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Pasan dos días antes de que la tormenta se apacigüe, dejándonos con montones de nieve más altos que mi cabeza. Otro día antes de que aclaren el camino desde la Aldea de los Vencedores hasta la plaza. Durante este tiempo ayudo a atender a Gale, aplico capa de nieve a mi mejilla, intento recordar todo lo que puedo sobre el levantamiento en el Distrito 8, por si acaso eso nos ayuda. La hinchazón de mi cara disminuye, dejándome con una herida en proceso de curación que me pica y un ojo muy negro. Pero aún así, en cuanto tengo la primera oportunidad, llamo a Peeta para ver si quiere ir a la ciudad conmigo.

Levantamos a Haymitch y lo arrastramos con nosotros. Se queja, pero no tanto como de costumbre. Todos sabemos que tenemos que discutir lo que pasó y que eso no puede ser en ningún lugar tan peligroso como nuestras casas en la Aldea de los Vencedores. De hecho, esperamos hasta que la aldea queda muy atrás para siquiera hablar. Me paso el tiempo estudiando las paredes de tres metros apiladas a cada lado del estrecho camino que ha sido aclarado, preguntándome si se nos caerán encima.

Finalmente Haymitch rompe el silencio.

— Así que nos vamos todos hacia lo grande y desconocido, ¿no? ― Me pregunta.

— No. ― Digo.
― Ya no.

— Has trabajado en los fallos en tu plan, ¿verdad, preciosa? ― Pregunta.
― ¿Alguna idea nueva?

— Quiero empezar un levantamiento.

Haymitch sólo se ríe. Ni siquiera es una risa cruel, lo que es todavía peor. Significa que ni siquiera puede tomarme en serio.

— Bueno, yo quiero un trago. Aunque hazme saber qué tal te sienta eso a ti.

— ¿Entonces cuál es tu plan? ― Le espeto de vuelta.

— Mi plan es asegurarme de que todo sea totalmente perfecto para tu boda. ―Dice Haymitch.
― Llamé y cambié el horario de la sesión de fotos sin dar demasiados detalles.

— Ni siquiera tienes teléfono.

— Effie arregló eso. ― Dice.
― ¿Sabes que me preguntó si quería ser yo quien te entregara al novio? Le dije que cuanto antes, mejor.

— Haymitch. ― Puedo oír la súplica colándose en mi voz.

— Katniss. ― Imita mi tono.
― No funcionará.

Nos callamos mientras un equipo de hombres con palas pasa a nuestro lado, dirigiéndose hacia la Aldea de los Vencedores. Tal vez puedan hacer algo sobre esas paredes de tres metros. Y para cuando están fuera del alcance, la plaza está demasiado cerca. Entramos en ella y los tres nos detenemos al mismo tiempo.

No pueden suceder muchas cosas durante la ventisca. Eso es lo que Peeta y yo habíamos acordado. Pero no habríamos podido estar más equivocados. La plaza ha sido transformada. Una inmensa bandera con el sello de Panem cuelga del techo del Edificio de Justicia. Agentes de la paz, en prístinos uniformes blancos, marchan sobre adoquines limpiamente barridos. A lo largo de los tejados, más de ellos ocupan emplazamientos de pistolas automáticas. Lo más inquietante es la línea de construcciones nuevas―un poste oficial de azotamiento, varias empalizadas, y una horca―se alzan en el centro de la plaza.

— Thread es un trabajador rápido. ― Dice Haymitch.

A varias calles de distancia de la plaza, veo alzarse un fuego. Ninguno de nosotros tiene que decirlo. Sólo puede ser el Quemador desapareciendo en medio del humo. Pienso en Sae la Grasienta, Ripper, todos los amigos míos que hacen allí su vida.

— Haymitch, no crees que todos estaban aún . . . ― No puedo terminar la frase.

— Nah, son más listos que eso. Tú también lo serías, si hubieras vivido más. ― Dice.
― Bueno, mejor que me vaya a ver de cuánto alcohol de fricción puede prescindir el boticario.
Se va con dificultad al otro lado de la plaza y miro a Peeta.

— ¿Para qué lo quiere? ― Después me doy cuenta de la respuesta.
― No podemos dejar que lo beba. Se matará a sí mismo, o por lo menos se quedará ciego. Tengo algo de licor blanco apartado en casa.

— Yo también. Tal vez eso le bastará hasta que Ripper encuentre la forma de volver al negocio. ― Dice Peeta.
― Necesito ir a ver cómo está mi familia.

— Yo tengo que ir a ver a Hazelle. ― Ahora estoy preocupada. Pensé que estaría en nuestro umbral en cuanto se aclarara la nieve. Pero no ha habido noticias de ella.

— Yo también iré. Me pasaré por la panadería de camino a casa.

— Gracias. ― De repente tengo mucho miedo de lo que pueda encontrar.

Las calles están casi desiertas, lo que no sería raro en este momento del día si la gente estuviera en las minas, los niños en el colegio. Pero no lo están. Veo caras mirándonos desde las puertas, a través de grietas en persianas.

Un levantamiento, pienso. Qué idiota soy. Hay un fallo inherente en el plan que tanto Gale como yo estuvimos demasiado ciegos para ver. Un levantamiento requiere quebrantar la ley, desafiar a la autoridad. Nosotros lo hemos hecho todas nuestras vidas, nuestras familias lo han hecho. Cazando furtivamente, haciendo trueques en el mercado negro, burlándonos del Capitolio en el bosque. Pero para la mayor parte de la gente en el Distrito 12, un viaje para comprar algo en el Quemador sería demasiado arriesgado. ¿Y yo espero que se reúnan en la plaza con ladrillos y antorchas? La mera visión de Peeta y mía es bastante para hacer que la gente aparte a sus hijos de las ventanas y cierre con fuerza las cortinas.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora