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Gale tiene razón. Si la gente tiene el valor, esto podría ser una oportunidad. También tiene razón en que, ya que yo lo he puesto en movimiento, podría hacer mucho. Aunque no tengo ni idea de qué es lo que debería hacer. Pero decidir no huir es el primer paso crucial.

Me tomo una ducha, y esta mañana mi cerebro no está preparando listas de provisiones para la espesura, sino intentando averiguar cómo organizaron ese levantamiento en el Distrito 8. Tantos, tan claramente actuando en desafío al Capitolio. ¿Estaba siquiera planeado, o fue algo que simplemente explotó tras años de odio y resentimiento? ¿Cómo podríamos hacer eso aquí? ¿La gente del Distrito 12 se uniría o echaría el cerrojo a sus puertas? Ayer la plaza se vació tan rápido después del azotamiento de Gale. ¿Pero no es eso porque nos sentimos todos impotentes y no tenemos ni idea de qué hacer? Necesitamos que alguien nos dirija y nos asegure que esto es posible. Y no creo que yo sea esa persona. Tal vez haya sido la catalizadora de la rebelión, pero un líder debería ser alguien con convicción, y yo apenas si soy una conversa. Alguien con valor inquebrantable, y yo aún estoy trabajando muy duro para encontrar el mío. Alguien con palabras claras y persuasivas, y yo soy tan cohibida.

Palabras. Pienso en palabras y pienso en Peeta. Cómo la gente acoge cualquier cosa que dice. Me apuesto a que podría llevar a una multitud a la acción, si eligiera hacerlo. Encontraría las cosas que decir. Pero estoy segura de que la idea nunca ha cruzado su mente.

Abajo, encuentro a mi madre y a Prim atendiendo a un Gale adormilado. La medicina debe de estar dejando de hacer efecto, a juzgar por la expresión de su cara. Me preparo para otra lucha pero trato de mantener la voz tranquila.

— ¿No puedes ponerle otra inyección?

— Lo haré, si hace falta. Pensé que debíamos intentarlo con la capa de nieve antes. ― Dice mi madre. Le ha quitado los vendajes. Prácticamente puedes ver el calor irradiando desde la espalda de Gale. Le coloca una tela limpia sobre la carne inflamada y asiente hacia Prim.

Prim se acerca, removiendo lo que parece ser un gran cuenco de nieve. Pero está teñido de un suave verde y desprende un olor dulce y limpio. Capa de nieve. Empieza a verterla cuidadosamente sobre la tela usando un cucharón. Casi puedo oír cómo crepita la piel atormentada de Gale al encontrarse con la mezcla de nieve. Sus párpados se abren, y emite un sonido de alivio.

— Es afortunado el que tengamos nieve. ― Dice mi madre.

Pienso en lo que debe de haber sido recuperarse de latigazos en medio del verano, con el calor asfixiante y el agua tibia del grifo.

— ¿Qué hacías en meses cálidos? ― Pregunto.

Una arruga aparece entre las cejas de mi madre cuando frunce el ceño.

— Intentar mantener apartadas a las moscas.

Mi estómago da un vuelco ante la idea. Llena un pañuelo con la mezcla de capa de nieve y la sostengo contra el verdugón de mi mejilla. Al instante el dolor remite. Es el frío de la nieve, sí, pero cualquiera que sea la mezcla de jugos de hierbas que ha añadido mi madre también ayuda.

— Oh. Es fantástico. ¿Por qué no se lo pusiste anoche?

— Tenía que dejar que la herida cuajara antes. ― Dice.

No sé qué significa eso exactamente, pero mientras funcione, ¿quién soy yo para cuestionarla? Ella sabe lo que se hace, mi madre. Siento una punzada de remordimiento sobre ayer, las cosas que le grité mientras Peeta y Haymitch me sacaban a rastras de la cocina.
— Perdón. Por gritarte ayer.

— He oído cosas peores. ― Dice.
― Ya has visto cómo es la gente, cuando alguien al que quieren sufre.

Alguien al que quieren. Las palabras me traban la lengua como si estuviera llena de capa de nieve. Por supuesto, quiero a Gale. ¿Pero a qué clase de amor se refiere? ¿A qué me refiero yo cuando digo que quiero a Gale? No lo sé. Anoche sí que lo besé, en un momento en que mis emociones estaban disparadas. Pero no estoy segura de que él lo recuerde. ¿Lo recuerda?
Espero que no. Si lo recuerda, todo se hará más complicado y de verdad que no puedo pensar en besar a nadie cuando tengo una rebelión que incitar. Sacudo levemente la cabeza para aclararla.

— ¿Dónde está Peeta? ― Digo.

— Se fue a casa cuando oímos que te removías. No quería dejar su casa desatendida durante la tormenta. ―Dice mi madre.

— ¿Llegó allá bien? ― Pregunto. En una ventisca, puedes perderte en cuestión de metros y salirte del camino hacia el olvido.

— ¿Por qué no llamas para comprobarlo?

Voy al estudio, un lugar que en lo fundamental he evitado desde mi encuentro con el Presidente Snow, y marco el número de Peeta. Después de varios tonos de espera, responde.

— Hola. Sólo quería asegurarme de que hubieras llegado bien a casa. ― Digo.

— Katniss, vivo a tres casas de ti.

— Lo sé, pero con el tiempo y eso.

— Bueno, estoy bien. Gracias por preguntar. ― Hay una larga pausa.
― ¿Cómo está Gale?

— Bien. Mi madre y Prim le están poniendo capa de nieve ahora.

— ¿Y tu cara?

— Yo también tengo algo. ― Digo.
― ¿Has visto hoy a Haymitch?

— Me pasé a verlo. Completamente borracho. Pero le encendí el fuego y le dejé algo de pan.

— Quería hablar con . . . con vosotros dos. ― No me atrevo a añadir más, aquí en mi teléfono, que seguro que está pinchado.

— Probablemente tengas que esperar a que el tiempo se calme. ― Dice.
― Aunque no sucederán muchas cosas antes de eso, en cualquier caso.

— No, no muchas. ― Concuerdo.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora