Paso los dedos por el vello suave y ondulado de mis piernas y me entrego a mi equipo. Ninguno de ellos está a la altura de su cháchara habitual, así que puedo oír cómo cada cabello es arrancado de su folículo. Tengo que sumergirme en una bañera llena de una solución espesa y maloliente, mientras mi cara y mi pelo son embadurnadas con cremas. Dos baños más siguen, con otros mejunjes menos ofensivos. Me depilan y restriegan y masajean hasta que quedo en carne viva.
Flavius me alza la barbilla y suspira.
— Es una vergüenza que Cinna dijera que no se te hicieran alteraciones.
— Sí, podríamos convertirte en algo muy especial. ― Dice Octavia.
— Cuando sea mayor. ― Dice Venia casi amargamente.
― Entonces tendrá que dejarnos.
¿Hacer qué? ¿Hinchar mis labios como los del Presidente Snow? ¿Tatuarme el pecho?
¿Teñir mi piel de magenta e implantarle gemas? ¿Ponerme garras curvas? ¿O bigotes de gato? Vi todas esas cosas y más en la gente del Capitolio. ¿Tienen la más mínima idea de lo monstruosos que nos parecen a los demás?
La idea de ser abandonada a los caprichos de la moda de mi equipo de preparación sólo se suma a las miserias que compiten por mi atención, mi cuerpo explotado, mi falta de sueño, mi matrimonio obligatorio, y el terror de ser incapaz de satisfacer las demandas del Presidente Snow. Para cuando llego a la comida, donde Effie, Cinna, Portia, Haymitch y Peeta han empezado sin mí, estoy demasiado hundida para hablar. Están delirando sobre la comida y lo bien que duermen en los trenes.
Todo el mundo está lleno de excitación por el tour. Bueno, todo el mundo excepto Haymitch. Él está mimando una resaca y mordisqueando una magdalena. Yo tampoco tengo mucha hambre, tal vez porque me llené de demasiadas cosas ricas esta mañana o tal vez porque estoy demasiado disgustada. Jugueteo con un cuenco de caldo, comiendo tan sólo una o dos cucharadas. Ni siquiera puedo mirar a Peeta―mi designado futuro marido―aunque ya sé que nada de esto es culpa suya.
La gente se da cuenta, tratan de incluirme en la conversación, pero simplemente no les hago caso. En algún punto, el tren se detiene. Nuestro servidor anuncia que no será tan sólo una parada para repostar, alguna parte no funciona y tienen que sustituirla. Requerirá por lo menos una hora. Esto le provoca un ataque a Effie. Saca su horario y empieza a trabajar en cómo el retraso impactará en cada evento durante el resto de nuestras vidas. Finalmente ya no puedo soportar seguir escuchándola.
— ¡A nadie le importa, Effie! ― Suelto.Todos en la mesa se me quedan mirando, incluso Haymitch, quien pensarías que estaría de mi parte en esta materia ya que Effie lo vuelve loco. Me pongo inmediatamente a la defensiva.
― ¡Bueno, a nadie le importa! ― Digo, y me levantó y abandono el vagón comedor.
El tren parece asfixiante de repente y ahora me estoy sintiendo definitivamente enferma.
Encuentro la puerta de salida, la obligo a abrirse―activando algún tipo de alarma, la cual ignoro―y salto al suelo esperando aterrizar sobre nieve. Pero el aire es cálido y agradable sobre mi piel. Los árboles aún tienen hojas verdes. ¿Cuánto al sur hemos llegado en un día? Camino por la vía, guiñando los ojos ante el brillante sol, lamentando ya mis palabras a Effie. Ella no es la culpable de mi presente aprieto. Debería volver y disculparme. Mi arrebato fue el colmo de los malos modales, y los modales le importan a ella profundamente. Pero mis pies siguen avanzando por la vía, pasando el final del tren, dejándolo atrás. Un retraso de una hora. Puedo andar por lo menos veinte minutos en una dirección y volver con tiempo más que de sobra. En vez de eso, después de un centenar de metros, me dejo caer al suelo y me siento allí, mirando a la distancia. Si tuviera arco y flechas, ¿me limitaría a seguir adelante?
Después de un rato oigo pisadas detrás de mí. Será Haymitch, viniendo a reñirme. No es que no lo merezca, pero aún así no quiero oírlo.
— No estoy de humor para sermones. ― Aviso al manojo de hierbajos junto a mis pies.
— Trataré de ser breve. ― Peeta se sienta a mi lado.
— Pensé que eras Haymitch. ― Digo.
— No, aún está trabajando en esa magdalena. ― Miro mientras Peeta posiciona su pierna artificial.― Un mal día, ¿eh?
— No es nada. ― Digo. Inspira profundamente.— Mira, Katniss, llevo un tiempo con la intención de hablarte sobre la forma de la que actué en el tren. Quiero decir, el último tren. El que nos trajo a casa. Yo sabía que tú tenías algo con Gale. Estaba celoso de él incluso antes de conocerte oficialmente. Y no fue justo atarte a nada que sucediera en los Juegos. Lo siento.
Su disculpa me toma por sorpresa. Es cierto que Peeta rompió toda relación conmigo después de que le confesara que mi amor por él durante los Juegos era algo así como una actuación. En la arena, había jugado con ese ángulo de interpretación todo lo que había podido. Había habido veces en que sinceramente no sabía cómo me sentía con respecto a él. En realidad todavía no lo sé.
— Yo también lo siento. ― Digo. No estoy segura de por qué, exactamente. Tal vez porque hay una probabilidad muy real de que esté a punto de destruirlo.— No hay nada por lo que debas disculparte. Sólo nos estabas manteniendo con vida. Pero no quiero que sigamos así, ignorándonos mutuamente en la vida real y cayendo sobre la nieve cada vez que hay una cámara cerca. Así que pensé que si dejaba de estar tan, ya sabes, herido, podríamos intentar ser amigos.
Todos mis amigos probablemente vayan a terminar muertos, pero rechazar a Peeta no lo va a mantener con vida.
— Vale. ― Digo. Su ofrecimiento sí consigue hacer que me sienta mejor. De alguna forma, menos mentirosa. Habría sido bonito si me hubiera venido con esto antes, antes de que supiera que el presidente Snow tenía otros planes y que ser sólo amigos ya no era una opción para nosotros.
Pero aún así, me alegra que estemos hablando de nuevo.
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En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.