8.2

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Siempre con mucho cuidado, empieza a limpiar la carne mutilada de la espalda de Gale. Me siento mareada, inútil, la nieve restante goteando desde mi guante a un charco en el suelo.
Peeta me pone en una silla y sostiene contra mi mejilla un trapo lleno con nieve fresca.

Haymitch les dice a Bristel y Thom que se vayan a casa, y lo veo apretar monedas contra sus palmas mientras se van.

— No se sabe lo que pasará con vuestro grupo. ― Dice. Ellos asienten y aceptan el dinero.

Hazelle llega, sin aliento y sonrojada, nieve fresca en su pelo. Sin decir nada, se sienta en un taburete junto a la mesa, toma la mano de Gale, y la sostiene contra sus labios. Mi madre ni siquiera la saluda. Está ida, en esa zona especial que sólo la incluye a ella y al paciente y ocasionalmente a Prim. Los demás podemos esperar.

Incluso en sus manos expertas, lleva mucho tiempo limpiar las heridas, reparar lo que sea de la piel destrozada que pueda ser salvado, aplicar un bálsamo y un vendaje ligero. A medida que la sangre se aclara, puedo ver dónde aterrizó cada golpe del látigo y sentirlo resonar en el corte único de mi cara. Multiplico mi propio dolor una, dos, cuarenta veces y sólo tengo la esperanza de que Gale siga inconsciente. Por supuesto, eso es demasiado que pedir. Mientras se colocan las últimas vendas, un gemido se escapa de sus labios. Hazelle le acaricia el pelo y susurra algo mientras mi madre y Prim escanean su escaso almacén de analgésicos, del tipo generalmente accesible tan sólo a los médicos. Son difíciles de encontrar, caros, y siempre en demanda. Mi madre tiene que reservar los más fuertes para el peor dolor, pero ¿cuál es el peor dolor? Para mí, siempre es el dolor que está presente. Si yo estuviera al mando, esos analgésicos desaparecerían en un día porque tengo muy poca capacidad para ver sufrir. Mi madre intenta reservarlos para aquellos que están de verdad a punto de morir, para facilitarles la salida del mundo.

Ya que Gale está recuperando la consciencia, se deciden por una poción de hierbas que puede tomar por la boca.

— Eso no será suficiente. ― Digo. Me miran.
― Eso no será suficiente, sé cómo se siente. Eso apenas si acabaría con un dolor de cabeza.

— Lo combinaremos con jarabe para dormir, Katniss, y se las arreglará. Las hierbas son más para la inflamación . . . ― Mi madre empieza con calma.

— ¡Sólo dale ya la medicina! ― Le grito.
― ¡Dásela! ¡Quién eres tú, además, para decidir cuánto dolor puede soportar!

Gale empieza a retorcerse al oír mi voz, intentando llegar a mí. El movimiento hace que sangre fresca empape sus vendajes y que un sonido agonizante salga de su boca.

— Lleváosla fuera. ― Dice mi madre. Haymitch y Peeta literalmente me sacan a rastras de la habitación mientras le grito obscenidades. Me sujetan sobre una cama en una habitación extra hasta que dejo de luchar.

Mientras estoy allí tumbada, con lágrimas intentando salir por la ranura de mi ojo, oigo a Peeta susurrarle a Haymitch acerca del Presidente Snow, acerca del levantamiento en el Distrito 8.

— Quiere que huyamos. ― Dice, pero si Haymitch tiene una opinión acerca de esto, no la ofrece.

Después de un rato, mi madre viene y trata mi cara. Después me sostiene la mano, acariciándome el brazo, mientras Haymitch le cuenta lo que pasó con Gale.

— ¿Así que está volviendo a empezar? ― Dice.
― ¿Como antes?

— Por lo que parece. ― Responde él.
― ¿Quién habría dicho que íbamos sentir que se fuera el viejo Cray?

Cray no habría sido querido, en cualquier caso, por el uniforme que llevaba, pero era su hábito de atraer a jóvenes hambrientas a su cama por dinero lo que lo convertía en un objeto de odio en el distrito. En tiempos muy malos, las más hambrientas se congregarían en su puerta al caer la noche, compitiendo por ganar un puñado de monedas con las que alimentar a su familia a base de vender sus cuerpos. De haber sido yo mayor cuando murió mi padre, tal vez habría estado entre ellas. En vez de eso aprendí a cazar.

No sé exactamente qué es lo que quiere decir mi madre con lo de que las cosas están volviendo a empezar, pero estoy demasiado enfadada y dolorida para preguntar. Sin embargo, queda registrada la idea de que regresan tiempos peores, porque cuando suena el timbre, salgo disparada de la cama. ¿Quién podría ser a estas horas de la noche? Sólo hay una respuesta. Agentes de la paz.

— No pueden llevárselo. ― Digo.

— Tal vez sea a ti a quien buscan. ― Me recuerda Haymitch.

— O a ti.

— No es mi casa. ― Apunta Haymitch.
― Pero abriré la puerta.

— No, yo la abriré. ― Dice mi madre en voz baja.

Vamos todos, sin embargo, siguiéndola por el pasillo hacia el insistente sonido del timbre. Cuando abre la puerta, no hay una cuadrilla de agentes de la paz sino una única figura cubierta de nieve. Madge. Sostiene una cajita húmeda de cartón para que yo la coja.

— Usa esto con tu amigo. ― Dice. Levanto la tapa de la caja, revelando media docena de viales de líquido claro. ― Son de mi madre. Dijo que podía llevármelos. Úsalos, por favor. ― Corre de nuevo hacia la tormenta antes de que podamos detenerla.

— Niña loca. ― Musita Haymitch mientras seguimos a mi madre a la cocina.

Lo que sea que mi madre le haya dado a Gale, yo tenía razón, no es suficiente. Sus dientes están apretados con fuerza y su piel brilla por el sudor. Mi madre llena una jeringa con el líquido claro de uno de los viales y se lo inyecta en el brazo. Casi de inmediato, su rostro empieza a relajarse.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora