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— Gale. ― Me vuelvo, mis manos hurgando torpemente en los nudos que unen sus muñecas. Alguien pasa un cuchillo y Peeta corta las cuerdas. Gale se derrumba en el suelo.

— Mejor llevarlo a tu madre. ― Dice Haymitch.

No hay camilla, pero la anciana del puesto de ropa nos vende el tablero que le hace de mostrador.
— Simplemente no digáis dónde lo conseguisteis. ― Dice, empaquetando rápidamente el resto de su mercancía. La mayor parte de la plaza se ha vaciado, el miedo ganándole a la compasión. Pero después de lo que acaba de pasar, no puedo culpar a nadie.

Para cuando hemos colocado a Gale boca abajo sobre el tablero, sólo queda un puñado de personas para llevarlo. Haymitch, Peeta y un par de mineros que trabajan en el mismo grupo que Gale lo levantan.
Leevy, una chica que vive a unas pocas casas de distancia de la mía en la Veta, me agarra el brazo. Mi madre mantuvo a su hermano pequeño con vida el año pasado cuando contrajo el sarampión.

— ¿Necesitas ayuda para volver? ― Sus ojos grises están asustados pero decididos.

— No, pero ¿puedes traer a Hazelle? ¿Enviarla aquí? ― Pregunto.

— Sí. ― Dice Leevy, volviéndose sobre los talones.

— ¡Leevy! ― Digo.
― No le dejes traer a los niños.

— No. Me quedaré con ellos yo misma.

— Gracias. ― Cojo la chaqueta de Gale y me apresuro detrás de los demás.

— Pon algo de nieve sobre eso. ― Ordena Haymitch por encima del hombro. Cojo un puñado de nieve y lo presiono contra mi mejilla, calmando algo el dolor. Ahora mi ojo izquierdo está llorando con ganas, y en la luz en disminución todo lo que puedo hacer es seguir las botas delante de mí.

Mientras andamos oigo a Bristel y Thom, los compañeros de grupo de Gale, unir las piezas de la historia de lo que ha pasado. Gale debió de haber ido a la casa de Cray, como ha hecho cien veces, sabiendo que Cray siempre paga bien por un pavo salvaje. En vez de eso encontró al nuevo agente de la paz en jefe, un hombre al que oyeron a alguien llamar Romulus Thread. Nadie sabe qué le pasó a Cray. Estaba comprando licor blanco en el Quemador esta misma mañana, aparentemente aún al mando del distrito, pero ahora no aparece por ninguna parte. Thread arrestó a Gale de inmediato y, por supuesto, ya que estaba allí de pie sosteniendo un pavo muerto, había poco que Gale pudiera decir en defensa propia. El rumor de su apuro se extendió con rapidez. Fue llevado a la plaza, obligado a declararse culpable de su crimen, y sentenciado a un azotamiento que se llevaría a cabo de inmediato. Para cuando yo aparecí, había sido azotado por lo menos cuarenta veces. Se desmayó alrededor de la número treinta.

— Menos mal que sólo tenía el pavo encima. ― Dice Bristel.
― Si hubiera llevado su caza habitual, habría sido mucho peor.

— Le dijo a Thread que se lo encontró vagando por la Veta. Dijo que había subido por la valla y que lo apuñaló con un palo. Todavía un crimen. Pero si hubieran sabido que había estado en el bosque con armas, lo habrían matado seguro. ― Dice Thom.

— ¿Qué pasa con Darius? ― Pregunta Peeta.

— Después de unos veinte latigazos intervino, diciendo que ya era suficiente. Sólo que no lo hizo elegante y oficial, como Purnia. Agarró el brazo de Thread y Thread lo golpeó en la cabeza con la culata del látigo. Nada bueno le espera. ― Dice Bristel.

— No suena muy bien para ninguno de nosotros. ― Dice Haymitch.

Empieza a caer la nieve, espesa y húmeda, haciendo que la visibilidad sea aún más difícil. Tropiezo en la subida a mi casa detrás de los otros, usando mis oídos más que mis ojos para guiarme. Una luz dorada colorea la nieve cuando se abre la puerta. Mi madre, que sin duda me estaba esperando después de un largo día de ausencia inexplicada, asimila la escena.

— Nuevo Jefe. ― Dice Haymitch, y ella asiente secamente como si no hiciera falta otra explicación.

Me llena de admiración, como siempre, el verla pasar de una mujer que me llama para matar una araña a una mujer inmune al miedo. Cuando le traen a un enfermo o moribundo . . . este es el único momento en que creo que mi madre sabe quién es.  En instantes, la larga mesa de la cocina ha sido vaciada, una tela blanca y estéril extendida sobre ella, y Gale subido encima. Mi madre vierte agua de una cafetera en un cuenco mientras le ordena a Prim que traiga una serie de sus remedios del botiquín de medicinas. Hierbas secas y tinturas y botellas compradas en tiendas. Miro sus manos, los dedos largos y finos desmenuzando esto, añadiendo gotas de aquello, dentro del cuenco. Empapando una tela en el líquido caliente mientras le da a Prim instrucciones para preparar una segunda poción.

Mi madre me mira.

— ¿Te cortó el ojo?

— No, sólo está cerrado por la hinchazón.

— Ponte más nieve en él. ― Instruye. Pero claramente no soy una prioridad.

— ¿Puedes salvarlo? ― Le pregunto a mi madre. No dice nada mientras escurre la tela y la sostiene en el aire para que se enfríe algo.

— No te preocupes. ― Dice Haymitch.
―Solía haber muchos azotamientos antes de Cray. Es a ella a quien se los llevábamos.

No puedo recordar un tiempo antes de Cray, un tiempo donde había un agente de la paz en jefe que usaba libremente el látigo. Pero mi madre debía de tener mi edad más o menos y debía de trabajar todavía en la botica con sus padres. Incluso entonces, debía de tener manos de curandera.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora