Haymitch me sujeta con fuerza la muñeca como si anticipara mi próximo movimiento, pero estoy tan sin palabras como los torturadores del Capitolio han dejado a Darius. Haymitch me dijo una vez que les hacían algo a las lenguas de los Avoxes para que no pudiera hablar nunca más. En mi cabeza oigo la voz de Darius, juguetona y brillante, sonando a través del Quemador para bromear conmigo. No como se burlan de mí ahora los otros vencedores, sino porque nos gustábamos de verdad. Si Gale pudiera verlo . . .
Sé que cualquier movimiento que haga ahora hacia Darius, cualquier acto de reconocimiento, sólo resultaría en castigo para él. Así que sólo nos quedamos mirándonos a los ojos. Darius, ahora un esclavo mudo; yo, ahora en camino hacia mi muerte. ¿Qué íbamos a decir, en cualquier caso? ¿Qué sentimos la suerte del otro? ¿Qué nos duele el dolor del otro?
¿Que nos alegramos de haber tenido la suerte de conocernos?
No, Darius no debería alegrarse de conocerme. Si yo hubiera estado allí para detener a Thread, él no se habría adelantado para salvar a Gale. No sería un Avox. Y más específicamente, no sería mi Avox, porque es más que obvio que el Presidente Snow lo ha colocado aquí para mi disfrute.
Retuerzo la muñeca para desasirme de Haymitch y me dirijo hacia mi antigua habitación, cerrando con llave detrás de mí. Me siento en un lado de mi cama, los codos sobre las rodillas, la frente sobre los puños, mirando mi traje reluciente en la oscuridad, imaginándome que estoy en mi antigua casa en el Distrito 12, acurrucada junto al fuego. Lentamente vuelve a hacerse negro a medida que el paquete de energía se consume.
Cuando en algún momento Effie llama a la puerta para llamarme para ir a cenar, me levanto y me quito el traje, lo doblo cuidadosamente, y lo coloco sobre la mesa con mi corona. En el cuarto de baño me lavo las sombras oscuras de maquillaje de la cara. Me visto con una camisa simple y pantalones y voy por el pasillo hasta el comedor.
No soy consciente de mucho durante la cena salvo de que Darius y la chica Avox pelirroja son quienes nos la sirven. Effie, Haymitch, Cinna, Portia y Peeta están todos allí, hablando de las ceremonias de apertura, supongo. Pero la única vez que de verdad me siento presente es cuando vuelco a propósito un plato de guisantes al suelo y, antes de que nadie pueda detenerme, me agacho para limpiarlos. Darius está justo a mi lado cuando empiezo a recoger, y los dos estamos brevemente costado con costado, apartados de la vista de los demás, mientras recogemos los guisantes. Durante sólo un momento nuestras manos se encuentran. Puedo sentir su piel, áspera bajo la salsa de mantequilla del plato. En el agarre de nuestros dedos, fuerte y desesperado, están todas las palabras que nunca podremos decir. Después Effie me está dando golpecitos desde atrás, porque “¡Ese no es tu trabajo, Katniss!” y él me suelta.
Cuando vamos a mirar la repetición de las ceremonias de apertura, me coloco entre Cinna y Haymitch en el sofá porque no quiero estar al lado de Peeta. Este horror con Darius me pertenece a mí y a Gale y tal vez incluso a Haymitch, pero no a Peeta. Tal vez él conociera a Darius lo bastante como para decirle hola, pero Peeta no pertenecía al Quemador igual que nosotros. Además, aún estoy enfadada con él por reírse de mí con los otros vencedores, y lo último que quiero es su empatía y apoyo. No he cambiado de idea sobre salvarlo en la arena, pero no quiero deberle más que eso.
Mientras miro la procesión al Círculo de la Ciudad, pienso en cómo ya es lo bastante malo que nos disfracen y nos paseen por las calles en carruajes en un año normal. Ver a niños disfrazados es tonto, pero resulta que los vencedores mayores son algo penoso. Algunos que aún son jóvenes, como Johanna y Finnick, o cuyos cuerpos no han caído en la desesperación, como Seeder y Brutus, todavía se las pueden arreglar para conservar un poco de dignidad.
Pero la mayoría, que están echados a la bebida o al morphling o a la enfermedad, se ven grotescos en sus disfraces, representando vacas y árboles y hogazas de pan. El año pasado comentábamos cada concursante, pero hoy sólo hay algún comentario ocasional. No es raro que la muchedumbre se vuelva loca en cuanto Peeta y yo aparecemos, tan jóvenes y fuertes y hermosos en nuestros brillantes disfraces. La imagen misma de lo que los tributos deberían ser.
Tan pronto termina, me levanto y les doy las gracias a Cinna y Portia por su alucinante trabajo y me voy a la cama. Effie me recuerda que nos veremos temprano por la mañana en el desayuno para trabajar en nuestra estrategia de entrenamiento, pero incluso su voz suena hundida. Pobre Effie. Por fin tuvo un año decente en los Juegos con Peeta y conmigo, y ahora todo se ha convertido en un desastre al que ni siquiera ella puede verle algo positivo. En términos del Capitolio, supongo que esto cuenta como una verdadera tragedia.
Poco después de irme a la cama, oigo un golpe suave en mi puerta, pero lo ignoro. No quiero a Peeta esta noche. Especialmente no con Darius cerca. Es casi tan malo como si Gale estuviera aquí. Gale. ¿Cómo se supone que voy a dejarlo ir con Darius embrujando los pasillos?
Las lenguas figuran prominentemente en mis pesadillas. Primero miro helada e impotente mientras manos enguantadas se llevan la disección sangrienta de la boca de Darius. Después estoy en una fiesta donde todos llevan caretas y alguien con una lengua bailante y húmeda, que supongo que es Finnick, me acosa, pero cuando me coge y se saca la máscara, es el Presidente Snow, y sus labios gruesos están goteando saliva sangrienta. Finalmente estoy de vuelta en la arena, mi propia lengua tan seca como el papel secante, mientras trato de alcanzar un estanque de agua que retrocede cada vez que estoy a punto de tocarlo.
Cuando me despierto, voy a tropezones hasta el cuarto de baño y bebo grandes tragos de agua del grifo hasta que no puedo beber más. Me quito mis ropas sudorosas y me derrumbo de nuevo sobre la cama, desnuda, y de alguna forma vuelvo a encontrar el sueño.Retraso el bajar a desayunar tanto como es posible a la mañana siguiente porque de verdad que no quiero discutir nuestra estrategia de entrenamiento. ¿Qué hay que discutir? Cada vencedor ya sabe lo que todos los demás pueden hacer. O solían poder hacer, en cualquier caso. Así que Peeta y yo seguiremos actuando enamorados y eso es todo. Lo que pasa es que no estoy por la labor de hablar de eso, ya está, especialmente no con Darius allí de pie en silencio.
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En llamas
Fiksi RemajaSegundo libro de la trilogía "Los Juegos del Hambre" Todos los derechos le pertenecen a la autora Suzanne Collins.