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Haymitch nunca me ha mencionado su experiencia personal en la arena. Yo nunca le preguntaría. Y si alguna vez he visto sus Juegos televisados en las repeticiones, debía de ser demasiado pequeña para acordarme. Pero este año el Capitolio no le permitirá olvidar. En cierto modo, es algo bueno que tanto Peeta como yo estemos disponibles como mentores durante el Quell, porque es apuesta segura que Haymitch estará totalmente borracho.

Después de haber agotado el tema del Quarter Quell, mi equipo de preparación salta a algo totalmente distinto sobre sus vidas incomprensiblemente tontas. Quién dijo qué sobre alguien del que nunca he oído nada y qué tipo de zapatos acaban de comprar y una larga historia de Octavia de qué gran error fue el hacer que todo el mundo llevara plumas a su fiesta de cumpleaños.

En poco tiempo me duelen las cejas, mi pelo está suave y sedoso, y mis uñas están listas para ser pintadas. Aparentemente les han dado instrucciones de preparar sólo mis manos y cara, probablemente porque todo lo demás estará cubierto en el clima frío. Flavius quiere de todo corazón usar su pintalabios personal de color morado conmigo pero se resigna a uno rosa mientras empiezan a darle color a mi rostro y uñas. Puedo ver por la paleta que Cinna ha ordenado que vamos a por algo infantil, no sexy. Eso es bueno. Nunca convenceré a nadie de nada si estoy intentando ser provocativa. Haymitch lo dejó muy claro cuando me estaba entrenando para mi entrevista en los Juegos.

Mi madre entra, algo tímidamente, y dice que Cinna le ha pedido que les enseñe cómo preparó mi pelo el día de la cosecha. Responden con entusiasmo y luego miran, profundamente absortos, cómo empieza el proceso del elaborado peinado de trenzas. En el espejo puedo ver sus honestos rostros siguiendo cada movimiento que hace, lo entusiasmados que están cuando es su turno para intentar un paso. De hecho, los tres son tan prontamente respetuosos y atentos con mi madre que me siento mal por ir por ahí sintiéndome tan superior a ellos. ¿Quién sabe quién sería yo o de qué hablaría si hubiera sido criada en el Capitolio? Tal vez mi mayor pesar habría sido el tener disfraces de plumas en mi cumpleaños.

Cuando mi pelo está listo, encuentro a Cinna en el piso de abajo en el salón, y ya sólo la visión de él me hace sentirme más esperanzada. Se le ve igual que siempre, ropa sencilla, pelo marrón corto, sólo un poco de delineador dorado. Nos abrazamos, y apenas puedo reprimirme de soltarle todo el episodio con el Presidente Snow. Pero no, he decidido contárselo antes a Haymitch. Él sabrá mejor a quién cargar con eso. Sin embargo, es tan fácil hablar con Cinna.
Recientemente, hemos estado hablando mucho por el teléfono que venía con la casa. Es como un chiste, porque casi nadie más que conozcamos tiene uno. Está Peeta, pero obviamente no lo llamo. Haymitch arrancó el suyo de la pared hace años. Mi amiga Madge, la hija del alcalde, tiene un teléfono en su casa, pero si queremos hablar, lo hacemos en persona. Al principio, la cosa casi nunca se usaba. Después Cinna empezó a llamar para trabajar en mi talento.

Se supone que cada vencedor debe tener uno. Tu talento es la actividad a la que te dedicas ya que no tienes que trabajar ni en el colegio ni en la industria de tu distrito. Puede ser cualquier cosa, en realidad, cualquier cosa sobre la que puedan entrevistarte. Resulta que Peeta tiene un talento de verdad, que es la pintura. Ha estado decorando esas tartas y galletas durante años en la panadería de su familia. Pero ahora que es rico, puede permitirse extender pintura de verdad sobre lienzos. Yo no tengo un talento, a no ser que cuentes cazar ilegalmente, y ellos no lo cuentan. O tal vez cantar, algo que no haría para el Capitolio ni en un millón de años.

Mi madre intentó interesarme en una variedad de alternativas apropiadas de la lista que Effie le envió. Cocinar, preparar flores, tocar la flauta. Ninguna de ellas cuajó, aunque Prim tenía maña con las tres. Finalmente Cinna entró en escena y se ofreció a ayudarme a desarrollar mi pasión por diseñar ropa, la cual sí que necesitaba desarrollo ya que era inexistente. Pero dije que sí porque significaba hablar con Cinna, y él prometió hacer todo el trabajo.

Ahora está colocando prendas de ropa, telas y cuadernos de bocetos con diseños que ha dibujado por todo mi salón. Cojo uno de los cuadernos y examino un vestido que supuestamente creé yo.

— Sabes, creo que soy muy prometedora. ― Digo.

— Vístete, tú, cosa sin valor. ― Dice él, arrojándome un montón de ropa.

Tal vez no tenga interés en diseñar ropa pero adoro la que Cinna hace para mí. Como esta. Pantalones negros fluidos hechos de un material grueso y cálido. Una cómoda camisa blanca. Un jersey tejido de hebras verdes y azules y grises de lana suave como un gatito. Botas de cuero con cordones que no me lastiman en la punta.

— ¿Diseñé yo mi vestuario? ― Pregunto.

— No, tú aspiras a diseñar tu vestuario y ser como yo, tu héroe de la moda. ― Dice Cinna. Me entrega un pequeño fajo de tarjetas.
― Lee estas fuera de cámara cuando estén filmando la ropa. Intenta parecer interesada.

Justo entonces, Effie Trinket llega con una peluca naranja calabaza para recordarle a todo el mundo:

— ¡Tenemos un horario!

Me besa en ambas mejillas mientras hace pasar a los cámaras, después me ordena en posición. Effie es la única razón por la que llegamos a ningún sitio a tiempo en el Capitolio, así que intento complacerla. Empiezo a dar botes como un cachorro, sosteniendo las prendas y diciendo cosas sin importancia como “¿No te encanta?”. El equipo de sonido me graba leyendo de mis tarjetas con voz alegre para poder insertarlo después, después me lanzan fuera de la habitación para poder filmar en paz los diseños que yo/Cinna hice/hizo.

Prim salió pronto del colegio debido al evento. Ahora está en la cocina, siendo entrevistada por otro equipo. Se la ve adorable en un vestido azul celeste que resalta sus ojos, con su pelo rubio recogido con un lazo a juego. Está un poco inclinada hacia delante sobre las puntas de sus relucientes botas blancas como si estuviera a punto de echarse a volar, como . . .

¡Bam! Es como si alguien me golpeara de verdad en el pecho. Nadie lo ha hecho, por supuesto, pero el dolor es tan real que retrocedo un paso. Cierro con fuerza los ojos y no veo a Prim veo a Rue, la niña de doce años del Distrito 11 que fue mi aliada en la arena. Ella podía volar, como un pájaro, de árbol en árbol, sujetándose a las ramas más finas. Rue, a quien no salvé. A quien dejé morir. La veo tirada en el suelo con la lanza aún clavada en el estómago . . .

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora