Peeta está a mi lado, vestido igual que yo.
— ¿Qué quería Finnick Odair? ― Pregunta.
Me giro y pongo mis labios cerca de los de Peeta y dejo caer los párpados en imitación de Finnick.
— Me ofreció azúcar y quería conocer todos mis secretos. ― Digo en mi mejor voz seductora.
Peeta se ríe.
— Ugh. No va en serio.
— Sí va en serio. Te diré más cuando se me pase el horror.
— ¿Crees que habríamos terminado así si sólo uno de los dos hubiera ganado? ― Pregunta, mirando a su alrededor a los otros vencedores.
― ¿Sólo una parte más del show de los bichos raros?— Pues claro. Especialmente tú.
— Oh. ¿Y por qué especialmente yo? ― Dice con una sonrisa.
— Porque tienes una debilidad por las cosas hermosas y yo no. ― Digo con aire de superioridad.
― Te atraerían a sus formas del Capitolio y estarías totalmente perdido.
— Tener ojo para la belleza no es lo mismo que una debilidad. ― Apunta Peeta.
― Excepto posiblemente en lo que se refiere a ti. ― La música está empezando y veo las anchas puertas abrirse para el primer carruaje, oigo el rugido e la multitud.
― ¿Vamos? ― Alza una mano para ayudarme a subirme al carruaje.
Me monto y lo subo detrás de mí.
— No te muevas. ― Digo, y enderezo su corona.
― ¿Has visto tu traje encendido? Vamos a estar fabulosos de nuevo.— Absolutamente. Pero Portia dice que tenemos que estar muy por encima de todo. Sin saludar ni nada. ― Dice.
― Por cierto, ¿dónde están?— No lo sé. ― Miro la procesión de carruajes.
― Tal vez debamos ir encendiéndonos nosotros mismos. ― Lo hacemos, y cuando empezamos a brillar, puedo ver a gente señalándonos con el dedo y hablando, y sé que, una vez más, seremos de lo que se hablará en las ceremonias de apertura. Casi estamos en la puerta. Estiro el cuello, pero ni Portia ni Cinna, que estuvieron con nosotros hasta el último segundo el año pasado, están en ningún sitio a la vista.
― ¿Tenemos que darnos la mano este año? ― Pregunto.
— Supongo que dejaron que lo decidiéramos nosotros. ― Dice Peeta.
Alzo la vista a esos ojos azules que ninguna cantidad de maquillaje dramático puede hacer verdaderamente mortales y recuerdo cómo, sólo hace un año, estaba preparada para matarlo. Convencida de que él estaba intentando matarme. Ahora todo está invertido. Estoy determinada a mantenerlo con vida, sabiendo que el precio será mi propia vida, pero la parte de mí que no es tan valiente como me gustaría se alegra de que sea Peeta, y no Haymitch, quien está a mi lado. Nuestras manos se encuentran sin más discusión. Por supuesto que iremos a esto como uno solo.
La voz de la muchedumbre se alza en un grito universal cuando paseamos por la difusa luz de la tarde, pero ninguno de los dos reacciona. Yo simplemente fijo los ojos en un punto lejano en la distancia y finjo que no hay audiencia, que no hay histeria. No puedo evitar captar breves imágenes nuestras en las pantallas inmensas por el camino, y no somos sólo hermosos, somos oscuros y poderosos, No, más. Nosotros, los amantes imposibles del Distrito 12, que tanto sufrimos y tan poco disfrutamos de las recompensas de nuestra victoria, no buscamos el favor de los fans, no los obsequiamos con nuestras sonrisas, ni aceptamos sus besos. Somos implacables.
Y me encanta. Siendo yo misma por fin.
Cuando giramos a la curva del gran Círculo de la Ciudad, puedo ver que un par de otros estilistas han tratado de robar la idea de Cinna y Portia de iluminar a sus tributos. Los atuendos llenos de luces eléctricas del Distrito 3, donde se encargan de la electrónica, por lo menos tienen sentido. ¿Pero qué están haciendo los ganaderos del Distrito 10, que están vestidos de vacas, con cinturones flameantes? ¿Asarse a la parrilla? Patético.
Peeta y yo, por otra parte, somos tan fascinantes con nuestros disfraces cambiantes de carbón que la mayoría de los demás tributos nos están mirando. Le resultamos especialmente hipnotizadores a la pareja del Distrito 6, quienes son conocidos adictos al morphling. Ambos son delgadísimos, con decadente piel amarillenta. No pueden apartar sus ojos inmensos, incluso cuando el Presidente Snow empieza a hablar desde su balcón, dándonos la bienvenida al Quell. Suena el himno, y cuando damos nuestra última vuelta al círculo, ¿me equivoco? ¿O también veo los ojos del Presidente Snow fijados en mí?
Peeta y yo esperamos hasta que las puertas del Centro de Entrenamiento se han cerrado detrás de nosotros para relajarnos. Cinna y Portia están allí, complacidos por nuestra actuación, y Haymitch también ha hecho su aparición este año, sólo que no está en nuestro carruaje, está con los tributos del Distrito 11. Lo veo asentir en nuestra dirección y después ellos lo siguen para saludarnos.
Conozco a Chaff de vista porque me he pasado años viéndole pasarse la botella con Haymitch en la televisión. Tiene la piel oscura, un metro ochenta de altura más o menos, y uno de sus brazos termina en un muñón porque perdió la mano en los Juegos que ganó hace treinta años. Estoy segura de que le ofrecieron algún reemplazo artificial, como hicieron con Peeta cuando tuvieron que amputarle la parte baja de la pierna, pero supongo que no lo quiso.
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En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.