Me deslizo más abajo dentro del agua, dejando que bloquee todo sonido a mi alrededor. Desearía que la bañera se expandiera para que pudiera nadar, como solía hacer en los días cálidos de verano con mi padre. Esos días eran especiales. Nos iríamos temprano por la mañana y caminaríamos más lejos de lo habitual por el bosque, hacia un pequeño lago que él había encontrado mientras cazaba. Ni siquiera recuerdo aprender a nadar, de lo pequeña que era cuando me enseñó. Sólo recuerdo bucear, dando volteretas y chapoteando por allí. El fondo fangoso del lago bajo mis pies. El olor a flores y a verde. Flotar sobre la espalda, tal y como estoy haciendo ahora, mirando al cielo azul mientras el bosque quedaba silenciado por el agua. Él embolsaría las aves acuáticas que anidaban junto a la orilla, yo buscaría huevos entre la hierba, y ambos buscaríamos raíces de katniss, la planta por la cual me había puesto mi nombre, en los bajíos. Por la noche, cuando llegáramos a casa, mi madre fingiría no reconocerme por lo limpia que estaba. Después cocinaría una cena alucinante de pato asado y tubérculos de katniss al horno con salsa.
Nunca llevé a Gale al lago. Podría haberlo hecho. Lleva mucho tiempo ir allí, pero las aves acuáticas son presas tan fáciles que puedes recuperar el tiempo de caza perdido. Sin embargo, es un lugar que en realidad nunca he querido compartir con nadie, un lugar que nos pertenecía tan sólo a mi padre y a mí. Desde los Juegos, cuando he tenido tan poco con que ocupar mis días, he ido allí un par de veces. La natación aún estaba bien, pero en lo fundamental la visita me deprimía. Durante el curso de los últimos cinco años, el lago está remarcablemente incambiado y yo estoy casi irreconocible.
Incluso bajo el agua puedo oír los sonidos de la conmoción. Cláxones de coches pitando, gritos de bienvenida, puertas cerrándose con portazos. Sólo puede significar que mi comitiva ha llegado. Apenas tengo tiempo para secarme con una toalla y deslizarme dentro de un albornoz cuando mi equipo de preparación irrumpe en el cuarto de baño. No se cuestiona la privacidad. En lo que respecta a mi cuerpo, no tenemos secretos, estos tres y yo.
— ¡Katniss, tus cejas! ― Grita Venia nada más entrar, e incluso con los negros nubarrones cerniéndose sobre mí, tengo que ahogar una carcajada. Su pelo aguamarina ha sido estilizado de modo que ahora sale disparado en puntas afiladas rodeándole toda la cabeza, y los tatuajes dorados que antes estaban confinados sobre sus cejas se han estirado hacia debajo de sus ojos, todo contribuyendo a la expresión de que literalmente la he dejado en shock.
Octavia viene y le da unos golpecitos a Venia en la espalda para calmarla, su cuerpo lleno de curvas pareciendo más gordo de lo habitual junto a la figura delgada y angulosa de Venia.— Calma, calma. Puedes arreglar eso en un periquete. Pero ¿qué voy a hacer yo con estas uñas? ― Me agarra la mano y la aplana entre las dos suyas de color guisante. No, su piel ya no es exactamente verde guisante. Es más como un ligero verde perenne. El cambio en el tono es sin duda un intento de estar en la cresta de la ola de las caprichosas modas del Capitolio.
― De verdad, Katniss, ¡podrías haberme dejado algo con lo que trabajar! ― Gimotea.Es cierto. Me he mordido las uñas muchísimo durante este último par de meses. Pensé en dejar el hábito pero no podía encontrar una buena razón por la que debiera hacerlo.
— Perdón. ― Musito. No me había pasado mucho tiempo preocupándome por cómo afectaría a mi equipo de preparación.
Flavius levanta varios mechones de mi pelo húmedo y enmarañado. Sacude la cabeza de forma desaprobadora, haciendo que sus tirabuzones naranjas se pongan a botar.
— ¿Ha tocado alguien esto desde que nos viste por última vez? ― Pregunta severamente.
―Recuerda, te pedimos expresamente que no tocaras para nada tu pelo.— ¡Sí! ― Digo, agradecida de poder demostrar que no los había dado completamente por garantizados.
― Quiero decir, no, nadie lo ha cortado. Sí que me acordé de eso. ― No, no me acordé. Es más bien que nunca surgió el tema. Desde que he vuelto a casa, todo lo que he hecho ha sido ponerlo en su trenza habitual cayendo por mi espalda.
Esto parece aplacarlos, y todos me besan, me colocan sobre una silla en mi habitación y, como siempre, empiezan a hablar sin parar ni molestarse en saber si estoy escuchando.
Mientras Venia reinventa mis cejas y Octavia me pone uñas falsas y Flavius me frota pringue en el pelo, lo oigo todo sobre el Capitolio. Qué éxito fueron los Juegos, qué aburridas han estado las cosas desde entonces, cómo nadie puede esperar a que Peeta y yo los visitemos de nuevo al final del Tour de la Victoria. Después de eso, el Capitolio no tardará mucho en empezar a prepararse para el Quarter Quell.
— ¿No es emocionante?
— ¿No te sientes muy afortunada?
— En tu primer año como vencedora, ¡y eres mentora en un Quarter Quell! Sus palabras se superponen en un borrón de excitación.— Oh, sí. ― Digo con voz neutra.
Es lo mejor que consigo. En un año normal, ser mentor de los tributos es material para pesadillas. Ahora no puedo caminar por el colegio sin preguntarme a qué chica deberé entrenar. Pero para poner las cosas aún peor, este es el año de los Septuagésimo quintos Juegos del Hambre, y eso significa que también es un Quarter Quell. Suceden cada veinticinco años, señalando el aniversario de la derrota de los distritos con celebraciones supremas y, para mayor diversión, algún giro miserable para los tributos.
Nunca he estado viva en ninguno, por supuesto. Pero recuerdo oír en el colegio que, en el segundo Quarter Quell, el Capitolio exigió que se enviara a la arena el doble de tributos. Los profesores no entran mucho más en detalle, lo que es sorprendente, porque es el año en que el muy miembro del Distrito 12, Haymitch Abernathy, ganó la corona.
— ¡Más vale que Haymitch se prepare para un montón de atención! ― Chilla Olivia.
ESTÁS LEYENDO
En llamas
Novela JuvenilSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.