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— Tiene razón, Haymitch. ― Digo.
― Fue un error no contárselo. Incluso allá en el Capitolio.

— Incluso en la arena, vosotros dos teníais trabajado algún tipo de sistema, ¿verdad? ― Pregunta Peeta. Ahora su voz está más calmada.
― Algo de lo que yo no formaba parte.

— No. No oficialmente. Sólo que yo podía deducir qué es lo que Haymitch quería que hiciera según lo que enviaba, o no enviaba. ― Digo.

— Bueno, yo nunca tuve esa oportunidad. Porque nunca me envió nada hasta que apareciste tú. ― Dice Peeta.

No he pensado mucho sobre esto. Cómo debe de haber parecido desde la perspectiva de Peeta cuando aparecí en la arena habiendo recibido medicina para las quemaduras y pan mientras que él, que estaba a las puertas de la muerte, no había conseguido nada. Como si Haymitch me hubiera estado manteniendo con vida a sus expensas.

— Mira, chico . . . ― Empieza Haymitch.

— No te molestes, Haymitch. Sé que tenías que elegir a uno de los dos. Y yo habría querido que fuera ella. Pero esto es algo distinto. Hay gente muerta ahí fuera. Más les seguirán a no ser que seamos muy buenos. Todos sabemos que yo soy mejor que Katniss delante de las cámaras. Nadie tiene que guiarme para saber qué decir. Pero tengo que saber en qué me estoy metiendo. ― Dice Peeta.

— De ahora en adelante, estarás plenamente informado. ― Promete Haymitch.

— Más te vale. ― Dice Peeta. Ni siquiera se molesta en mirarme antes de salir.

El polvo que ha levantado flota y busca nuevos lugares sobre los que posarse. Mi pelo, mis ojos, mi brillante insignia dorada.

— ¿Me elegiste, Haymitch? ― Pregunto.

— Sí.

— ¿Por qué? Te gusta más él.

— Eso es verdad. Pero recuerda, hasta que cambiaron las reglas, yo sólo podía aspirar a sacar a uno de allí con vida. Pensé que ya que él estaba decidido a protegerte, bueno, entre los tres, tal vez fuéramos capaces de traerte a casa.

— Oh. ― Es todo lo que se me ocurre decir.

— Ya verás, las elecciones que deberás tomar. Si sobrevivimos a esto. ― Dice Haymitch.
― Aprenderás.
Bueno, hoy he aprendido una cosa. Este lugar no es una versión más grande del Distrito 12. Nuestra valla no está vigilada y rara vez está cargada. Nuestros agentes de la paz no son bien recibidos pero son menos brutales. Nuestros apuros suscitan más cansancio que furia. Aquí en el 11, sufren con más agudeza y sienten más desesperación. El Presidente Snow tiene razón. Una chispa podría ser suficiente para incendiarlos.
Todo está pasando demasiado rápido para que pueda procesarlo. El aviso, los disparos, el reconocimiento de que quizás haya puesto en movimiento algo de grandes consecuencias. Todo el asunto es tan improbable. Y sería una cosa si hubiera planeado remover las cosas, pero dadas las circunstancias . . . ¿cómo demonios causé tantos problemas?

— Vamos. Tenemos una cena a la que asistir. ― Dice Haymitch.

Me quedo en la ducha tanto como me lo permiten antes de tener que salir para que me arreglen. El equipo de preparación parece ignorante de los eventos del día. Todos están excitados por la cena. En los distritos son lo bastante importantes como para asistir, mientras que en el Capitolio casi nunca consiguen invitaciones para fiestas de prestigio. Mientras tratan de predecir qué platos se servirán, no dejo de ver cómo le destrozan la cabeza al anciano. Ni siquiera presto atención a lo que nadie me está haciendo hasta que estoy a punto de salir y me veo en el espejo. Un vestido sin tiras rosa pálido me roza los zapatos. Mi pelo está apartado del rostro y cayendo por mi espalda en una cascada de tirabuzones.

Cinna llega desde atrás y me coloca un reluciente chal plateado alrededor de los hombros.
Se encuentra con mi mirada en el espejo.

— ¿Te gusta?

— Es precioso. Como siempre.

— Veamos qué tal queda con una sonrisa. ― Dice amablemente. Es su recordatorio de que en un minuto habrá otra vez cámaras. Consigo alzar las comisuras de los labios.
― Allá vamos.

Cuando nos juntamos todos para bajar a cenar, me doy cuenta de que Effie no sabe nada. Está claro que Haymitch no le ha dicho lo que pasó en la plaza. No me sorprendería que Cinna y Portia lo supieran, pero parece haber un acuerdo no hablado de dejar a Effie fuera de las malas noticias. Aunque no se tarda mucho en oír acerca del problema.

Effie repasa el horario de la noche, luego lo lanza a un lado.

— Y después, menos mal, podemos subir a ese tren y salir de aquí. ― Dice.

— ¿Pasa algo malo, Effie? ― Pregunta Cinna.

— No me gusta la forma en que hemos sido tratados. Metidos en camionetas y apartados de la plataforma. Y después, hace cosa de una hora, decidí salir a mirar alrededor del Edificio de Justicia. Soy algo así como una experta en diseño arquitectónico, sabes. ― Dice ella.

— Oh, sí, lo he oído. ― Dice Portia antes de que la pausa se haga demasiado larga.

— Así que, sólo estaba echando un vistazo por ahí porque las ruinas de distritos van a ser el último grito este año, cuando aparecieron dos agentes de la paz y me ordenaron volver a nuestros aposentos. ¡Uno de ellos incluso me empujó con su pistola! ― Dice Effie.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora