Me quedo en la ventana hasta mucho después de que el bosque se haya tragado la última imagen de mi hogar. Esta vez no tengo ni la más mínima esperanza de volver. Antes de mis primeros Juegos, le prometí a Prim que haría todo lo que pudiera para ganar, y ahora me he jurado a mí misma hacer todo lo que pueda para mantener a Peeta con vida. Nunca volveré a hacer este camino al revés.
Ya había decidido cuáles quería que fueran mis últimas palabras a mis seres queridos. Cómo hacer para cerrar y echar la llave de la mejor forma posible a las puertas y dejarlos tristes pero a salvo atrás. Y ahora el Capitolio también me ha robado eso.
— Escribiremos cartas, Katniss. ― Me dice Peeta desde detrás.
― Será mejor, en cualquier caso. Darles una parte de nosotros a la que aferrarse. Haymitch las entregará por nosotros si... necesitan ser entregadas.
Asiento y me voy derecha a mi habitación. Me siento en la cama, sabiendo que nunca escribiré esas cartas. Serán como el discurso que intenté escribir en honor de Rue y Thresh en el Distrito 11. Las cosas parecían claras en mi cabeza e incluso cuando hablé ante la muchedumbre, pero las palabras nunca salían bien del bolígrafo. Además, se suponía que estas debían ir con abrazos y besos y una caricia en el pelo de Prim, una caricia al rostro de Gale, un apretón a la mano de Madge. No pueden ser entregadas con una caja de madera conteniendo mi cuerpo frío y rígido.
Demasiado abatida para llorar, todo lo que quiero es acurrucarme en la cama y dormir hasta que lleguemos al Capitolio mañana por la mañana. Pero tengo una misión. No, es más que una misión. Es mi última voluntad. Mantener a Peeta con vida. Y tan improbable como parece eso a la vista de la ira del Capitolio, es importante que esté a la altura de los mejores. Esto no pasará si estoy guardando duelo por todos los que quiero allá en casa. Déjalos ir,me digo a mí misma. Di adiós y olvídalos. Hago lo que puedo, pensando en ellos uno por uno, liberándolos como a pájaros de las jaulas protectoras dentro de mí, cerrando las puertas contra su regreso.
Para cuando Effie golpea en mi puerta para llamarme para cenar, estoy vacía. Pero la ligereza no es del todo mal recibida.
La comida es apagada. Tan apagada, de hecho, que hay largos períodos de silencio aliviados sólo por la retirada de platos viejos y la presentación de unos nuevos. Una sopa fría de puré de verduras. Pasteles de pescado con cremosa salsa de lima. Esos pajaritos de los que comes huesos y todo, con arroz salvaje y berros. Mousse de chocolate salpicada de cerezas.
Peeta y Effie hacen intentos ocasionales de conversación que se apagan rápidamente.
— Me gusta tu nuevo pelo, Effie. ― dice Peeta.
— Gracias. Lo hice preparar especialmente para combinar con la insignia de Katniss. Pensaba que podríamos conseguirte una banda dorada para la pierna y quizás encontrarle a Haymitch un brazalete de oro o algo para que pudiéramos parecer un equipo. ― Dice Effie.Evidentemente, Effie no sabe que mi insignia del sinsajo es ahora un símbolo usado por los rebeldes. Por lo menos, en el Distrito 8. En el Capitolio, el sinsajo es todavía un recordatorio divertido de unos Juegos del Hambre especialmente emocionantes. ¿Qué más podría ser? Los rebeldes de verdad no ponen un símbolo secreto en algo tan duradero como la joyería. Lo ponen en una galleta de barquillo que se puede comer en un segundo de ser necesario.
— Creo que es una idea genial. ― Dice Peeta.
― ¿Qué te parece, Haymitch?
— Sí, da igual. ― Dice Haymitch. No está bebiendo pero puedo ver que le gustaría estar haciéndolo. Effie hizo que se llevaran su propio vino cuando vio el esfuerzo que hacía, pero está en un estado deplorable. Si fuera él el tributo, no le habría debido nada a Peeta y podría estar tan borracho como quisiera. Ahora va a costarle todos sus esfuerzos mantener a Peeta con vida en una arena llena de sus viejos amigos, y probablemente fracasará.
— Tal vez podríamos conseguirte a ti también una peluca. ― Digo yo en un intento de levantar el ánimo. Él se limita a lanzarme una mirada que dice que lo deje en paz, y todos comemos nuestra mousse en silencio.— ¿Qué os parece que veamos la repetición de las cosechas? ― Dice Effie, dándose toquecitos en las comisuras de la boca con una servilleta blanca de lino.
Peeta se va a buscar su libreta donde tiene a los vencedores que quedan con vida, y nos reunimos en el compartimento con la televisión para ver cuál será nuestra competencia en la arena. Todos estamos en posición cuando empieza a sonar el himno y empieza la repetición anual de las ceremonias de la cosecha en los doce distritos.
En la historia de los Juegos ha habido setenta y cinco vencedores. Cincuenta y nueve aún siguen con vida. Reconozco muchos de sus rostros, ya sea por verlos como tributos o mentores en los previos Juegos o por nuestra reciente revisión de las cintas de los vencedores. Algunos son tan viejos o están tan consumidos por enfermedades, drogas o la bebida que no puedo situarlos. Tal y como uno esperaría, las colecciones de tributos profesionales de los Distritos 1, 2 y 4 son las mayores. Pero cada Distrito se las ha arreglado para aportar por lo menos un tributo femenino y uno masculino.
Las cosechas pasan con rapidez. Peeta pone cuidadosamente estrellas junto a los nombres de los tributos elegidos en su libreta. Haymitch observa, su rostro vacío de emoción, mientras amigos suyos dan un paso al frente para subir al escenario. Effie susurra comentarios afligidos como “Oh, no Cecelia” o “Bueno, Chaff nunca podía mantenerse al margen en una pelea”, y suspira con frecuencia.
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En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.