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Justo entonces llega hasta nosotros mi equipo de preparación. Suenan casi incoherentes entre el alcohol que han consumido y su éxtasis por estar en un evento tan importante.

— ¿Por qué no estáis comiendo? ― Pregunta Octavia.

— Lo he hecho, pero no puedo aguantar otro bocado. ― Digo. Ellos se ríen como si fuera la cosa más tonta que hayan oído nunca.

— ¡Nadie deja que eso los detenga! ― Dice Flavius. Nos llevan hasta una mesa donde hay pequeños vasos de vino de pie bajo llenos de un líquido claro.
― ¡Bebed esto! Peeta coge uno para tomar un sorbo y casi se vuelven locos.

— ¡No aquí! ― Chilla Octavia.

— Tienes que hacerlo allí. ― Dice Venia, señalando a las puertas que llevan a los lavabos.
―¡O lo echarás todo por el suelo!

Peeta mira otra vez al vaso y lo relaciona todo.

— ¿Queréis decir que esto me hará vomitar? Mi equipo se ríe histéricamente.

— Por supuesto, para que puedas seguir comiendo. ― Dice Octavia.
― Ya he estado allí dos veces. Todos lo hacen, o si no ¿cómo te ibas a divertir en un festín?

Me he quedado sin habla, mirando a los bonitos vasitos y todo lo que implican. Peeta vuelve a poner el suyo en la mesa con tanta precisión que dirías que iba a detonar.

— Vámonos, Katniss. Vamos a bailar.

La música se filtra desde las nubes mientras me aparta del equipo, la mesa y más allá hasta la pista. En casa sólo conocemos unos pocos bailes, del tipo que van con música de flauta y violín y necesitan un buen espacio. Pero Effie nos ha enseñado algunos que son populares en el Capitolio. La música es lenta y ensoñadora, así que Peeta me toma entre sus brazos y nos movemos en un círculo sin prácticamente ningún paso. Podrías hacer este baile en un plato de tarta. Estamos callados durante un rato. Después Peeta habla con voz tensa.

— Vas por ahí, pensando que puedes lidiar con ello, pensando que tal vez no sean tan malos, y después . . . ― Se interrumpe.

Todo en lo que puedo pensar son los cuerpos escuálidos de los niños sobre la mesa de nuestra cocina mientras mi madre prescribe lo que los padres no pueden dar. Más comida. Ahora que somos ricos, los envía a casa con algo. Pero a menudo, en los viejos tiempos, no había nada que dar y de todos modos el niño estaba más allá de toda salvación. Y aquí en el Capitolio están vomitando por el placer de volver a llenarse las barrigas una y otra vez. No por ninguna enfermedad del cuerpo ni de la mente, no por comida estropeada. Es lo que todos hacen en una fiesta. Lo esperado. Parte de la diversión.

Un día cuando pasé a dejarle la caza a Hazelle, Vick estaba enfermo en casa con un mal caso de tos. Siendo parte de la familia de Gale, el niño tiene que comer mejor que el noventa por ciento del resto del Distrito 12. Pero aún estuvo hablando un cuarto de hora de cómo habían abierto una lata de sirope de maíz del Día del Paquete y cada uno había tomado una cucharada sobre pan e iban a tomar más quizás más tarde en la semana. Cómo Hazelle había dicho que él podía tomar un poco en una taza de té para aliviar su tos, pero él no se sentiría bien a no ser que los otros también tomaran algo. Si es así en casa de Gale, ¿cómo será en las demás casas?

— Peeta, nos traen aquí para luchar a muerte por su entretenimiento. ― Digo.
― De verdad, esto no es nada en comparación.

— Lo sé. Lo sé. Sólo es que a veces ya no puedo soportarlo. Hasta el punto en que . . . no estoy seguro de qué haré. ― Se para. Luego susurra.
― Tal vez nos equivocamos, Katniss.

— ¿Sobre qué? ― Pregunto.

— Sobre intentar acallar las cosas en los distritos. ― Dice.

Mi cabeza gira velozmente de lado a lado, pero nadie parece haber oído. Los cámaras se desviaron en una mesa de marisco, y las parejas bailando a nuestro alrededor están o muy borrachas o muy concentradas en sí mismas como para darse cuenta.

— Lo siento. ― Dice. Debería sentirlo. Este no es lugar para dar voz a semejantes pensamientos.

— Ahórralo para casa. ― Le digo.

Justo entonces aparece Portia con un hombre grande que parece vagamente familiar. Lo presenta como Plutarch Heavensbee, el nuevo Vigilante Jefe. Plutarch le pregunta a Peeta si puede robarme para un baile. Peeta ha recuperado su cara de cámara y me pasa a él con naturalidad, avisándolo de que no se tome libertades.

No quiero bailar con Plutarch Heavensbee. No quiero sentir sus manos, una reposando sobre la mía, una en mi cadera. No estoy acostumbrada a que me toquen, excepto Peeta o mi familia, y yo coloco a los Vigilantes en algún sitio por debajo de los gusanos en cuanto a criaturas que quiero en contacto con mi piel. Pero él parece sentir esto y me sostiene casi a la distancia de un brazo mientras giramos sobre el suelo.

Charlamos sobre la fiesta, sobre el entretenimiento, sobre la comida, y después hace un chiste sobre evitar el ponche desde el entrenamiento. No lo pillo, y después me doy cuenta de que es el hombre que resbaló hacia atrás sobre el bol del ponche cuando les disparé una flecha a los Vigilantes durante la sesión de entrenamiento. Bueno, en realidad no. Estaba disparándole a una manzana en la boca de su cerdo asado. Pero los hice saltar.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora