia el agua sedosa―mi madre también ha vertido algún tipo de aceite―e intento asumir la situación.Aún hay gente en la que podría confiar, empezando por Cinna, mi estilista. Pero supongo que Cinna tal vez esté ya en peligro, y no quiero meterlo en más problemas por asociación conmigo. Después está Peeta, quien será mi compañero en este engaño, pero ¿cómo empiezo esa conversación? “Eh, Peeta, ¿te acuerdas de cómo te dije que había estado más o menos fingiendo estar enamorada de ti? Bueno, pues necesito de veras que te olvides de todo eso ahora y actúes súper-enamorado de mí o el presidente matará a Gale.” No puedo hacerlo. Además, Peeta actuará bien tanto si sabe lo que se juega como si no. Eso me deja a Haymitch. El borracho, gruñón, peleón Haymitch, sobre el cual acabo de verter un cuenco de agua helada. Como mentor mío en los Juegos era su deber mantenerme con vida.
Sólo espero que aún esté por la labor.
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En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.