Capitulo 5

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El hombre acaba de caerse al suelo cuando un muro de uniformes blancos de agentes de la paz bloquea nuestro campo de visión. Varios de los soldados tienen armas automáticas sujetas de lado mientras nos empujan de vuelta a la puerta.

— ¡Ya nos vamos! ― Dice Peeta, empujando al agente de la paz que está haciendo presión sobre mí.
― Lo pillamos, ¿vale? Vamos, Katniss. ― Su brazo me rodea y me guía de vuelta al Edificio de Justicia. Los agentes de la paz nos siguen a uno o dos pasos de distancia. En cuanto estamos dentro, las puertas se cierran y oímos las botas de los agentes de la paz moverse otra vez hacia la muchedumbre.

Haymitch, Effie, Portia y Cinna esperan bajo una pantalla llena de estática que está montada sobre la pared, sus rostros crispados por la ansiedad.

— ¿Qué ha pasado? ― Se acerca corriendo Effie.
― Perdimos la señal justo después del precioso discurso de Katniss, y después Haymitch dijo que le pareció oír un disparo, y yo dije que eso era ridículo, pero ¿quién sabe? ¡En todas partes hay lunáticos!

— No ha pasado nada, Effie. Sólo petardeó una camioneta vieja, eso es todo. ― Dice Peeta con tranquilidad.
Dos disparos más. La puerta no ahoga mucho su sonido. ¿Quién era ese? ¿La abuela de Thresh? ¿Una de las hermanas pequeñas de Rue?

— Vosotros dos. Conmigo. ―Dice Haymitch. Peeta y yo lo seguimos, dejando atrás a los demás. Los agentes de la paz que están estacionados fuera del Edificio de Justicia se interesan poco por nuestros movimientos ahora que estamos a salvo en el interior.

Ascendemos por una magnífica escalera de caracol de mármol. En la parte alta hay un largo pasillo con una alfombra raída en el suelo. Unas puertas dobles están abiertas, dándonos la bienvenida a la primera sala que encontramos. El techo debe de tener seis metros de altura. Hay diseños de fruta y flores grabados en las molduras y niños pequeños, regordetes y con alas nos miran desde arriba, desde cada ángulo. Jarrones de flores desprenden un olor empalagoso que hace que me piquen los ojos. Nuestra ropa de noche cuelga de perchas contra la pared. Este cuarto ha sido arreglado para uso nuestro, pero apenas estamos aquí lo bastante como para recoger nuestros regalos. Después Haymitch nos arranca los micrófonos del pecho, los entierra debajo del cojín de un sofá, y nos indica que le sigamos.

Por lo yo sé, Haymitch sólo ha estado aquí una vez, cuando estaba en su Tour de la Victoria hace décadas. Pero debe de tener una memoria impresionante o instintos muy fiables porque nos guía a través de un laberinto de escaleras torcidas y pasillos cada vez más estrechos. A veces tiene que parar y forzar una puerta. Por el chirrido de protesta de los goznes puedes saber que hace mucho tiempo desde la última vez que fue abierta.
Después de un tiempo subimos por una escalera de mano hasta una trampilla. Cuando Haymitch la empuja a un lado, nos encontramos en la cúpula del Edificio de Justicia.

Es un lugar inmenso lleno de muebles rotos, pilas de libros y cuadernos de contabilidad, y armas oxidadas. La capa de polvo que lo cubre todo es tan gruesa que se ve claramente que no ha sido molestada en años. La luz lucha por filtrarse a través de cuatro tristes ventanas cuadradas situadas a los lados de la cúpula. Haymitch le da una patada a la trampilla para que se cierre y se vuelve hacia nosotros.

— ¿Qué ha pasado? ― Pregunta.

Peeta relata todo lo sucedido en la plaza. El silbido, el saludo, cómo vacilamos en la galería, el asesinato del anciano.

— ¿Qué está pasando, Haymitch?

— Será mejor si viene de ti. ― Me dice Haymitch.

No estoy de acuerdo. Creo que será cien veces peor si viene de mí. Pero se lo cuento todo a Peeta con tanta calma como puedo. Sobre el Presidente Snow, el nerviosismo en los distritos. Ni siquiera omito el beso con Gale. Expongo cómo todos estamos en peligro, cómo todo el país está en peligro por mi truco con las bayas.

— Se suponía que debía arreglar las cosas en este tour. Hacer creer a todo aquel que tuviera dudas que había actuado por amor. Calmar las cosas. Pero obviamente, todo lo que he hecho hoy es conseguir que mataran a tres personas, y ahora todos los de la plaza serán castigados.― Me encuentro tan mal que tengo que sentarme en un sofá, a pesar de los muelles y el relleno expuestos.

— Entonces yo también empeoré las cosas. Dando el dinero. ― Dice Peeta. De repente golpea una lámpara que estaba precariamente situada sobre un cajón y la lanza al otro lado de la sala, donde se hace añicos contra el suelo.
― Esto tiene que parar. Ya. Este . . . este . . . juego que jugáis vosotros dos, donde os contáis secretitos el uno al otro pero me dejáis fuera a mí como si fuera demasiado intranscendente o estúpido o débil para soportarlos.

— No es así, Peeta . . . ― Empiezo.

— ¡Es exactamente así! ― Me grita.
― ¡Yo también tengo gente que me importa, Katniss! Familia y amigos en el Distrito Doce que estarán tan muertos como los tuyos si no hacemos bien esto. Así que, después de todo por lo que pasamos en la arena, ¿ni siquiera soy digno de que me digáis la verdad?

— Siempre eres tan fiable y tan bueno, Peeta. ― Dice Haymitch.
― Tan listo sobre cómo te presentas a ti mismo ante las cámaras. No quería estropear eso.

— Bueno, me has sobreestimado. Porque hoy la fastidié de veras. ¿Qué crees tú que va a pasarles a las familias de Thresh y de Rue? ¿Crees que conseguirán sus partes de nuestras ganancias? ¿Crees que les he dado un brillante futuro? ¡Porque yo creo que tendrán suerte si sobreviven a este día! ― Peeta lanza otra cosa por los aires, una estatua.

Nunca lo he visto así.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora