Le digo a Peeta que creo que haríamos mejor si nos dividiéramos, cubriendo así más territorio. Cuando se va a lanzar lanzas con Brutus y Chaff, yo me dirijo hacia la sección de atar nudos. Apenas nadie se molesta en visitarla. Me gusta el entrenador y él me recuerda con cariño, tal vez porque pasé tiempo con él el año pasado. Está complacido cuando le enseño que todavía puedo montar la trampa que deja al enemigo colgando de un árbol por un pie.
Claramente tomó nota de mis trampas en la arena el año pasado y ahora me ve como una alumna avanzada, así que le pido repasar cada tipo de nudo que pueda ser útil y unos pocos que probablemente no usaré jamás.Estaría contenta de pasarme la mañana sola con él, pero después de una hora y media más o menos, alguien me rodea con los brazos desde atrás, sus dedos terminando con facilidad el complicado nudo en el que he estado sudando. Por supuesto que es Finnick, quien parece haberse pasado la infancia sin hacer otra cosa que no sea lanzar tridentes o manipular cuerdas para formar bonitos nudos para redes, supongo. Miro durante un minuto mientras él coge un trozo de cuerda, hace un lazo, y después finge ahorcarse para diversión mía.
Poniendo los ojos en blanco, me dirijo hacia otra estación vacante donde los tributos pueden aprender a hacer fuegos. Yo ya hago fuegos excelentes, pero aún soy bastante dependiente de las cerillas para empezarlos. Así que el entrenador me hace trabajar con sílex, acero, y algo de tela chamuscada. Esto es mucho más difícil de lo que parece, e incluso trabajando con tanto ahínco como puedo, me lleva alrededor de una hora conseguir encender un fuego. Alzo la vista con una sonrisa triunfante sólo para descubrir que tengo compañía.
Dos tributos del Distrito 3 están a mi lado, luchando por empezar un fuego decente con cerillas. Pienso en marcharme, pero de verdad que quiero intentar usar el sílex de nuevo, y si tengo que darle a Haymitch la noticia de que he intentado hacer amigos, tal vez estos dos sean una elección soportable. Ambos son de baja estatura, con piel cenicienta y pelo negro. La mujer, Wiress, probablemente sea de una edad similar a la de mi madre y habla con voz tranquila e inteligente. Pero de inmediato me doy cuenta de que tiene el hábito de dejar en el aire las palabras justo en mitad de frase, como si se hubiera olvidado de que estás allí. Beetee, el hombre, es mayor y algo nervioso. Lleva gafas pero se pasa un montón de tiempo mirando por debajo de ellas. Son un poco raros, pero estoy bastante segura de que ninguno de ellos va a intentar ponerme incómoda desnudándose. Y son del distrito 3. Tal vez puedan incluso confirmar mis sospechas de un levantamiento allí.
Miro alrededor del Centro de Entrenamiento. Peeta está en el centro de un pintoresco círculo de lanzadores de cuchillos. Los morphlings del Distrito 6 están en la estación de camuflaje, pintándose mutuamente las caras con brillantes curvas rosas. El hombre del Distrito 5 está vomitando vino sobre el suelo del recinto de lucha con espada. Finnick y la anciana de su distrito están usando la estación de tiro con arco. Johanna Mason vuelve a estar desnuda y embadurnando su cuerpo de aceite para una lección de lucha. Decido quedarme donde estoy.
Wiress y Beetee son una compañía decente. Parecen lo bastante amables pero no entrometidos. Hablamos de nuestros talentos; me cuentan que ambos inventan cosas, lo que hace que mi supuesto interés por la moda parezca bastante flojo. Wiress menciona algún tipo de artilugio de costura en el que está trabajando.
— Evalúa la densidad de la tela y selecciona la fuerza . . . ― Dice, y después se queda absorta mirando a un pedacito de paja seca antes de poder proseguir.
— La fuerza del hilo. ― Termina de explicar Beetee.
― Automáticamente. Descarta el error humano. ― Después habla de su reciente éxito creando un chip musical que es lo bastante pequeño para ser escondido en una mota de polvo pero que puede almacenar horas de canciones. Recuerdo a Octavia hablando de esto durante la sesión de la boda, y veo una posible oportunidad para hablar del levantamiento.
— Oh, sí. Mi equipo de preparación estaba todo disgustado hace unos meses, creo, porque no podían hacerse con uno. ― Digo casualmente.
― Supongo que muchos de los encargos del Distrito Tres se estaban amontonando.
Beetee me examina por debajo de sus gafas.
— Sí. ¿Tuvisteis vosotros similares retrasos en la producción de carbón este año? ― Pregunta.— No. Bueno, perdimos un par de semanas cuando trajeron a un nuevo agente de la paz en jefe y a su gente, pero nada importante. Para la producción, quiero decir. Dos semanas sentado en tu casa sin hacer nada no significa más que dos semanas de pasar hambre para la mayor parte de la gente.
Creo que entienden lo que estoy intentando decir. Que no hemos tenido ningún levantamiento.
— Oh. Eso es una vergüenza. ― Dice Wiress con una voz algo decepcionada.
― Encontré a tu distrito muy . . . ― Deja la frase en el aire, distraída por algo en su cabeza.
— Interesante. ― Completa Beetee.
― Ambos lo hicimos.
Me siento mal, sabiendo que su distrito debe de haber sufrido mucho más que el nuestro.
Siento que tengo que defender a mi gente.
— Bueno, no somos muchos en el Doce. ― Digo.
― No es que pudieras deducirlo hoy en día por el tamaño de la fuerza de los agentes de la paz. Pero supongo que somos lo bastante interesantes.
Mientras avanzamos hasta la estación de los refugios, Wiress se detiene y alza la vista hasta el palco donde los Vigilantes están dando vueltas, comiendo y bebiendo, a veces fijándose en nosotros.— Mira. ― Dice, haciendo un leve gesto de cabeza en su dirección. Alzo la vista y veo a Plutarch Heavensbee en la magnífica túnica púrpura con el collar de pelos que lo señala como Vigilante Jefe. Está comiendo una pata de pavo.
No veo por qué esto se merece ningún comentario, pero digo:
— Sí, ha sido ascendido a Vigilante Jefe este año.
— No, no. Ahí hacia la esquina de la mesa. Puedes ver . . . ― Dice Wiress. Beetee guiña los ojos debajo de sus gafas.— Puedes ver que está ahí.
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En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.