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Yo, por mi parte, intento guardar algún archivo mental de los otros tributos, pero como el año pasado, sólo unos pocos se quedan de verdad en mi cabeza. Están los hermanos de belleza clásica del Distrito 1 que fueron vencedores en años consecutivos cuando yo era pequeña. Brutus, un voluntario del Distrito 2, que debe de tener por lo menos cuarenta años y aparentemente no puede esperar para volver a la arena. Finnick, el guapo chico de pelo broncíneo del Distrito 4 que fue coronado hace diez años a la edad de catorce. Una joven histérica con pelo marrón largo y suelto también es llamada en el 4, pero es rápidamente sustituida por una voluntaria, una mujer de ochenta años que necesita un bastón para subirse al escenario. Después está Johanna Mason, la única vencedora mujer que sigue con vida en el 7, quien ganó hace unos pocos años a base de hacerse pasar por una debilucha. La mujer del 8 a quien Effie llama Cecelia, quien aparenta unos treinta, tiene que desasirse de los tres niños que corren para aferrarse a ella. Chaff, un hombre del 11 de quien sé que es uno de los amigos particulares de Haymitch, también va.

Soy llamada. Después Haymitch. Y Peeta se presenta voluntario. Una de las presentadoras se pone llorosa de verdad porque parece que la suerte nunca estará de nuestra parte, los amantes imposibles del Distrito 12. Después se recompone para decir que se apuesta que “¡estos serán los mejores Juegos que ha habido nunca!”

Haymitch deja el compartimento sin una palabra, y Effie, después de hacer unos pocos comentarios inconexos sobre este tributo o aquel, nos desea las buenas noches. Yo me limito a quedarme allí sentada mirando a Peeta arrancar las hojas de los tributos que no fueron escogidos.

— ¿Por qué no duermes algo? ― Dice.

Porque no puedo soportar las pesadillas. No sin ti, pienso. Esta noche van a ser atroces, con toda seguridad. Pero difícilmente puedo pedirle a Peeta que venga a dormir conmigo. Apenas nos hemos tocado desde aquella noche en la que Gale fue azotado.

— ¿Qué vas a hacer? ― Pregunto.

— Sólo revisar mis notas un rato. Conseguir una imagen clara de a qué nos enfrentamos.
Pero lo repasaré contigo por la mañana. Vete a la cama, Katniss. ― Dice.

Así que voy a la cama y, con toda seguridad, en unos minutos me despierto de una pesadilla donde la anciana del Distrito 4 se transforma en un inmenso roedor y me muerde en la cara. Sé que estaba gritando, pero nadie viene. No Peeta, no ninguno de los encargados del Capitolio. Me pongo un albornoz para tratar de calmar la carne de gallina que se levanta por todo mi cuerpo.

Quedarme en mi compartimento es imposible, así que decido ir a buscar a alguien para que me haga té o chocolate caliente o cualquier cosa. Tal vez Haymitch aún esté levantado. Seguro que no está dormido.

Ordeno leche tibia, la cosa más calmante que se me ocurre, a un encargado. Oyendo voces del cuarto de la televisión, entro y encuentro a Peeta. A su lado en el sofá está la caja que Effie envió de cintas de los viejos Juegos del Hambre. Reconozco el episodio en el cual Brutus se convirtió en vencedor.

Peeta se levanta y apaga la cinta cuando me ve.

— ¿No podías dormir?

— No mucho. ― Digo. Me envuelvo el albornoz con más fuerza a mi alrededor cuando recuerdo a la anciana transformándose en el roedor.

— ¿Quieres hablar de eso? ― Pregunta. A veces eso puede ayudar, pero yo sólo sacudo la cabeza, sintiéndome débil porque gente con la que ni siquiera he luchado todavía ya me persigue.

Cuando Peeta abre los brazos, voy directa hacia ellos. Es la primera vez desde que anunciaron el Quarter Quell que me ha ofrecido cualquier tipo de afecto. Ha sido más como un entrenador muy exigente, siempre presionando, siempre insistiendo que Haymitch y yo corramos más rápido, comamos más, conozcamos mejor a nuestro enemigo. ¿Amante?

Olvídalo. Abandonó cualquier pretensión de ser siquiera mi amigo. Rodeo con fuerza su cuello con mis brazos antes de que pueda mandarme hacer flexiones o algo. En vez de eso me sostiene cerca y entierra el rostro en mi pelo. Calor irradia del punto donde sus labios simplemente tocan mi cuello, extendiéndose lentamente por el resto de mí. Se siente tan bien, tan imposiblemente bien, que sé que no seré la primera en soltarme.

¿Y por qué debería hacerlo? Le he dicho adiós a Gale. Nunca lo volveré a ver, eso seguro.
Nada de lo que haga ahora puede hacerle daño. No lo verá o pensará que estoy actuando para las cámaras. Eso, por lo menos, es un peso fuera de mis hombros.

La llegada del encargado del Capitolio con la leche tibia es lo que nos separa. Coloca una bandeja en una mesa con una jarra de cerámica humeante y dos tazas.
— Traje una taza extra. ― Dice.

— Gracias. ― digo yo.

— Y le añadí un toque de miel a la leche. Para endulzarla. Y sólo una pizca de especia. ― Añade. Nos mira como si quisiera decir más, después sacude levemente la cabeza y sale de la habitación.

— ¿Qué le pasa? ― Digo.

— Creo que se siente mal por nosotros. ― Dice Peeta.

— Ya. ― Digo, vertiendo la leche.

— Lo digo en serio. No creo que la gente del Capitolio vaya a estar muy contenta con nosotros volviendo a entrar. ― Dice Peeta.
― O los otros vencedores. Se sienten unidos a sus campeones.

— Supongo que lo superarán una vez empiece a fluir la sangre. ― Digo cansinamente. De verdad, si hay algo para lo que no tengo tiempo, es para preocuparme por cómo afectará el Quarter Quell al humor en el Capitolio.
― Así que, ¿estás viendo otra vez todas las cintas?

— En realidad no. Sólo saltando por ahí para ver las diferentes técnicas de lucha de la gente. ― Dice Peeta.

— ¿Quién va después?

— Tú eliges. ― Dice Peeta, levantando la caja.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora