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Ese es el por qué.

Nunca veo venir estas cosas. Pasan demasiado rápido. Un segundo estás proponiendo un plan de huida y el siguiente . . . se supone que debes lidiar con algo como esto. Salgo con la que debe de ser la peor respuesta posible.

— Lo sé.

Suena terrible. Como si asumiera que él no puede evitar quererme pero que yo no siento nada por él. Gale empieza a apartarse, pero lo sujeto con fuerza.

— ¡Lo sé! Y tú . . . tú sabes lo que eres para mí. ― No es suficiente. Rompe mi agarre.
― Gale, justo ahora no puedo pensar de esa forma sobre nadie. Todo lo que puedo pensar, cada día, cada minuto que estoy despierta desde que sacaron el nombre de Prim en la cosecha, es qué asustada estoy. Y no parece haber sitio para nada más. Si pudiéramos ir a algún lugar seguro, tal vez podría ser diferente. No lo sé.

Puedo verlo tragándose la decepción.

— Así que iremos. Averiguaremos cómo. ― Se vuelve otra vez hacia el fuego, donde las castañas se están empezando a quemar. Las saca hacia la piedra del hogar.
― Mi madre será algo difícil de convencer.

Supongo que a pesar de todo aún irá. Pero la felicidad se ha esfumado, dejando una tensión demasiado familiar en su lugar.

— La mía también. Sólo tendré que hacerle ver la razón. Llevarla a dar un largo paseo.
Asegurarme de que entiende que no sobreviviremos a la alternativa.

— Lo entenderá. Vi muchos de los Juegos con ella y Prim. No te dirá que no. ― Dice Gale.

— Espero que no. ― La temperatura en la casa parece haber caído diez grados en cuestión de segundos.
― Haymitch será el auténtico reto.

— ¿Haymitch? ― Gale deja las castañas.
― ¿No le irás a pedir que venga con nosotros?

— Tengo que hacerlo, Gale. No puedo dejarlos a él y a Peeta porque . . . ― Su mirada ceñuda me interrumpe.
― ¿Qué?

— Lo siento. No me había dado cuenta de lo grande que era nuestro grupo. ― Me espeta.

— Los torturarían a muerte, intentando averiguar dónde estaba yo. ― Digo.

— ¿Y qué pasa con la familia de Peeta? Nunca vendrán. De hecho, probablemente no podrían esperar para delatarnos. Algo de lo que estoy seguro que él es lo bastante listo como para darse cuenta. ¿Qué pasa si decide quedarse?

Intento sonar indiferente, pero mi voz se quiebra.

— Entonces se queda.

— ¿Lo dejarías atrás? ― Pregunta Gale.

— Para salvar a Prim y a mi madre, sí. ― Respondo.
― Quiero decir, ¡no! Conseguiré que venga.

— Y a mí, ¿me dejarías a mí? ― La expresión de Gale ahora es dura como una roca.

― Sólo si, por ejemplo, no pudiera convencer a mi madre para arrastrar a tres niños pequeños al bosque salvaje en invierno.

— Hazelle no se negará. Verá la razón.

— Supón que no lo hace, Katniss. ¿Entonces qué? ― Exige.

— Entonces tienes que obligarla, Gale. ¿Crees que me estoy inventando esto? ― Mi voz también se está elevando por la furia.

— No. No lo sé. Tal vez el Presidente sólo te esté manipulando. Quiero decir, está organizando tu boda. Viste cómo reaccionó la gente del Capitolio. No creo que pueda permitirse matarte. O a Peeta. ¿Cómo va a salir de esa? ― Dice Gale.

— ¡Bueno, con un levantamiento en el Distrito Ocho, dudo que se esté pasando mucho tiempo eligiendo mi tarta de bodas! ― Grito.

En el instante en que mis palabras salen de mi boca quiero recuperarlas. Su efecto sobre Gale es inmediato―el rubor en sus mejillas, el brillo en sus ojos grises.―

— ¿Hay un levantamiento en el Ocho? ― Dice con voz ronca.

Intento echarme atrás. Calmarlo, tal y como intenté calmar a los distritos.

— No sé si es de verdad un levantamiento. Hay intranquilidad. La gente en los distritos . . .— Digo.

Gale me coge por los hombros.

— ¿Qué viste?

— ¡Nada! En persona. Sólo oí algo. ― Como siempre, es demasiado poco, demasiado tarde.
Desisto y se lo cuento.
― Vi algo en la televisión del alcalde. No debía verlo. Había una muchedumbre, e incendios, y los agentes de la paz estaban disparando a la gente pero ellos les devolvían los golpes . . . ― Me muerdo el labio y lucho por seguir describiendo la escena. En vez de eso digo en alto las palabras que me han estado reconcomiendo.
― Y es culpa mía, Gale. Por lo que hice en la arena. Si simplemente me hubiera suicidado con esas bayas, nada
de esto habría pasado. Peeta podría haber vuelto a casa y vivir, y todos los demás también habrían estado a salvo.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora