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¿A quién más fracasaré de salvar de la venganza del Capitolio? ¿Quién más estará muerto si no satisfago al Presidente Snow?
Me doy cuenta de que Cinna está tratando de ponerme un abrigo, así que alzo los brazos.
Siento el pelaje, por dentro y por fuera, enjaulándome. No es de un animal que haya visto nunca. “Armiño”, me dice mientras acaricio la manga blanca. Guantes de cuero. Una brillante bufanda roja. Algo peludo me cubre las orejas.

— Estás volviendo a poner de moda las orejeras.

Odio las orejeras, pienso. Hacen que sea difícil oír y, ya que me quedé sorda de un oído en la arena, me gustan todavía menos. Después de que ganara, el Capitolio reparó mi oído, pero de vez en cuando aún me descubro comprobando si funciona.
Mi madre se acerca corriendo con algo en la mano.

— Para la buena suerte. ― Dice.

Es la insignia que me dio Madge antes de que marchara a los Juegos. Un sinsajo volando en un círculo de oro. Intenté dárselo a Rue pero no quiso cogerlo. Dijo que la insignia había sido la razón de que se decidiera a confiar en mí. Cinna la fija en el nudo de la bufanda.

Effie Trinket está cerca, dando palmadas.

— ¡Atención, todo el mundo! Estamos a punto de grabar el primer plano de exteriores, donde los vencedores se saludan al principio de su maravilloso viaje. Bien, Katniss, gran sonrisa, estás muy excitada, ¿verdad? ― No exagero cuando dijo que me empuja por la puerta.

Por un momento no puedo ver bien por la nieve, que ahora está cayendo con ganas. Después puedo ver que Peeta está saliendo por la puerta de su casa. En mi cabeza oigo la directiva del Presidente Snow, “Convénceme a mí.” Y sé que debo.

En mi rostro nace una enorme sonrisa y empiezo a caminar en dirección a Peeta. Después, como si no pudiera soportarlo ni un segundo más, empiezo a correr. Él me coge y me gira en el aire y luego patina―aún no controla completamente su pierna artificial―y caemos sobre la nieve, yo sobre él, y allí es donde compartimos nuestro primer beso en meses. Está lleno de pelo y nieve y pintalabios, pero debajo de todo eso, puedo sentir la estabilidad que Peeta le da a todo. Y sé que no estoy sola. A pesar de todo el daño que le he hecho, no me expondrá frente a la cámara. No me condenará con un beso poco entusiasta. Aún está cuidando de mí. Tal y como hizo en la arena. De alguna forma ante esa idea me entran ganas de llorar. En vez de eso lo ayudo a levantarse, introduzco mi guante en la curva de su brazo, y alegremente tiro de él hacia delante.

El resto del día es un borrón de ir a la estación, decirle adiós a todo el mundo, el tren saliendo, el viejo equipo―Peeta y yo, Effie y Haymitch, Cinna y Portia, la estilista de Peeta―cenando una comida indescriptiblemente deliciosa que no recuerdo. Y después me pongo el pijama y un voluminoso albornoz, sentada en mi mullido compartimento, esperando a que se duerman los demás. Sé que Haymitch estará despierto durante horas. No le gusta dormir cuando fuera está oscuro.

Cuando el tren parece silencioso, me pongo las zapatillas y voy hasta su puerta. Tengo que llamar varias veces antes de que responda, con una mirada asesina, como si estuviera seguro de que he traído malas noticias.

— ¿Qué quieres? ― Dice, casi dejándome inconsciente con una nube de vapores de licor.

— Tengo que hablar contigo. ― Susurro.

— ¿Ahora? ― Pregunta. Asiento. ― Más vale que sea bueno. ― Él espera, pero estoy segura de que cualquier palabra que digamos en un tren del Capitolio está siendo grabada.
―¿Bien? ― Ladra.

El tren empieza a frenar y por un segundo pienso que el Presidente Snow me está mirando y no aprueba que confíe en Haymitch y ha decidido seguir adelante y matarme ahora. Pero sólo estamos parando para repostar.

— El aire en el tren está muy viciado. ― Digo.

Es una frase inocente, pero veo que los ojos de Haymitch se estrechan con comprensión.

— Sé lo que necesitas. ― Pasa a mi lado y se va por el pasillo dando bandazos hasta una puerta. Cuando consigue abrirla, una ráfaga de nieve nos golpea. Se cae al suelo.

Una encargada del Capitolio se apresura a ayudar, pero Haymitch rechaza su ayuda alegremente mientras sale a trompicones.
— Sólo quiero algo de aire fresco. Sólo será un minuto.

— Perdón. Está borracho. ― Digo a modo de disculpa.
― Yo lo traeré. ― Salto abajo y voy tambaleándome por la vía detrás de él, empapándome las zapatillas de nieve, mientras me dirige más allá del final del tren donde nadie nos oirá. Después se vuelve hacia mí.

— ¿Qué?

Se lo cuento todo. Sobre la visita del presidente, sobre Gale, sobre cómo todos vamos a morir si fracaso.

Su expresión se vuelve sobria, envejece bajo el brillo de las luces rojas traseras.

— Entonces no puedes fracasar.

— Si sólo pudieras ayudarme a salir adelante en este viaje . . . ― Empiezo.

— No, Katniss, no es sólo este viaje. ― Dice él.

— ¿Qué quieres decir?

— Incluso si salieras adelante ahora, volverán en otros pocos meses a llevarnos a todos a los Juegos. Tú y Peeta ahora seréis mentores, cada año de ahora en adelante. Y cada año revisitarán el romance y publicarán los detalles de vuestra vida privada, y nunca jamás podrás hacer nada que no sea vivir feliz para siempre con ese chico.

El pleno impacto de lo que está diciendo me golpea. Nunca tendré una vida con Gale, ni siquiera si lo deseo. Nunca me permitirán vivir sola. Tendré que estar eternamente enamorada de Peeta. El Capitolio insistirá en ello. Tal vez tenga unos pocos años, porque todavía tengo dieciséis, para estar con mi madre y con Prim. Y después . . . y después . . .

— ¿Entiendes lo que quiero decir? ― Me presiona.

Asiento. Quiere decir que sólo hay un futuro, si quiero mantener a mis seres queridos con vida y seguir con vida yo misma.

Tendré que casarme con Peeta.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora