13.1

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— Tal vez deberías ser tú. ― Digo con total convencimiento mientras saco una silla.
― En cualquier caso, odias la vida.

— Muy cierto. ― Dice Haymicth.
― Y dado que la última vez intenté mantenerte a ti con vida . . . parece que esta vez estaré obligado a salvar al chico.

— Ese es otro buen punto. ― Digo, restregándome la nariz e inclinando de nuevo la botella.

— El argumento de Peeta es que ya que te elegí a ti, ahora estoy en deuda con él. Lo que él quiera. Y lo que quiere es la oportunidad de entrar de nuevo para protegerte. ― Dice Haymitch.

Lo sabía. En ese sentido, Peeta no es difícil de predecir. Mientras yo me estaba revolcando por el suelo de ese sótano, pensando sólo en mí misma, él estaba aquí pensando sólo en mí. Vergüenza no es una palabra lo bastante fuerte para lo que siento.

— Podrías vivir cien vidas y no ser merecedora de él, ya lo sabes. ― Dice Haymitch.

— Sí, sí. ― Digo bruscamente.
― Sin cuestión, él es el superior en este trío. Así que, ¿qué vas a hacer tú?

— No lo sé. ― Haymitch suspira.
― Volver allí contigo, quizás, si puedo. Sin mi nombre sale en la cosecha, no importará. Simplemente se presentará voluntario para ocupar mi lugar.

Nos sentamos en silencio un rato.

— Sería malo para ti, en la arena, ¿no? ¿Conociendo a todos los demás? ― Pregunto.

— Oh, creo que podemos contar con que será insoportable sin importar dónde esté. ― Asiente a la botella.
― ¿Puedo tenerla ahora de vuelta?

— No. ― Digo, rodeándola con los brazos. Haymitch saca otra botella de debajo de la mesa y gira la tapa. Pero me doy cuenta de que no estoy aquí por un trago. Hay algo más que quiero de Haymitch.

― Vale, he averiguado lo que estoy pidiendo. ― Digo. ― Si somos Peeta y yo en los Juegos, esta vez intentaremos mantenerlo a él con vida.

Algo centellea en sus ojos inyectados en sangre. Dolor.

— Como dijiste, va a ser malo sin importar cómo lo presentes. Y da igual lo que quiera Peeta, es su turno de ser salvado. Los dos se lo debemos. ― Mi voz adquiere un tono de súplica.
― Además, el Capitolio me odia demasiado. Puedo darme por muerta. Tal vez él aún tenga una oportunidad. Por favor, Haymitch. Di que me ayudarás.

Le frunce el ceño a su botella, sopesando mis palabras.

— Vale. ― Dice finalmente.

— Gracias. ― Digo. Ahora debería ir a ver a Peeta, pero no quiero. Mi cabeza está dando vueltas por la bebida, y estoy tan hecha polvo, que quién sabe de qué podría convencerme. No, ahora tengo que ir a casa a enfrentarme a mi madre y a Prim.

Mientras tropiezo por los escalones a mi casa, la puerta se abre y Gale me toma en brazos.

— Me equivoqué. Debimos habernos marchado cuando dijiste. ― Susurra.

— No. ― Digo. Estoy teniendo problemas para concentrarme, y el licor no deja de salir de la botella cayendo por la espalda de la chaqueta de Gale, pero a él no parece importarle.

— No es demasiado tarde. ― Dice.

Por encima de su hombro, veo a mi madre y a Prim aferradas la una a la otra en el umbral.
Huimos. Mueren. Y ahora tengo que proteger a Peeta. Fin de la discusión.

— Sí, lo es. ― Mis rodillas ceden y él me sostiene. Mientras el alcohol se hace con mi mente, oigo la botella de cristal hacerse añicos en el suelo. Esto parece apropiado ya que obviamente he perdido el control de todo.

Cuando me despierto, apenas llego al lavabo antes de que el licor haga su reaparición. Arde tanto subiendo como ardió bajando, y sabe el doble de mal. Estoy temblorosa y sudorosa cuando termino de vomitar, pero por lo menos la mayor parte de la cosa está fuera de mi organismo. Lo bastante llegó a mi torrente sanguíneo, sin embargo, resultando en un dolor de cabeza palpitante, boca reseca, y estómago ardiente.

Abro la ducha y me quedo debajo de la tibia lluvia un minuto antes de darme cuenta de que aún estoy en ropa interior. Mi madre debió de limitarse a sacarme la ropa externa sucia y a meterme en cama. Tiro la ropa interior húmeda al lavabo y vierto champú en mi cabeza. Me duelen las manos, y es entonces cuando veo las grapas, pequeñas y regulares, a través de una palma y por el lateral de la otra mano. Vagamente recuerdo romper esa ventana de cristal anoche. Me froto de pies a cabeza, sólo parándome para vomitar de nuevo en la propia ducha. Es sobre todo bilis y baja por el desagüe con las burbujas de olor dulce.

Por fin limpia, me pongo el albornoz y vuelvo a la cama, ignorando mi pelo chorreante. Me meto entre las mantas, segura de que así es cómo se siente ser envenenada. Las pisadas en las escaleras renuevan mi pánico de anoche. No estoy lista para ver a mi madre y a Prim. Tengo que recomponerme para estar calmada y segura, igual que estaba cuando nos dijimos adiós el día de la última cosecha.

Tengo que ser fuerte. Lucho por conseguir una postura erguida, aparto mi pelo húmedo de mis sienes palpitantes, y me preparo para este encuentro.
Aparecen en la puerta, sosteniendo té y tostadas, sus rostros llenos de preocupación. Abro la boca, planeando empezar con algún tipo de chiste, y rompo a llorar.

Ya se ve lo de ser fuerte.

Mi madre se sienta a un lado en la cama y Prim se acurruca justo junto a mí y me abrazan, haciendo en voz baja sonidos tranquilizantes, hasta que ya casi acabé de llorar. Después Prim coge una toalla y me seca el pelo, pasando el peine por los nudos, mientras mi madre me coacciona a tomar té y tostadas. Me visten en un pijama cálido y me ponen más mantas y me vuelvo a dormir.

Sé por la luz que ya estamos al final de la tarde cuando me despierto de nuevo. Hay un vaso de agua en mi mesilla de noche y lo bebo a grandes tragos, sedienta.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora