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— Oh, usted es quien . . . ― Río, acordándome de él salpicando al caerse en el bol de ponche.

— Sí. Y te complacerá saber que nunca me he recuperado. ― Dice Plutarch.

Quiero decir que veintidós tributos muertos tampoco se recuperarán nunca de los Juegos que él ayudó a crear. Pero sólo digo:

— Bien. ¿Así que usted es el Vigilante Jefe este año? Eso debe de ser un gran honor.

— Entre tú y yo, no había muchos aspirantes al puesto. ― Dice.
― Tanta responsabilidad sobre cómo saldrán los Juegos.
Sí, el último tío está muerto, pienso. Él debe de saber lo de Seneca Crane, pero no parece preocupado en absoluto.

— ¿Ya están planeando los Juegos del Quarter Quell? ― Digo.

— Oh, sí. Bueno, han estado trabajándose desde hace años, por supuesto. Las arenas no se construyen en un día. Pero el, por decirlo de algún modo, sabor de los Juegos se va a determinar ahora. Lo creas o no, tengo una reunión de estrategia esta noche.

Plutarch se aparta un paso y saca un reloj de oro en una cadena de un bolsillo de su chaleco. Abre la tapa, mira la hora, y frunce el ceño.
— Tendré que irme pronto. ― Gira el reloj para que pueda ver la esfera.
― Empieza a medianoche.

— Eso parece tarde para . . . ― Digo, pero entonces algo me distrae. Plutarch ha deslizado su pulgar sobre la esfera de cristal del reloj y durante sólo un instante aparece una imagen, brillando como si estuviera iluminada por una vela. Es otro sinsajo. Exactamente como la insignia en mi vestido. Sólo que este desaparece. Cierra el reloj.

— Eso es muy bonito. ― Digo.

— Oh, es más que bonito. Es único. ― Dice.
― Si alguien pregunta por mí, di que me he ido a casa a la cama. Se supone que las reuniones se deben mantener en secreto. Pero pensé que sería seguro decírtelo a ti.
— Sí. Su secreto está a salvo conmigo.

Cuando nos damos la mano, hace una pequeña reverencia, un gesto común aquí en el Capitolio.

— Bueno, te veré el próximo verano en los Juegos, Katniss. Mis mejores deseos para con tu compromiso, y buena suerte con tu madre.

— La necesitaré.

Plutarch desaparece y camino sin rumbo entre la multitud, buscando a Peeta, mientras extraños me felicitan. Por mi compromiso, por mi victoria en los Juegos, por mi elección en la barra de labios. Respondo, pero en realidad estoy pensando en Plutarch presumiendo de su bonito y exclusivo reloj. Hay algo extraño en eso. Casi clandestino. ¿Pero por qué? Tal vez crea que alguien más robará su idea de poner un sinsajo que desaparece en la esfera de un reloj. Sí, probablemente pagó una fortuna por eso y ahora no se lo puede enseñar a nadie porque teme que alguien haga una imitación barata. Sólo en el Capitolio.

Encuentro a Peeta admirando una mesa de tartas elaboradamente decoradas. Hay panaderos que han venido desde las cocinas especialmente para hablar con él sobre glaseados, y puedes verlos atropellándose los unos a los otros para responder a sus preguntas. A petición suya, preparan una muestra de pasteles pequeños para que se lleve de vuelta al Distrito 12, donde podrá examinar su trabajo tranquilamente.

— Effie dijo que tenemos que estar en el tren a la una. Me pregunto qué hora es. ― Dice, mirando a su alrededor.

— Casi medianoche. ― Respondo. Arranco una flor de chocolate de una tarta con los dedos y la mordisqueo, más allá de preocuparme por mis modales.

— ¡Hora de decir gracias y despedirse! ― Gorjea Effie a la altura de mi codo. Es uno de esos momentos en los que simplemente adoro su puntualidad compulsiva. Recogemos a Cinna y a Portia, y nos escolta para decirle adiós a la gente importante, después nos lleva hasta la puerta.

— ¿No deberíamos darle las gracias al Presidente Snow? ― Dice Peeta.
― Es su casa.

— Oh, no es muy amigo de fiestas. Demasiado ocupado. ― Dice Effie.
― Ya he preparado las notas y regalos de rigor para que se le envíen mañana. ¡Aquí estás! ― Effie saluda con la mano a dos encargados del Capitolio que llevan a un ebrio Haymitch sujeto en el medio.

Viajamos por las calles del Capitolio en un coche con ventanas tintadas. Detrás de nosotros, otro coche trae a los equipos de preparación. Las multitudes de gente celebrando son tan grandes que es un viaje lento. Pero Effie ha hecho una ciencia de esto, y exactamente a la una en punto estamos de vuelta en el tren y este sale de la estación.

Haymitch es depositado en su cuarto. Cinna ordena té y todos tomamos asiento alrededor de la mesa mientras Effie hace sonar los papeles de sus horarios y nos recuerda que aún estamos en el tour.

— Está el Festival de la Cosecha en el Distrito Doce sobre el que pensar. Así que sugiero que bebamos nuestro té y vayamos directos a la cama. ― Nadie discute.
Cuando abro los ojos, es primera hora de la tarde. Mi cabeza descansa sobre el brazo de Peeta. No recuerdo que viniera anoche. Me doy la vuelta, teniendo cuidado de no molestarlo, pero ya está despierto.

— Sin pesadillas. ― Dice.

— ¿Qué? ― Pregunto.

— No tuviste ninguna pesadilla anoche.

Tiene razón. Por primera vez en siglos he dormido toda la noche.

En llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora