Tomo una larga ducha, me visto lentamente en el conjunto que Cinna ha dejado para el entrenamiento, y ordeno comida del menú de mi habitación hablando por un micrófono. En un minuto aparecen salchichas, huevos, patatas, pan, zumo y chocolate caliente. Como hasta estar llena, intentando llenar los minutos hasta las diez en punto, cuando tendremos que bajar hasta el Centro de Entrenamiento. A eso de las nueve y media, Haymitch está dando golpazos en mi puerta, obviamente harto de mí, mandándome ir al comedor ¡AHORA! Aún así, me cepillo los dientes antes de ir lentamente por el pasillo, matando eficazmente otros cinco minutos.
El comedor está vacío salvo por Peeta y Haymitch, cuyo rostro está sonrojado por la bebida y el enfado. En su muñeca lleva un brazalete totalmente de oro con un patrón de llamas―esta debe de ser su concesión al plan de Effie de los recuerdos a juego―al que da vueltas con descontento. Es un brazalete muy bonito, de verdad, pero con el movimiento hace que parezca algo que lo está confinando, un grillete, más que una pieza de joyería.
— Llegas tarde. ― Me ruge.
— Perdón. Me quedé dormida después de las pesadillas de lenguas mutiladas que me mantuvieron despierta la mitad de la noche. ― Tengo la intención de sonar hostil, pero mi voz se quiebra al final de la frase.
Haymitch me lanza una mirada ceñuda, después se echa atrás.
―Vale, da igual. Hoy, en el entrenamiento, tenéis dos deberes. Uno, seguir enamorados.
— Obviamente. ― Digo.
— Y dos, hacer algunos amigos. ― Dice Haymitch.
— No. ― Digo.
― No confío en ninguno de ellos. No puedo soportar a la mayoría, y prefiero que operemos nada más los dos.— Eso es lo que dije yo al principio, pero . . . ― Empieza Peeta.
— Pero no será suficiente. ― Insiste Haymitch.
― Vais a necesitar más aliados esta vez.
— ¿Por qué? ― Pregunto.
— Porque estáis en clara desventaja. Vuestros competidores se han conocido durante años.
Así que, ¿a quién creéis que atacarán primero?
— A nosotros. Y nada que hagamos va a superar ninguna antigua amistad. Así que, ¿por qué molestarse?
— Porque podéis luchar. Sois populares entre la gente. Eso aún podría convertiros en aliados deseables. Pero sólo si les hacéis saber a los demás que estáis dispuestos a hacer un equipo con ellos.
— ¿Quieres decir que nos quieres en el grupo de Profesionales este año? ― Pregunto, incapaz de ocultar mi desagrado.
Tradicionalmente los tributos de los Distritos 1, 2 y 4 unen fuerzas, tal vez agregando a alguno de los otros luchadores excepcionales, y cazan a los competidores más débiles.
— Esa ha sido nuestra estrategia, ¿no? ¿Entrenar como Profesionales? ― Rebate Haymitch.— Y generalmente se decide quiénes van a formar el grupo de Profesionales antes de que empiezan los Juegos. Peeta por poco no consiguió entrar el año pasado.
Pienso en el odio que sentí cuando descubrí que Peeta estaba con los Profesionales en los Juegos pasados.
— Así que vamos a intentar unirnos a Finnick y a Brutus. . . ¿es eso lo que estás diciendo?
— No necesariamente. Todos son vencedores. Haced vuestro propio grupo, si lo preferís.
Elegid a quien queráis. Yo os sugiero a Chaff y Seeder. Aunque Finnick no es como para ignorarlo. ― Dice Haymitch.
― Encontrad a alguien para hacer equipo que pueda seros de alguna utilidad. Recordad, ya no estáis en un ring lleno de niños temblorosos. Todas estas personas son asesinos experimentados, sin importar en qué forma parezcan estar.
Tal vez tenga razón. Sólo que, ¿en quién podría confiar? Seeder tal vez. ¿Pero de verdad quiero hacer un pacto con ella, sólo para posiblemente tener que matarla después? No. Aún así, hice un pacto con Rue bajo las mismas circunstancias. Le digo a Haymitch que lo intentaré, incluso aunque creo que se me dará bastante mal todo el asunto.
Effie aparece algo pronto para llevarnos abajo porque el año pasado, incluso aunque llegamos a tiempo, fuimos los dos últimos tributos en aparecer. Pero Haymitch le dice que no quiere que sea ella quien nos lleve al gimnasio. Ninguno de los demás vencedores va a aparecer con una niñera y, siendo los más jóvenes, es aún más importante que parezcamos independientes. Así que tiene que conformarse con llevarnos hasta el ascensor, haciéndonos caricias en el pelo, y pulsando el botón por nosotros.
Es un viaje tan corto que no hay tiempo de verdad para la conversación, pero cuando Peeta me da la mano, no la aparto. Tal vez lo haya ignorado anoche en privado, pero durante el entrenamiento tenemos que aparecer como un equipo inseparable.
Effie no se tenía que haber preocupado por que fuéramos los últimos en llegar. Sólo Brutus y la mujer del Distrito 2, Enobaria, están presentes. Enobaria aparenta unos treinta y todo lo que puedo recordar es que, en el combate cuerpo a cuerpo, mató a un tributo desgarrándole la garganta con los dientes. Se hizo tan famosa por este acto que, después de ser vencedora, hizo que le alteraran cosméticamente los dientes de modo que cada uno termina en una punta afilada como un colmillo y tiene incrustaciones de oro. No le faltan admiradores en el Capitolio.
A las diez en punto, sólo la mitad de los tributos han llegado. Atala, la mujer que dirige el entrenamiento, empieza su discurso justo en hora, no impresionada por la escasa asistencia. Tal vez se la esperaba. Se puede decir que estoy aliviada, porque eso significa que hay una docena de personas de las que no tengo que fingir hacerme amiga.
Atala lee la lista de estaciones, que incluyen tanto habilidades de combate como de supervivencia, y nos deja entrenar.
ESTÁS LEYENDO
En llamas
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.