Es un tiempo sorprendentemente corto hasta que aparece. Un arco colgando del hombro, un pavo salvaje muerto que se debe de haber encontrado por el camino colgando del cinturón. Se queda de pie en el umbral como si dudara entrar o no. Sostiene la bolsa de comida sin abrir, el termo, los guantes de Cinna. Regalos que no aceptará por su ira hacia mí. Sé exactamente cómo se siente. ¿No le hice yo lo mismo a mi madre?
Lo miro a los ojos. Su temperamento no puede ocultar completamente el dolor, el sentimiento de traición que siente por mi compromiso con Peeta. Esta será mi última oportunidad, este encuentro de hoy, de no perder a Gale para siempre. Podría llevarme horas el intentar explicarme, e incluso entonces hacer que me rechazara. En vez de ello voy directa al corazón de mi defensa.
— El Presidente Snow amenazó personalmente con hacer que te mataran. ― Digo. Gale alza levemente las cejas, pero no hay muestra real de miedo ni asombro.— ¿Alguien más?
— Bueno, en realidad no me dio una copia de la lista. Pero no sería erróneo suponer que incluye a nuestras dos familias.
Es bastante para traerlo hasta el fuego. Se agacha ante el hogar para calentarse.
— ¿A no ser qué?
— A no ser que nada, ahora. ― Digo. Obviamente esto requiere más explicación, pero no tengo ni idea de por dónde empezar, así que me limito a estar ahí sentada mirando el fuego con pesimismo.
Después de un minuto de esto, Gale rompe el silencio.
— Bueno, gracias por el aviso.
Me giro hacia él, lista para espetarle algo, pero veo el brillo en su ojo. Me odio por sonreír.
Este no es un momento divertido, pero supongo que es mucho para dejarle caer de pronto. Todos vamos a ser destruidos sin remedio.
— Tengo un plan, sabes.
— Sí, me apuesto a que es una maravilla. ― Dice. Me lanza los guantes sobre el regazo.
― Aquí. No quiero los guantes viejos de tu prometido.— No es mi prometido. Eso sólo es parte de la actuación. Y estos no son sus guantes. Eran de Cinna.
— Devuélvemelos entonces. ― Dice. Se pone los guantes, flexiona los dedos, y asiente con aprobación.
― Por lo menos moriré cómodo.
— Eso es optimista. Por supuesto, no sabes lo que ha pasado.
— Veámoslo.
Decido empezar con la noche en que Peeta y yo fuimos coronados vencedores de los Juegos del Hambre, y Haymitch me avisó de la furia del Capitolio. Le cuento la inquietud que me ha embargado desde que volví a casa, la visita a casa del Presidente Snow, los asesinatos en el Distrito 11, la tensión en las muchedumbres, el último intento del compromiso, la indicación del presidente de que no había sido suficiente, mi certeza de que deberé pagar.
Gale nunca interrumpe. Mientras hablo, se mete los guantes en el bolsillo y se ocupa convirtiendo los alimentos de la bolsa de cuero en una comida para nosotros. Tostando pan y queso, quitándole el corazón a manzanas, colocando castañas en el fuego para asar. Miro sus manos, sus dedos hermosos y capaces. Con cicatrices, igual que las mías antes de que el Capitolio borrara todas las marcas de mi piel, pero fuertes y hábiles. Manos que tienen el poder de sacar carbón de las minas pero la precisión para colocar una delicada trampa. Manos en que confío.
Me detengo a beber un sorbo del termo antes de hablarle de mi vuelta a casa.
— Bueno, pues sí que has liado las cosas. ― Dice.
— Ni siquiera he terminado. ― Le digo.
— He oído suficiente por el momento. Pasemos directamente a este plan tuyo. Tomo aire profundamente.
— Huimos.
— ¿Qué? ― Pregunta. Esto lo ha pillado desprevenido.
— Nos vamos al bosque y corremos tanto como podamos. ― Digo. Su expresión es imposible de descifrar. ¿Se reirá de mí, desechará la idea como una locura? Me pongo en pie de agitación, preparada para una discusión.
― ¡Tú mismo dijiste que pensabas que podríamos hacerlo! La mañana de la cosecha. Dijiste . . .
Se acerca y me siento levantada del suelo. La habitación gira, y tengo que cerrar los brazos en torno al cuello de Gale para sujetarme. Se está riendo, feliz.
— ¡Eh! ― Protesto, pero también me estoy riendo. Gale me deja en el suelo pero no me suelta.— Vale, huyamos. ― Dice.
— ¿De verdad? ¿No crees que esté loca? ¿Irás conmigo? ― Algo del peso abrumador empieza a liberarse al ser transferido a los hombros de Gale.— Sí que creo que estés loca, y aún así iré contigo. ― Dice. Lo dice de verdad. No sólo lo dice de verdad sino que le da la bienvenida.
― Podemos hacerlo. Sé que podemos. ¡Salgamos de aquí para no volver nunca!
— ¿Estás seguro? ― Digo. ― Porque va a ser duro, con los niños y todo. No quiero que entremos cinco kilómetros en el bosque y que luego tú . . .
— Estoy seguro. Completa, enteramente, cien por cien seguro. ― Inclina la frente hacia abajo para apoyarla contra la mía y me acerca más. Su piel, todo su ser, desprende calor por estar tan cerca del fuego, y cierro los ojos, empapándome en su calidez. Aspiro el olor a cuero húmedo de nieve y humo y manzanas, el olor de todos esos días de invierno que compartíamos antes de los Juegos. No intento apartarme. ¿Por qué debería, además? Su voz es apenas un susurro.
― Te quiero.
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En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.