Considero sacarme las botas como haría normalmente pero dudo que lo consiga sin mostrar mis lesiones. En vez de ello sólo me saco la cazadora húmeda y me sacudo la nieve del pelo.
— ¿Puedo ayudarles en algo? ― Pregunto a los agentes de la paz.
— El agente de la paz en jefe Thread nos envió con un mensaje para usted. ― Dice la mujer.
— Han estado esperando durante horas. ― Añade mi madre.
Han estado esperando a que no consiguiera volver. Para confirmar que me electrocuté en la verja o que quedé atrapada en el bosque para poder llevarse a mi familia para interrogarla.— Debe de ser un mensaje importante. ― Digo.
— ¿Podemos preguntar dónde ha estado, señorita Everdeen? ― Pregunta la mujer.
— Más fácil preguntar donde no he estado. ― Digo con un sonido de exasperación. Cruzo hacia la cocina, obligándome a usar mi pie con normalidad aunque cada paso es insoportable. Paso entre los agentes de la paz y llego sin problemas a la mesa. Dejo mi bolsa en el suelo y me vuelvo hacia Prim, quien está muy tensa de pie junto al hogar. Haymitch y Peeta también están allí, sentados en un par de mecedoras a juego, jugando al ajedrez. ¿Están aquí de casualidad o “invitados” por los agentes de la paz? De cualquier forma, me alegro de verlos.
— Así que ¿dónde no has estado? ― Dice Haymitch con voz aburrida.
— Bueno, no he estado hablando con el Hombre de las Cabras sobre hacer que la cabra de Prim quede embarazada, porque alguien me dio una información totalmente errónea sobre dónde vive. ― Le digo con énfasis a Prim.
— No, no lo hice. ― Dice Prim.
― Te lo dije exactamente.
— Dijiste que vive junto a la entrada oeste de la mina.
— La entrada este. ― Me corrige Prim.
— Dijiste distintivamente oeste, porque entonces yo dije “¿Junto al montón de escombros?” y tú dijiste “Sí”.
— El montón de escombros junto a la entrada este.
― Dice Prim pacientemente.
— No. ¿Cuándo dijiste eso? ― Exijo.
— Anoche. ― Mete Haymitch la cuchara.
— Era definitivamente la este. ― Añade Peeta. Mira a Haymitch y se ríen. Fulmino a Peeta con la mirada mientras él trata de parecer contrito.
― Lo siento, pero es lo que he dicho. No escuchas a la gente cuando te habla.— Pero la gente te dijo hoy que él no vivía allí y otra vez volviste a no escuchar. ― Dice Haymitch.
— Cállate, Haymitch. ― Digo, indicando claramente que tiene razón. Haymitch y Peeta se echan a reír a carcajadas y Prim se permite una sonrisa.— Bien. Que alguien más haga que esa estúpida cabra se quede preñada. ― Digo, lo que hace que se rían más. Y pienso, Por eso han llegado tan lejos, Haymitch y Peeta. Nada los echa atrás.
Miro a los agentes de la paz. El hombre está sonriendo pero la mujer no está convencida.
— ¿Qué hay en la bolsa? ― Pregunta de repente.
— Oh, bien. ― Dice mi madre examinando la tela. ― Nos estamos quedando sin vendas. Peeta viene a la mesa y abre la bolsa de golosinas.
— Ooh, caramelos. ― Dice, metiéndose uno en la boca.
— Son míos. ― Intento coger la bolsa. Se la lanza a Haymitch, quien se mete un puñado de golosinas en la boca antes de pasarle la bolsa a Prim, que está echando risitas.
― ¡Ninguno de vosotros se merece chucherías!
— ¿Qué, porque tenemos razón? ― Peeta envuelve los brazos a mi alrededor. Suelto un gritito de dolor cuando mi rabadilla pone objeciones. Intento convertirlo en un sonido de indignación, pero puedo ver en sus ojos que sabe que estoy herida.
― Vale, Prim dijo oeste. Yo oí con claridad oeste. Y somos todos idiotas. ¿Qué tal está eso?
— Mejor. ― Digo, y acepto su beso. Después miro a los agentes de la paz como si recordara de repente que están allí.
― ¿Tienen un mensaje para mí?— Del agente de la paz en jefe Thread. ― Dice la mujer.
― Quería que usted supiera que la valla rodeando el Distrito Doce tendrá a partir de ahora electricidad veinticuatro horas al día.
— ¿No la tenía ya? ― Pregunto, un poco demasiado inocentemente.
— Pensó que estaría usted interesada en pasarle esta información a su primo. ― Dice la mujer.
— Gracias. Se lo diré. Estoy convencida de que todos dormiremos algo mejor sabiendo que la seguridad ha arreglado ese fallo. ― Estoy presionando las cosas, lo sé, pero el comentario me da una sensación de satisfacción.La mandíbula de la mujer se tensa. Nada de esto ha salido como estaba planeado, pero no tiene más órdenes. Asiente secamente en despedida y se marcha, el hombre detrás de ella. Cuando mi madre ha cerrado la puerta detrás de ellos, me dejo caer contra la mesa.
— ¿Qué pasa? ― Pregunta Peeta, sosteniéndome derecha.
— Oh, me golpeé el pie izquierdo. El talón. Y mi rabadilla también ha tenido un mal día. ― Me ayuda a ir hasta una de las mecedoras y me apoyo sobre el cojín acolchado.
ESTÁS LEYENDO
En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.