Mi cuerpo reacciona antes de que lo haga mi mente y estoy saliendo por la puerta corriendo, a través de los jardines de la Aldea de los Vencedores, hacia la oscuridad de más allá. La humedad del suelo mojado empapa mis calcetines y soy consciente de que el viento es cortante, pero no me detengo. ¿Adónde? ¿Adónde ir? Al bosque, por supuesto. Estoy en la valla antes de que el zumbido me haga recordar hasta qué punto estoy atrapada. Retrocedo, jadeando, me doy la vuelta sobre los talones y echo a correr de nuevo.
Lo siguiente que sé es que estoy sobre manos y rodillas en el sótano de una de las casas vacías en la Aldea de los Vencedores. Débiles rayos de luna llegan a través de la ventana que hay sobre mi cabeza.Tengo frío y estoy mojada y sin aliento, pero mi intento de escape no ha hecho nada para apagar la histeria que se levanta dentro de mí. Me ahogará a no ser que sea liberada. Hago una bola de la parte delantera de mi camisa, me la meto en la boca, y empiezo a gritar. Cuánto continúa esto, no lo sé. Pero cuando paro, casi no tengo voz.
Me acurruco sobre un lado y me quedo mirando a los rayos de luna proyectados sobre el suelo de cemento. De vuelta a la arena. De vuelta al lugar de las pesadillas. Allí es adonde voy. Tengo que admitir que no lo vi venir. Vi una multitud de otras cosas. Ser públicamente humillada, torturada y ejecutada. Huir por la espesura, perseguida por agentes de la paz y aerodeslizadores. Matrimonio con Peeta con nuestros hijos obligados a ir a la arena. Pero nunca que yo misma tuviera que ser participante en los Juegos otra vez. ¿Por qué? Porque no hay precedente de eso. Los Vencedores están fuera de la cosecha de por vida. Ese es el trato si ganas. Hasta ahora.
Hay algún tipo de cubierta en el suelo, del tipo que ponen al pintar. Me la pongo por encima como una manta. En la distancia, alguien está llamando mi nombre. Pero por el momento me excuso de pensar incluso en esos a los que más quiero. Sólo pienso en mí. Y en lo que me espera.
La cubierta es rígida pero mantiene el calor. Mis músculos se relajan, mi frecuencia cardíaca se enlentece. Veo la caja de madera en las manos del niño pequeño, al Presidente Snow sacando el sobre amarillento. ¿Es posible que este sea de verdad el Quarter Quell escrito hace setenta y cinco años? Parece improbable. Es una respuesta demasiado perfecta para los problemas a los que se enfrenta hoy el Capitolio. Librarse de mí y someter a los distritos, todo en un limpio paquetito.
Oigo la voz del Presidente Snow en mi cabeza. “En el septuagésimo quinto aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que incluso los más fuertes de entre ellos no pueden superar el poder del Capitolio, los tributos masculino y femenino serán cosechados de entre su existente colección de vencedores.”
Sí, los vencedores son los más fuertes de entre los nuestros. Son los que sobrevivieron a la arena y se escaparon de la soga de la pobreza que nos estrangula a los demás. Ellos, o debería decir nosotros, son la perfecta encarnación de la esperanza donde no hay esperanza. Y ahora veintitrés de nosotros moriremos para demostrar que incluso la esperanza era una ilusión.
Me alegro de haber ganado solamente el año pasado. De otra forma, conocería a todos los demás vencedores, no sólo por verlos en la televisión sino porque son invitados en todos los Juegos. Incluso si no son mentores como Haymitch siempre tiene que ser, la mayoría regresan cada año al Capitolio para el evento. Creo que muchos son amigos. Mientras que el único amigo del que yo tendré que preocuparme por matar será o Peeta o Haymitch. ¡Peeta o Haymitch!
Me siento erguida, lanzando a un lado la cubierta. ¿Qué es lo que se me acaba de pasar por la mente? No hay situación alguna en la cual mataría nunca a Peeta ni a Haymitch. Pero uno de ellos estará en la arena conmigo, y eso es un hecho. Tal vez hayan decido entre ellos quién será. Quien quiera que sea elegido primero, el otro tendrá la opción de presentarse voluntario para tomar su lugar. Ya sé lo que pasará. Peeta le pedirá a Hayimtch que lo deje ir a la arena conmigo sin importar nada. Por mi bien. Para protegerme.
Tropiezo por el sótano, buscando una salida. ¿Cómo entré siquiera en este lugar? Subo a las apalpadas los escalones hasta la cocina y veo que la ventana de cristal en la puerta ha sido hecha añicos. Debe de ser eso el porqué de que mi mano esté sangrando. Me apresuro a volver a la noche y voy directa a la casa de Haymitch. Está sentado solo en la mesa de la cocina, una botella medio vacía de licor blanco en un puño, su cuchillo en el otro. Borracho como una cuba.
— Ah, aquí está. Toda hecha polvo. Por fin hiciste las cuentas, ¿verdad, preciosa? ¿Dedujiste que no vas a ir allí sola? Y ahora estás aquí para pedirme . . . ¿qué? ― Dice.
No respondo. La ventana está abierta de par en par y el viento corta como si estuviera en el exterior.— Lo admito, fue más fácil para el chico. Estaba aquí antes de que pudiera romperle el sello a la botella. Suplicándome por otra oportunidad para entrar. Pero ¿qué puedes decir tú? ― Imita mi voz.
― ¿Toma su lugar, Haymitch, porque en las mismas circunstancias, prefiero que Peeta tenga una oportunidad con el resto de su vida antes que tú?
Me muerdo el labio porque una vez lo ha dicho, tengo miedo de que eso sea lo que quiero. Que viva Peeta, incluso si eso supone la muerte de Haymitch. No, no lo quiero. Es espantoso, por supuesto, pero ahora Haymitch es mi familia. ¿Para qué he venido? Pienso. ¿Qué podría querer yo aquí?
— Vine a por un trago. ― Digo.
Haymitch rompe a reír y golpea la botella contra la mesa delante de mí. Paso mi manga sobre la parte de arriba y tomo un par de tragos antes de salir ahogándome. Me lleva unos pocos minutos componerme, e incluso entonces mis ojos y nariz aún están humeantes. Pero dentro de mí, el licor se siente como fuego, y me gusta.
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En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.