8.3

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— ¿Qué es esa cosa? ― Pregunta Peeta.

— Es del Capitolio. Se llama morphling. ― Responde mi madre.

— Ni siquiera sabía que Madge conociera a Gale. ― Dice Peeta.

— Solíamos venderle fresas. ― Digo casi con enfado. Aunque, ¿por qué estoy enfadada? No porque ella haya traído la medicina, eso seguro.

— Deben de gustarle mucho. ― Dice Haymitch.

Eso es lo que me irrita. La implicación de que hay algo entre Gale y Madge. Y no me gusta.

— Es mi amiga. ― Es todo lo que digo.

Ahora que Gale está en manos del analgésico, todo el mundo parece desinflarse. Prim nos hace comer a todos algo de estofado y de pan. A Hazelle se le ofrece una habitación, pero tiene que ir a casa junto a los otros niños. Haymitch y Peeta están los dos dispuestos a quedarse, pero mi madre los envía también a acostarse a casa. Sabe que no tiene sentido intentarlo conmigo y me deja atendiendo a Gale mientras ella y Prim descansan.

A solas en la cocina con Gale, me siento en el taburete de Hazelle, sosteniendo su mano.
Después de un rato, mis manos encuentran su rostro. Toco partes de él que nunca antes había tenido razón de tocar. Sus pesadas cejas oscuras, la curva de su mejilla, la línea de su nariz, la depresión en la base de su cuello. Trazo el contorno de la barba en su mandíbula y finalmente llego hasta sus labios. Suaves y amplios, algo agrietados, su aliento calienta mi piel fría.

¿Todo el mundo parece más joven mientras duerme? Porque ahora mismo podría ser el niño al que me encontré en el bosque hace años, el que me acusó de robar de sus trampas. Qué par éramos―sin padre, asustados, pero también ferozmente comprometidos a mantener a nuestras familias con vida. Desesperados, aunque a partir de ese día ya no solos, porque nos habíamos encontrado el uno al otro. Pienso en cien momentos en el bosque, tardes perezosas de pesca, el día en que le enseñé a nadar, aquella vez que me torcí la rodilla y él me llevó a casa. Confiando en el otro, vigilándonos mutuamente las espaldas, obligándonos mutuamente a ser valientes.

Por primera vez, invierto nuestras posiciones en mi cabeza. Imagino a Gale presentándose voluntario para salvar a Rory en la cosecha, viendo cómo lo arrancan de mi vida, convirtiéndose en el amante de una chica extraña para permanecer con vida, y después volviendo a casa con ella. Viviendo junto a ella. Prometiendo casarse con ella.

El odio que siento hacia él, hacia la chica fantasma, hacia todo, es tan real e inmediato que me ahoga. Gale es mío. Yo soy suya. Cualquier otra cosa es inconcebible. ¿Por qué hizo falta que fuera azotado hasta el límite de su vida para que me diera cuenta?

Porque soy egoísta. Soy una cobarde. Soy el tipo de chica que, cuando podría ser útil de verdad, huiría para seguir con vida y abandonaría a los que no la pudieran seguir para que sufrieran y murieran. Esta es la chica a la que Gale se encontró hoy en el bosque.
No me extraña que ganara los Juegos. Ninguna persona decente los gana jamás.

Salvaste a Peeta, pienso débilmente.

Pero ahora me cuestiono incluso eso. Sabía de sobra que mi vida de vuelta en el Distrito 12 sería imposible si dejara morir a ese chico.
Apoyo la cabeza sobre el borde de la mesa, superada por el odio hacia mí misma. Deseando haber muerto en la arena. Deseando que Seneca Crane me hubiera hecho explotar en pedacitos de la forma en que el Presidente Snow dijo que debería haber hecho cuando levanté las bayas.

Las bayas. Me doy cuenta de que la respuesta a la pregunta de quién soy depende de ese puñado de frutos venenosos. Si los levanté para salvar a Peeta porque sabía que sería marginada si volvía sin él, entonces soy despreciable. Si los levanté porque lo amaba, entonces todavía soy egocéntrica, aunque perdonable. Pero si los levanté para desafiar al Capitolio, soy alguien valioso. El problema es que no sé exactamente lo que pasaba dentro de mí en ese momento.

¿Podría tener razón la gente de los distritos? ¿Que era un acto de rebelión, si bien uno inconsciente? Porque, muy en el fondo, yo debía de saber que no era suficiente para mantenerme a mí, o a mi familia, o a mis amigos con vida el huir. Incluso si pudiera. No arreglaría nada. No impediría que hicieran daño a la gente como a Gale hoy.

En realidad la vida en el Distrito 12 no es tan diferente a la vida en la arena. Llegado un momento tienes que dejar de escapar y darte la vuelta y enfrentarte a quien sea que te quiera ver muerto. Lo difícil es encontrar el valor para hacerlo. Bueno, no es difícil para Gale. Él nació rebelde. Yo soy la que hace planes de huida.

— Lo siento tanto. ― Susurro. Me inclino hacia delante y lo beso.

Sus párpados se levantan y me mira a través de una neblina de opiáceos.

— Hola, Catnip.

— Hola, Gale.

— Pensé que a estas alturas ya te habrías ido.

Mis opciones son sencillas. Puedo morir como una presa en el bosque o puedo morir aquí junto a Gale.

— No me voy a ninguna parte. Me voy a quedar justo aquí y causar todo tipo de problemas.

— Yo también. ― Dice Gale. Sólo consigue esbozar una sonrisa antes de que las drogas vuelvan a llevárselo.


En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora